Hugo Aboites *: La irresuelta educación

No ha habido Presidencia que en el más reciente siglo no haya enfrentado algún conflicto serio en el terreno de la educación. Y no se trata de una maldición. Luego de la Revolución Mexicana, las dirigencias gubernamentales se apresuraron a impulsar una profunda y radical reforma agraria e, igualmente, otra laboral, y a sujetarlas luego con una pesada estructura corporativa. Pero el caso de la educación fue distinto, aunque al comienzo (1920-1930) abiertamente se impulsó a las y los maestros a construir una reforma educativa que retomara los ideales de justicia de la revolución, muy pronto (1940) retrocedió ante las fuerzas del conocimiento e iniciativas que había desatado, y optó por reprimir y sujetar corporativamente, sin la reforma educativa de fondo. Estudiantes y maestros insistieron –y siguen insistiendo con sus movimientos– en crear una educación distinta a la que se les impuso como herencia del porfiriato. Por eso, la tensión permanente entre el Estado y el proyecto de educación y sus actores originales. Esta tensión se ve dramáticamente agudizada cuando hay iniciativas gubernamentales (hoy, las modificaciones a la Ley del Issste) que ponen sobre la mesa y reactivan un pasado de imposiciones: la individualización de las pensiones, la negación de la bilateralidad, las formas engañosas de pago (Umas), los órganos de supervisión autoritaria (Usicam) y la represión laboral. Un paquete molesto, inserto en la vida cotidiana de la maestra o maestro y que se exacerba más por el estrecho y autoritario confinamiento de la concepción decimonónica de educación. Esto explica una parte importante de la amplitud y rapidez con que se genera y fortalece el movimiento, con la activa participación de la CNTE, una rebelión de conciencias, un movimiento magisterial que amenaza, si no ahora, pronto, con ser nacional y profundo.

Mar 1, 2025 - 10:33
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Hugo Aboites *: La irresuelta educación
No ha habido Presidencia que en el más reciente siglo no haya enfrentado algún conflicto serio en el terreno de la educación. Y no se trata de una maldición. Luego de la Revolución Mexicana, las dirigencias gubernamentales se apresuraron a impulsar una profunda y radical reforma agraria e, igualmente, otra laboral, y a sujetarlas luego con una pesada estructura corporativa. Pero el caso de la educación fue distinto, aunque al comienzo (1920-1930) abiertamente se impulsó a las y los maestros a construir una reforma educativa que retomara los ideales de justicia de la revolución, muy pronto (1940) retrocedió ante las fuerzas del conocimiento e iniciativas que había desatado, y optó por reprimir y sujetar corporativamente, sin la reforma educativa de fondo. Estudiantes y maestros insistieron –y siguen insistiendo con sus movimientos– en crear una educación distinta a la que se les impuso como herencia del porfiriato. Por eso, la tensión permanente entre el Estado y el proyecto de educación y sus actores originales. Esta tensión se ve dramáticamente agudizada cuando hay iniciativas gubernamentales (hoy, las modificaciones a la Ley del Issste) que ponen sobre la mesa y reactivan un pasado de imposiciones: la individualización de las pensiones, la negación de la bilateralidad, las formas engañosas de pago (Umas), los órganos de supervisión autoritaria (Usicam) y la represión laboral. Un paquete molesto, inserto en la vida cotidiana de la maestra o maestro y que se exacerba más por el estrecho y autoritario confinamiento de la concepción decimonónica de educación. Esto explica una parte importante de la amplitud y rapidez con que se genera y fortalece el movimiento, con la activa participación de la CNTE, una rebelión de conciencias, un movimiento magisterial que amenaza, si no ahora, pronto, con ser nacional y profundo.