La internacional ultraderechista, al ataque
No podemos permitir que se repita la historia dramática, sangrienta, del siglo XX que sus predecesores provocaron. Tenemos que responder, y todos sabemos desde niños que la única forma de parar los pies a los abusones es hacerles frente La reunión en Madrid, el sábado 8 de febrero, de los líderes de varios partidos europeos de extrema derecha, los que forman parte del grupo Patriotas por Europa (PfE) –Patriots– en el Parlamento Europeo (PE), ha puesto de manifiesto, por el descaro y fanatismo de sus discursos, hasta qué punto ha llegado el envalentonamiento de los representantes de esta ideología, otrora desprestigiada en Europa por su falta de humanidad y su pasado tenebroso. Animados por la victoria de su “compañero de armas”, Donald Trump, en EEUU, se muestran eufóricos, se crecen, y se sienten con fuerzas para pasar a la ofensiva política. PfE es el tercer grupo de la Eurocámara con 86 diputados procedentes de 13 Estados miembros. El aquelarre madrileño ha congregado a casi todos sus miembros más notables: Viktor Orbán, primer ministro de Hungría con el apoyo de la mayoría absoluta de la Unión Cívica (Fidesz); Mateo Salvini, vicepresidente del gobierno italiano, al frente de la Lega; Geert Wilders, director en la sombra del gobierno de los Países Bajos, donde el Partido por la Libertad que él preside goza de una cómoda mayoría; Marine Le Pen, cuya Agrupación Nacional ganó en Francia las elecciones europeas y fue el partido más votado en las últimas legislativas (aunque su coalición fue tercera), siempre esperando alcanzar la Presidencia de la República; Santiago Abascal, líder de Vox, que preside el grupo, no por ser más importante que los anteriores, sino precisamente por no serlo, y para que le sirva de empuje; y algún otro que no ha podido estar pero ha mandado un mensaje, como Herbert Kickl, presidente del Partido de la Libertad de Austria que será con toda probabilidad el próximo canciller del país. No todos estos partidos, ni el resto de los que forman patriots, tienen la misma percepción ni el mismo programa en todos los asuntos públicos. Por ejemplo, en lo que respecta a política internacional, aunque todos aprueban el genocidio de Netanyahu en Gaza, algunos son más bien prorrusos y otros acérrimos defensores de Ucrania. También existen entre algunos de ellos viejas o nuevas rencillas de diferente naturaleza. Pero de esas diferencias no se habló en Madrid, por supuesto, se trataba de una celebración de la victoria de su referente allende los mares, y de lanzar, ya sin tapujos, sus ideas más disruptivas, más radicales. En lo que coinciden todos es en algunos puntos clave que definen su ideología: el nacionalismo, que conlleva una aversión a cualquier instancia superior que lo limite, y en consecuencia a la Unión Europea; el odio a los inmigrantes, su chivo expiatorio al que cargan todos los males sociales; un libertarismo feroz que rechaza toda regulación , sea laboral, medioambiental, económica o de cualquier tipo; la oposición radical a las políticas feministas, LGTBI+, o nuevas relaciones sociales, cualquier cosa que ponga en solfa el orden social tradicional, que tan buen resultado ha dado hasta ahora para mantener tranquila –cuando no anestesiada–, una sociedad de clases desigual, injusta y cruel con los débiles. Coinciden también en el uso de la demagogia como eficaz instrumento político, que aprovecha y explota los sentimientos de frustración, miedo, rencor o inseguridad de mucha gente, para obtener réditos políticos de ellos Esa es siempre su principal estrategia. Culpar genéricamente a “los políticos” –cuando ellos evidentemente lo son– de los males que aquejan a la población, para ocultar que el origen de sus desgracias está en otros despachos que no son los ministeriales. Achacar a los emigrantes todo tipo de crímenes y abusos, convertirlos en enemigos del pueblo, cuando ellos son también pueblo, ignorando conscientemente que su porcentaje de trabajadores es prácticamente idéntico al de la población autóctona, y obviando que, según numerosos estudios, de Naciones Unidas, del Centro Wittgenstein, del Centro para el Desarrollo Global, Europa necesitará entre 60 y 70 millones de emigrantes hasta el año 2050 para compensar el envejecimiento de la población. Magnificar la inseguridad, aunque las cifras de delitos sean más bajas que en décadas anteriores. Despreciar los efectos del cambio climático, a pesar de las danas, los incendios incontrolables, las sequías. Todo da igual. Si se gana el relato, los datos no importan. En Madrid, Orbán ha presumido de haber convertido la inmigración irregular en un delito, o de haber prohibido el matrimonio entre personas del mismo sexo. Salvini ha criticado al Tribunal Penal Internacional por equiparar a los terroristas de Hamás con un gobernante democrático (!) como Netanyahu. Wilders ha hecho un discurso islamófobo, respaldando la teoría de la sustitución de los europeos por otr

No podemos permitir que se repita la historia dramática, sangrienta, del siglo XX que sus predecesores provocaron. Tenemos que responder, y todos sabemos desde niños que la única forma de parar los pies a los abusones es hacerles frente
La reunión en Madrid, el sábado 8 de febrero, de los líderes de varios partidos europeos de extrema derecha, los que forman parte del grupo Patriotas por Europa (PfE) –Patriots– en el Parlamento Europeo (PE), ha puesto de manifiesto, por el descaro y fanatismo de sus discursos, hasta qué punto ha llegado el envalentonamiento de los representantes de esta ideología, otrora desprestigiada en Europa por su falta de humanidad y su pasado tenebroso. Animados por la victoria de su “compañero de armas”, Donald Trump, en EEUU, se muestran eufóricos, se crecen, y se sienten con fuerzas para pasar a la ofensiva política.
PfE es el tercer grupo de la Eurocámara con 86 diputados procedentes de 13 Estados miembros. El aquelarre madrileño ha congregado a casi todos sus miembros más notables: Viktor Orbán, primer ministro de Hungría con el apoyo de la mayoría absoluta de la Unión Cívica (Fidesz); Mateo Salvini, vicepresidente del gobierno italiano, al frente de la Lega; Geert Wilders, director en la sombra del gobierno de los Países Bajos, donde el Partido por la Libertad que él preside goza de una cómoda mayoría; Marine Le Pen, cuya Agrupación Nacional ganó en Francia las elecciones europeas y fue el partido más votado en las últimas legislativas (aunque su coalición fue tercera), siempre esperando alcanzar la Presidencia de la República; Santiago Abascal, líder de Vox, que preside el grupo, no por ser más importante que los anteriores, sino precisamente por no serlo, y para que le sirva de empuje; y algún otro que no ha podido estar pero ha mandado un mensaje, como Herbert Kickl, presidente del Partido de la Libertad de Austria que será con toda probabilidad el próximo canciller del país.
No todos estos partidos, ni el resto de los que forman patriots, tienen la misma percepción ni el mismo programa en todos los asuntos públicos. Por ejemplo, en lo que respecta a política internacional, aunque todos aprueban el genocidio de Netanyahu en Gaza, algunos son más bien prorrusos y otros acérrimos defensores de Ucrania. También existen entre algunos de ellos viejas o nuevas rencillas de diferente naturaleza. Pero de esas diferencias no se habló en Madrid, por supuesto, se trataba de una celebración de la victoria de su referente allende los mares, y de lanzar, ya sin tapujos, sus ideas más disruptivas, más radicales.
En lo que coinciden todos es en algunos puntos clave que definen su ideología: el nacionalismo, que conlleva una aversión a cualquier instancia superior que lo limite, y en consecuencia a la Unión Europea; el odio a los inmigrantes, su chivo expiatorio al que cargan todos los males sociales; un libertarismo feroz que rechaza toda regulación , sea laboral, medioambiental, económica o de cualquier tipo; la oposición radical a las políticas feministas, LGTBI+, o nuevas relaciones sociales, cualquier cosa que ponga en solfa el orden social tradicional, que tan buen resultado ha dado hasta ahora para mantener tranquila –cuando no anestesiada–, una sociedad de clases desigual, injusta y cruel con los débiles.
Coinciden también en el uso de la demagogia como eficaz instrumento político, que aprovecha y explota los sentimientos de frustración, miedo, rencor o inseguridad de mucha gente, para obtener réditos políticos de ellos Esa es siempre su principal estrategia. Culpar genéricamente a “los políticos” –cuando ellos evidentemente lo son– de los males que aquejan a la población, para ocultar que el origen de sus desgracias está en otros despachos que no son los ministeriales. Achacar a los emigrantes todo tipo de crímenes y abusos, convertirlos en enemigos del pueblo, cuando ellos son también pueblo, ignorando conscientemente que su porcentaje de trabajadores es prácticamente idéntico al de la población autóctona, y obviando que, según numerosos estudios, de Naciones Unidas, del Centro Wittgenstein, del Centro para el Desarrollo Global, Europa necesitará entre 60 y 70 millones de emigrantes hasta el año 2050 para compensar el envejecimiento de la población. Magnificar la inseguridad, aunque las cifras de delitos sean más bajas que en décadas anteriores. Despreciar los efectos del cambio climático, a pesar de las danas, los incendios incontrolables, las sequías. Todo da igual. Si se gana el relato, los datos no importan.
En Madrid, Orbán ha presumido de haber convertido la inmigración irregular en un delito, o de haber prohibido el matrimonio entre personas del mismo sexo. Salvini ha criticado al Tribunal Penal Internacional por equiparar a los terroristas de Hamás con un gobernante democrático (!) como Netanyahu. Wilders ha hecho un discurso islamófobo, respaldando la teoría de la sustitución de los europeos por otras razas, sostenida por Orbán. Abascal ha atacado a la “dictadura global” de organizaciones como la Organización Mundial de la Salud o Naciones Unidas. Son el eco distorsionado, el remedo pálido de su patrón americano
Definitivamente, han perdido la vergüenza. Un “patriota” como Abascal elogia hasta la adulación a Trump, sin que parezca afectar a su inconmensurable amor a España el hecho de que el presidente estadounidense proscriba la lengua española de la Casa Blanca y de todos los organismos públicos federales, en un país en el que viven más de 50 millones de hispanohablantes, o que imponga aranceles al acero y aluminio de los que España exporta a EEUU por valor de 500 millones, y anuncie otros más duros y extensos. Al parecer le preocupan más las reglas de la Comisión Europea para preservar el medio ambiente; se ve que a su amada patria el cambio climático no le afecta. ¿A quién hacen daño las inundaciones y las sequías, a los poderosos o a los débiles?
Hay que tener poca vergüenza para replicar el lema de su ídolo: “Make Europa Great Again”, mientras se promueve la renacionalización, y por tanto la división en pequeños Estados que nunca serán capaces de defender sus intereses en un escenario dominado por EEUU y China. No les importa que su propio Estado sea demasiado débil, si está solo, para soportar la coacción de Trump o de Putin, y se convierta en su presa. Ocultan que la única posibilidad de que Europa sea grande pasa precisamente por su unidad. Y entendemos por grande una potencia pacífica, normativa, solidaria, que sirva de moderadora al pulso entre las potencias globales, que desarrolle y expanda por el mundo un modelo de democracia social, que coopere y ayude a otros países a alcanzar el bienestar de sus ciudadanos, que lidere la lucha contra el cambio climático, y la defensa de la diversidad identitaria y cultural. Justamente lo contrario de lo que quieren los ultraderechistas, que es acabar con el limitado poder interior y exterior de la Unión Europea. Es fácil deducir a quién beneficia la división europea y la debilidad de las instituciones comunes. Estos son los patriotas.
No se trata de que estén en contra de la burocracia de Bruselas, porque, en ese caso, sería eso lo que atacarían y no la propia idea de la unidad europea. Tampoco están en contra de la pobre política internacional de la Unión, aplauden su ignominiosa pasividad ante el genocidio palestino. Ni es un rechazo de las políticas neoliberales, economicistas y tolerantes con el capitalismo financiero que predominan en la Unión desde su creación. Al contrario, creen que las instituciones europeas son demasiado restrictivas en estos aspectos, que coartan la libertad. Solo aceptan una Unión de libre comercio, que no entre en la normativa interna de los países con sus regulaciones laborales, económicas o medioambientales, ni mucho menos políticas, porque eso impide a las élites locales –son las que los financian– hacer lo que les venga en gana en su exclusivo beneficio. Es la idea de la libertad para depredar, sin límites, sin rendición de cuentas, sin normas, que representa perfectamente Trump –y Milei– la que preconizan. Libertad para explotar a los trabajadores, para contaminar, para discriminar, para privatizar, para especular. El darwinismo social. La ley de la selva. Y para todo eso, la UE molesta, aunque sus instituciones y políticas no sean precisamente un dechado de virtudes.
Los patriots no están solos. En el PE hay otros dos grupos formados por partidos ultraderechistas. El segundo más grande es el de Conservadores y Reformistas por Europa (ECR), formado por 80 parlamentarios de 19 países. Ahí se reúnen también algunos de los más notables de la ideología, entre otros: Giorgia Meloni, su estrella, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, al frente de Hermanos de Italia (FdI); Bart de Weber, de la Nueva Alianza Flamenca, primer ministro de Bélgica; Petr Fiala, del partido Democrático Cívico, primer ministro de la República Checa; Andrzej Duda, presidente de Polonia, del partido Ley y Justicia, que gobernó el país durante ocho años en estrecha coordinación con Orbán.
El grupo ECR es considerado por el Partido Popular Europeo (PPE) como el de los ultraderechistas “buenos”, con los que se puede llegar a acuerdos en el caso de que los socialdemócratas no apoyen alguna iniciativa. Tanto por la actitud más europeísta de Meloni –sin alternativa dada la situación económica de Italia– como, sobre todo, porque ECR es mayoritariamente antirruso y favorable a la OTAN y al apoyo incondicional a Ucrania, una posición muy diferente a la de los otros grupos de la misma ideología, o parte de ellos. Pero cómo se puede considerar más moderada a Meloni –líder de un partido heredero del neofascista Movimiento Social Italiano y autora de alabanzas públicas a Mussolini– que, por ejemplo, a Orbán, que estuvo hasta hace poco en el PPE. Y más difícil aún es presentar como moderado a un grupo en el que se incluyen diputados de partidos como el español Se Acabó la Fiesta, el neofascista Solución Griega, o el neonazi Frente Nacional Popular de Chipre, heredero directo del ilegalizado Amanecer Dorado griego. Si el PPE quiere colaborar con la ultraderecha que lo haga, no nos sorprenderá demasiado, pero que no nos cuenten milongas.
Finalmente está el grupo denominado Europa de las Naciones Soberanas (ESN), el más pequeño de los que forman el PE, con 26 miembros de 9 países. Lo lidera Alternativa para Alemania, la niña bonita de Elon Musk, que está haciendo todo lo que puede para impulsarla en las elecciones federales alemanas del 23 de febrero, en las que según todas las encuestas será segunda, cinco puntos por encima del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) de Olaf Scholz, actualmente en el gobierno. Si los tres grupos de extrema derecha del PE se unieran, formarían el grupo parlamentario más grande, con 192 miembros (el mayor ahora, el PPE, tiene 188), a los que habría que añadir seis no inscritos de la misma ideología.
No son una amenaza futura, están aquí ya, son muchos y tienen poder y fuerza. Ponen en peligro el futuro del proyecto de construcción europea que progresa con grandes dificultades desde hace 68 años, y constituye aún la única posibilidad de preservar nuestros avances sociales en un mundo en el que triunfan las ideas individualistas, injustas, insolidarias, y agresivas. Fomentan la antipolítica y la debilidad del Estado en favor de los poderosos, propagan el odio, favorecen las tensiones sociales, discriminan a los más desfavorecidos, a los que no pueden defenderse. Coartan la libertad y los derechos personales, en especial los de las mujeres y las personas no binarias. Niegan el cambio climático, se oponen a las vacunas. Rechazan cualquier límite al capitalismo salvaje, no quieren impuestos ni ayudas sociales. Promueven el nacionalismo, que es el paso inicial e indispensable de la guerra.
No podemos dejarlos hacer, no podemos quedarnos quietos, porque seguirán creciendo. No podemos permitir que se repita la historia dramática, sangrienta, del siglo XX que sus predecesores provocaron. Tenemos que responder, y todos sabemos desde niños que la única forma de parar los pies a los abusones es hacerles frente. Puedes salir con un ojo morado, pero, aun así, eso les disuade más que la pasividad o la sumisión, que siempre les estimula a incrementar su agresividad y su abuso. Tenemos que ser valientes en la calle, en los medios, en el bar, en el trabajo. Y tenemos que pedirle a nuestro gobierno que haga todo –y más– para que las instituciones europeas y los gobiernos que aún no están en las manos de la ultraderecha refuercen su unión y se mantengan firmes en defensa de los valores y derechos que tanto ha costado alcanzar, ante cualquier agresión o coacción, tanto si viene de fuera como si procede del interior de Europa. Contra la internacional ultraderechista, la unión de todos los demócratas, siempre distintos pero siempre iguales, siempre solidarios, y siempre libres.