Esta película de ciencia ficción fue un fracaso en taquilla, pero es una obra maestra que siempre reivindico
A Disney no le fue bien con este estreno en 2002 pero, con el tiempo, este filme ha encontrado su sitio como una de esas historias que marcó a toda una generación.

Con 5 años una no sabe nada sobre literatura universal. Las historias son solo historias y las palabras "adaptación cinematográfica" ni siquiera existen todavía en el vocabulario. Crecemos sin saber que muchos de los cuentos con los que descubrimos el cine no fueron inventados por Disney, por lo que introducir esta película hablando de "esa adaptación de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson para niños" no parece del todo correcto, aunque sea completamente cierto.
Hay un grupo de películas de animación, allá por los 2000, que merecen ser reivindicadas una y otra vez. El planeta del tesoro (2002) es una de ellas, y no por puro gusto personal -que también-, sino porque la reacción de la gente al decir su título tras anunciar "¿sabes con qué película estaba yo obsesionada de pequeña?" suele ser siempre la misma, algo así como un "ya ves, me encantaba".
Por otro lado -y esto los que sean de este grupo de personas creo que estarán de acuerdo-, si algo destacaba de este filme no era el que fuese una buena adaptación en sí, sino el que se tratase, independientemente de eso, de una muy buena película de ciencia ficción, con barcos como naves espaciales, un protagonista ingeniero, ciborgs y robots con pérdidas de memoria.
Y es que no por nada era una de las pocas películas que a mi padre no le importaba que pusiésemos una y otra vez en casa, y es por todos sabido que no hay mayor confirmación de que nuestra nostalgia está bien fundada que la aprobación de un adulto -amante de la ciencia ficción, cabe decir- obligado a ver las mismas animaciones con sus hijas día sí y día también.
Del mar al espacio exterior
Qué era lo que tanto me fascinaba de esta película no lo habría sabido decir por aquel entonces, cuando solo veía en ella una historia de piratas un poco rara. A toda niña le gusta ver una hora y media de aventuras, pero -y siempre desde el mayor de los respetos hacia Stevenson- la historia de este chico rebelde muy dado a meterse en problemas que descubre la existencia de un tesoro oculto era solo una (muy buena) base.
Predilección por los mundos inventados más allá de la Tierra también había, para qué mentir. Una no crece viendo Doctor Who sin que se le pegue un poco lo friki. En aquella época no habría podido distinguir entre el orgullo sci-fi de Inglaterra y una película de los creadores de Hércules, Aladdín y La sirenita pero, justamente, que esta se encuentre en mi memoria al lado de grandes proyectos como el de Russell T. Davies debe querer decir que algo hicieron bien John Musker y Ron Clements.
Podrían haber adaptado la historia de Jim Hawkins en alta mar, pero optaron por llevarla al espacio. Mantuvieron la estética naval, pero convirtieron el océano en el espacio exterior, la luna en una ciudad portuaria, a los personajes en razas mitad humanas mitad animales y al protagonista en un adolescente que tanto te hace un nudo marino como te monta un aerodeslizador.
Después solo quedó imaginar cómo se vería ese nuevo mundo, y ahí entró toda la creatividad que pudieron imaginar. Mezclaron lo punk con lo pirata, la madera con el metal, los agujeros negros con las cuerdas de sujeción y los conocimientos navales con los mayores avances científicos, rodeado todo de imágenes del universo maravillosas. Y, por extraño que pudiese sonar, todo funcionó a la perfección, hasta que los números en taquilla demostraron lo contrario.
La película que nos introdujo a la ciencia ficción
Disney había conseguido crear una película original y diferente a todas las anteriores, pero con la seguridad de una historia conocida y querida por muchos y, a pesar de ello, el público pareció decidir que algo tan distinto no merecía la atención que recibieron otros de sus grandes proyectos, haciendo que El planeta del tesoro cayese en ese pozo de "películas que recuerdo ver de pequeña pero que no sé si alguien más ha visto".
Y qué rabia, la verdad, no poder compartir con todo el mundo nuestra obsesión por la estética del protagonista, por aquel bichito rosa llamado Morph, por la puerta que "se abría y se cerraba, se abría y se cerraba" y, cómo olvidarlo, por el temazo que se marcó Álex Ubago con aquel Sigo aquí, a la altura del Hijo de hombre de Phil Collins y que, de vez en cuando, todavía se cuela en alguna playlist del coche.
Sin embargo, a medida que pasan los años, una va descubriendo que en ese pozo estamos muchas más personas de las que parecía y que, más de 20 años después de su estreno, siempre hay alguien que creció junto a Hawkins y que sigue revisitándola y reivindicándola de vez en cuando. Al fin y al cabo, para muchos fue la primera gran película de ciencia ficción que vimos. Y qué peliculón.
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