Helsinki, pero en Palermo

La Costa Azul deslumbra: Cannes, Mónaco, Niza y Saint-Tropez ofrecen un mar turquesa que invita a contemplarlo desde la distancia, porque, sinceramente, es más frío que el de Mar del Plata.Caminar por estas ciudades es una experiencia que encarna todo lo que idealizamos del Primer Mundo. Aunque, si me permiten una sutil observación, hay un detalle que me resulta excesivo: la cantidad de personas que llevan en brazos a perros diminutos. No me pregunten por qué, pero prefiero que las mascotas caminen por su cuenta.Cada vez que leemos la enésima noticia de un robo violento en Buenos Aires -tengamos en cuenta que solo en 2024 se registraron un promedio de 544 robos por día en el AMBA (datos del Ministerio de Seguridad Nacional)- sentimos deseos de vivir en Europa... En cualquier ciudad de cualquier país europeo, incluso en aquellas con menos prensa y nombres difíciles de pronunciar. Cuántas veces escuchamos a personas que dicen que les gustaría vivir en Helsinki, por ser la ciudad con mejor calidad de vida del mundo. Y enseguida fantaseamos con la agradable Finlandia, a la que quizá nunca lleguemos a conocer. Dicen también que vivir en Suiza, un paraíso europeo, es anhelo de muchos. Pero me pregunto: ¿nos llena a los argentinos esa vida?De repente "pasan cosas". Nos enteramos de un atentado en el Viejo Continente, de una locura hecha en pocos segundos. Y nos aliviamos: "¡Menos mal que esto no pasa en Argentina!", decimos.Queremos tener la gastronomía de España, de Francia, de Italia. Pero comemos el mejor jamón crudo en Madrid, y al tercer o cuarto día no nos animamos a confesar que preferimos nuestros sánguches de miga (y los comunes de jamón y queso). En París nos volvemos locos con los vinos de cepas infinitas, pero en verdad extrañamos a nuestro Malbec; y mientras nos arrastramos detrás de un croissant en Montmartre, más de uno se mataría por dos medialunas de manteca con café con leche en cualquier esquina de nuestra Argentina.Plaza Francia, para muchos, no termina de ser plan cuando se visita Buenos Aires. Pero si les mencionan "Place des Lices", que según Tripadvisor es la segunda atracción más relevante en Saint-Tropez, piensan de antemano que pasarían días enteros recorriéndola. Luego, cuando la visitan, dicen que con una hora están sobrados.Días atrás, me reencontré con un compañero de la escuela primaria. Hincha del Rojo. Pasamos nuestra infancia juntos. Hacía décadas que no lo veía. Me contó que era un admirador del Estado de Bienestar de los países nórdicos. Ante cualquier trámite engorroso o mínima adversidad que atravesaba en la Argentina, se lamentaba y miraba hacia el norte frío. Finalmente, me contó que pasó de las palabras a los hechos y se mudó a Noruega. La realidad es que se adaptó muy bien y no extraña nada, salvo la familia, los amigos, el sol, el castellano, salir de noche, la comida, la vida cultural, andar en ojotas y alguna que otra pequeñez más.Hay dos argentinas, pienso, y ninguna es real. La primera es la que rechazamos, la que queremos cambiar como si no valiera nada; la otra es la que defendemos contra toda evidencia, por más que en el fondo sepamos que hay mucho por mejorar. Viajar permite una perspectiva mayor y nos deja apreciar cada cosa por lo que es.En este espacio, en estas columnas más o menos periódicas, voy a sobrevolar líneas que corren en esas direcciones opuestas; líneas que, si bien son paralelas, tal vez algún día puedan tocarse para promediar una Argentina mejor. Es incómodo, creo, pero necesario, para pensar el país desde otro lado.

May 16, 2025 - 14:44
 0
Helsinki, pero en Palermo

La Costa Azul deslumbra: Cannes, Mónaco, Niza y Saint-Tropez ofrecen un mar turquesa que invita a contemplarlo desde la distancia, porque, sinceramente, es más frío que el de Mar del Plata.

Caminar por estas ciudades es una experiencia que encarna todo lo que idealizamos del Primer Mundo. Aunque, si me permiten una sutil observación, hay un detalle que me resulta excesivo: la cantidad de personas que llevan en brazos a perros diminutos. No me pregunten por qué, pero prefiero que las mascotas caminen por su cuenta.

Cada vez que leemos la enésima noticia de un robo violento en Buenos Aires -tengamos en cuenta que solo en 2024 se registraron un promedio de 544 robos por día en el AMBA (datos del Ministerio de Seguridad Nacional)- sentimos deseos de vivir en Europa... En cualquier ciudad de cualquier país europeo, incluso en aquellas con menos prensa y nombres difíciles de pronunciar.

Cuántas veces escuchamos a personas que dicen que les gustaría vivir en Helsinki, por ser la ciudad con mejor calidad de vida del mundo. Y enseguida fantaseamos con la agradable Finlandia, a la que quizá nunca lleguemos a conocer. Dicen también que vivir en Suiza, un paraíso europeo, es anhelo de muchos. Pero me pregunto: ¿nos llena a los argentinos esa vida?

De repente "pasan cosas". Nos enteramos de un atentado en el Viejo Continente, de una locura hecha en pocos segundos. Y nos aliviamos: "¡Menos mal que esto no pasa en Argentina!", decimos.

Queremos tener la gastronomía de España, de Francia, de Italia. Pero comemos el mejor jamón crudo en Madrid, y al tercer o cuarto día no nos animamos a confesar que preferimos nuestros sánguches de miga (y los comunes de jamón y queso). En París nos volvemos locos con los vinos de cepas infinitas, pero en verdad extrañamos a nuestro Malbec; y mientras nos arrastramos detrás de un croissant en Montmartre, más de uno se mataría por dos medialunas de manteca con café con leche en cualquier esquina de nuestra Argentina.

Plaza Francia, para muchos, no termina de ser plan cuando se visita Buenos Aires. Pero si les mencionan "Place des Lices", que según Tripadvisor es la segunda atracción más relevante en Saint-Tropez, piensan de antemano que pasarían días enteros recorriéndola. Luego, cuando la visitan, dicen que con una hora están sobrados.

Días atrás, me reencontré con un compañero de la escuela primaria. Hincha del Rojo. Pasamos nuestra infancia juntos. Hacía décadas que no lo veía. Me contó que era un admirador del Estado de Bienestar de los países nórdicos. Ante cualquier trámite engorroso o mínima adversidad que atravesaba en la Argentina, se lamentaba y miraba hacia el norte frío. Finalmente, me contó que pasó de las palabras a los hechos y se mudó a Noruega. La realidad es que se adaptó muy bien y no extraña nada, salvo la familia, los amigos, el sol, el castellano, salir de noche, la comida, la vida cultural, andar en ojotas y alguna que otra pequeñez más.

Hay dos argentinas, pienso, y ninguna es real. La primera es la que rechazamos, la que queremos cambiar como si no valiera nada; la otra es la que defendemos contra toda evidencia, por más que en el fondo sepamos que hay mucho por mejorar. Viajar permite una perspectiva mayor y nos deja apreciar cada cosa por lo que es.

En este espacio, en estas columnas más o menos periódicas, voy a sobrevolar líneas que corren en esas direcciones opuestas; líneas que, si bien son paralelas, tal vez algún día puedan tocarse para promediar una Argentina mejor. Es incómodo, creo, pero necesario, para pensar el país desde otro lado.