Inteligencia artificial confiable: ¿un oxímoron en el capitalismo global?
El time-to-market no espera. Tenemos que llegar ya. Si no, ya sabemos: el ganador se lo lleva todo. Una IA confiable en una jungla de competitividad extrema es imposible.

La vieja Europa recibe críticas por su lentitud y por su insistencia en la regulación. La inteligencia artificial pide otro ritmo, más alegre y resolutivo. Es sencillo de entender. Esa inteligencia artificial cabalga a lomos de las grandes tecnológicas. El mundo industrial se hizo a un lado y dejó paso a empresas multinacionales que dominan el mundo desde la algoritmia. Como decíamos hace un par de días, el mundo ha virado hacia un modelo único: El Mundo S.A.
En la actualidad solo parece haber unas lentes para medir si algo nos beneficia o no. Son las lentes del capitalismo global, las que necesitan, como sea, hacer caja. Ahí, la inteligencia artificial emerge como un espectacular medio para semejante fin. La liturgia de la eficiencia recibe su espaldarazo definitivo porque la inteligencia artificial promete (y casi siempre lo consigue) hacer más con menos. Bueno, no exactamente «con menos» porque se necesitan insumos de energía nada despreciables, pero sí en menos tiempo y con una aceleración que, esta sí que sí, va en consonancia con lo que necesita el capitalismo global. Más con menos… personas y tiempo. Somos, como ya dijo Richard Sennett hace muchos años, «prescindibles». Y eso, en nuestra autoestima laboral, nos hace daño.
La vieja Europa se empeña en manejar el término: quiere una IA confiable. Pero confiar en ella pasa por incorporar unas cuantas (o muchas, depende de la perspectiva) prevenciones. Y el libre mercado sufre. El time-to-market no espera. Tenemos que llegar ya. Si no, ya sabemos: el ganador se lo lleva todo. Una IA confiable en una jungla de competitividad extrema es imposible.
Mientras, necesitamos que las empresas interioricen el discurso en torno a su responsabilidad social. No sirven las memorias de sostenibilidad y el washing aplicado a gran escala y en modo multiestrato: greenwashing, ethicswashing, socialwashing o hasta pinkwashing. Para las empresas, los marcos regulatorios son el enemigo. Querrían hacer más, más deprisa, con menos restricciones, con más rapidez. Para su desesperación, las políticas públicas se empeñan en limitar la velocidad. El regulador impide que pisen el acelerador a fondo.
Una IA confiable puede, así, llegar a ser un oxímoron. Frene al estándar del progreso y la competitividad, «confiable» supone ralentizar, poner límites, hacer transparente. Y este tren choca de frente con la ambición de un mundo que, de repente, parece haber girado la locomotora hacia nuevos destinos. La alta velocidad llega para quedarse. Lo confiable es para cobardes. El futuro (y el presente, mal que nos pese) lo escriben quienes optaron por el riesgo, quienes mostraron ambición, quienes primero hacían y luego reflexionaban.
«Confiable» queda bien en los papeles. La ciudadanía quiere seguridad. Pero quienes de facto nos gobiernan –las empresas multinacionales– aprietan el acelerador. ¿Debemos hacer un acto de fe y confiar en que es por nuestro bien? La inteligencia artificial nos ofrece más y más alternativas. Tú, como ser humano, hazte a un lado; ya lo hago yo. Sennett necesita una reinterpretación: no solo somos prescindibles como trabajadores, sino también como humanos. En fin, también podemos comprar el discurso que plasmaron hace más de veinte años Eudald Carbonell y Robert Sala en un libro inquietante: Aún no somos humanos. ¿Por qué? Porque la tecnología, la inteligencia artificial, nos va a proporcionar, definitivamente, la condición humana. Vamos hacia una rehumanización imprevisible.
Insisto, Sennett nos lo dijo en La corrosión del carácter:
«¿Quién me necesita?» es una cuestión de carácter que sufre un cambio radical en el capitalismo moderno. El sistema irradia indiferencia.
Una inteligencia artificial confiable, largo me lo fías.