La administración Trump y su ofensiva contra la Universidad
"Huele a 'macartismo', pero ahora los perseguidos no son sólo los rojos a los que se les pone la etiqueta de comunistas; se les añade también la de 'wokes' y antisemitas", reflexiona Arantxa Tirado. La entrada La administración Trump y su ofensiva contra la Universidad se publicó primero en lamarea.com.

La segunda administración de Donald Trump está trastocando, de manera acelerada, el orden económico y geopolítico internacional. Las noticias se suceden sin tiempo para procesar tal cantidad de acontecimientos de calado: anuncios de aranceles a prácticamente todos los países, aumento de aranceles a cifras desorbitadas, o moratorias en su aplicación, suceden a titulares sobre las negociaciones para acabar con la guerra en Ucrania, acuerdos para la explotación de las tierras raras de ese país, insinuaciones de la anexión de Groenlandia o Canadá, negociaciones con Irán, abrazos en el despacho oval a Netanyahu y un largo etcétera de noticias que copan la actualidad que consumimos a ritmo vertiginoso.
En estos primeros meses de mandato, los temas que tienen que ver con la proyección de Estados Unidos como súperpotencia han acaparado la atención de la prensa internacional, dejando en un relativo segundo plano otras decisiones de la administración Trump que, aparentemente, sólo afectan a la sociedad estadounidense. Sin embargo, estas acciones que se producen en la política doméstica tienen un impacto no menor en el resto de los países, como no podía ser de otro modo tratándose de la potencia hegemónica que se nos ha presentado, desde tiempos de la Guerra Fría, como el modelo canónico de la democracia liberal a la que el mundo debía aspirar. Así, lo que sucede en EEUU ejerce un efecto réplica en las agendas de terceros países, contagiados por sus debates políticos o salpicados por los problemas internos de la sociedad estadounidense, cada día más externalizados.
Ejemplo de lo anterior es la ofensiva que la nueva administración Trump ha decretado contra las Universidades. Nadie que haya seguido las declaraciones de Trump, y de muchos de los miembros de su Gobierno o colaboradores cercanos, se habrá sorprendido de que así sea. Desde hace tiempo, y como dejó claro en campaña, Donald Trump le había declarado la guerra a las Universidades y a todo aquello que tenga que ver con el ámbito educativo, campos de batalla en la particular guerra cultural de la ultraderecha. Su foco estaba puesto especialmente en las Universidades privadas de la Ivy League, donde se forma la elite gobernante, asociadas con el liberalismo progresista que nutre las filas del Partido Demócrata.
Sin embargo, a pesar de algunas declaraciones en ese sentido, la ofensiva de Trump no tiene la voluntad de democratizar el acceso a la educación, todo lo contrario. De hecho, el pasado mes de marzo Donald Trump firmó una orden ejecutiva para desmantelar el Departamento de Educación, ente encargado de la educación pública federal y de la promoción de la equidad educativa a través de ayudas a estudiantes vulnerables. Sus amenazas de estos días a la Universidad de Harvard sobre retirarle la exención de impuestos si no pone fin a sus políticas de diversidad, son sólo la continuación de un pulso al conjunto del ámbito educativo cuyo objetivo es acabar con lo que la ultraderecha identifica como la “dictadura woke”.
El término woke, cajón de sastre en el que los sectores más reaccionarios de la sociedad estadounidense, y sus emuladores internacionales, meten todo aquello que les produce urticaria, desde la igualdad de las mujeres a los derechos LGTBIQ+, se ha convertido en el nuevo fantasma con el que espolear la frustración de los perdedores del capitalismo. Así, culpando a los colectivos discriminados, que reclaman un resarcimiento de su situación de marginación social o política por la vía de políticas de inclusión de su diversidad –siempre limitadas y cosméticas si no van a acompañadas de emancipación colectiva y cambios estructurales–, se ha llegado a la justificación de una ofensiva que es mucho menos superficial que la superficialidad que dice combatir.
Objetivo: acabar con las Universidades como foco de resistencia política
Pero, en realidad, el problema de Trump y sus amigos con la Universidad y la educación va mucho más allá de las políticas de diversidad e inclusión. Las Universidades se perciben como el foco de la oposición a la política exterior estadounidense de apoyo al genocidio en Gaza. Como dijo Trump en noviembre de 2023, Universidades como Harvard están convirtiendo a los estudiantes en “comunistas y terroristas simpatizantes de Hamás”. Las protestas que se han sucedido en los distintos campus de EEUU a favor de Palestina y contra el genocidio en Gaza, muchas de ellas protagonizadas también por colectivos de la comunidad judía no sionista, han sido el detonante que ha servido de excusa para poner a determinados perfiles académicos en la diana.
La persecución a determinados profesores que han participado en manifestaciones o que han mostrado apoyo a la causa palestina se ha unido a las dimisiones de varias rectoras en un contexto de investigación a decenas de Universidades por supuesto antisemitismo y de protestas estudiantiles por la detención de manifestantes. El caso del estudiante de origen palestino, Mahmoud Khalil, ha destacado sobre otros en días recientes, pero no es el único.
En efecto, en las últimas semanas la administración Trump ha ido algunos pasos más allá, dejando para la posteridad imágenes que retrotraen a los secuestros de personas a plena luz del día que se producían en las dictaduras del Cono Sur. A las detenciones le sigue el inicio de procesos de deportación de varios estudiantes foráneos cuyas visas han sido revocadas acusándolos de antisemitismo por haber participado en protestas a favor de Palestina. Se calcula que habría más de 1.000 personas cuyas visas no han sido renovadas por este motivo. Otros estudiantes extranjeros han recibido emails instándolos a la “autodeportación” por su activismo, real o futuro, en redes sociales.
Bajo la política de “Catch and Revoke” iniciada por el Departamento de Estado de Marco Rubio, la inteligencia artificial está poniéndose al servicio del control de los estudiantes para detectar conductas “anti nacionales”, como en Israel se utiliza para detectar objetivos militares entre los palestinos. La expulsión de estudiantes extranjeros por acudir a manifestaciones en defensa de Palestina es, de hecho, un fenómeno que se está dando también en países como Alemania, demostrando que también la Vieja Europa que se autopercibe hoy como bastión democrático frente a Trump puede emular algunas de sus cuestionables prácticas.
Lo que estamos presenciando en EEUU huele a macartismo, pero ahora los perseguidos no son sólo los rojos a los que se les pone la etiqueta de comunistas sino que también se les añade la de wokes y antisemitas. Se trata de un ataque en toda regla contra el pensamiento crítico, imprescindible para formar seres humanos con criterio propio. Pero también es una vulneración de derechos humanos básicos que deberían estar por encima de cualquier ideología, salvo, efectivamente, de aquella que parece estar gobernando EEUU y que, se llame como se llame, tiene en el odio, la discriminación y la persecución al diferente su razón de ser.
Bajo argumentos de acabar con la discriminación que suponen las políticas de inclusión se enmascara una ofensiva total de la administración Trump contra la igualdad. En este mundo orwelliano en que vivimos, los supuestos antisemitas se parecen más a los judíos del pasado que los sionistas que descienden de ellos y que hoy van de la mano de una ultraderecha variopinta. En Madrid, más de una trata de replicar la ofensiva de Trump en versión cañí pero, desde el Gobierno de coalición, la han visto venir y la están tratando de neutralizar. En Catalunya las Universidades públicas ya se adelantan a lo que puede venir. Estén atentos a sus pantallas porque esto no ha hecho más que empezar.
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