El rey desnudo: la estatua de Riquelme se zarandea como nunca antes

El despido de Gago resulta un eslabón más de una cadena en la que el denominador común es el modo personalista de un presidente que perdió la unanimidad popular entre los hinchas de Boca

Abr 29, 2025 - 21:14
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El rey desnudo: la estatua de Riquelme se zarandea como nunca antes

Hasta los más fanáticos empiezan a no encontrar argumentos para defender a Juan Román Riquelme, el magnífico futbolista que naufraga con su personalista liderazgo dirigencial. La estatua se zarandea como jamás nadie se imaginó, aunque siempre tendrá acólitos embanderados en el recuerdo del excepcional jugador. Pero eso pertenece al pasado. Su gobierno total –porque como vicepresidente de Jorge Ameal, también él ejercía la jefatura- está tapizado de decepciones. De promesas incumplidas, fracasos y sospechas.

Riquelme, inconformista, que desestabilizaba con sus estudiadas apariciones públicas cuando estaba al margen de la conducción, ahora ni despide a sus empleados. Envía emisarios y se mantiene en un silencio que aturde. “Se juega como se vive”, exclama un viejo axioma futbolero, pero él lo desafía: en la cancha asumía las urgencias, y desde afuera, hace tiempo que parece provocarlas.

Preso de sus palabras, las contradicciones guían su mandato. “Como club tenés que tener claro que camino querés, porque si vamos a cambiar cada un año, veremos cuando la pegamos”, explicaba y subrayaba la necesidad de proyectos duraderos. Ya en funciones… Russo, Battaglia, Ibarra, Almirón, Martínez, Gago y ahora será el cuarto interinato de Herrón… antes del próximo elegido. Todo en algo más de cinco años. Un rayo improvisador.Fernando Gago, el día de su presentación de Gago como DT de Boca: el crédito se agotó en seis meses

“La Copa Libertadores vale como 10 campeonatos argentinos. Ganar un torneo local con Boca es importante, pero ganar la Copa Libertadores es ser un buen jugador de fútbol. Si querés demostrar que sos bueno, tenés que ganar la copa. Si estás tres o cuatro años en Boca, algún campeonato vas a ganar, alguna Copa Argentina vas a ganar”, reclamaba vuelo internacional, desatendiendo el ámbito local. Boca hace dos temporadas que no participa de la Libertadores. Este año ni pertenece a la Sudamericana. Y ni celebra un título fronteras adentro desde marzo de 2023, la Supercopa Argentina ante Patronato. La involución ante la vista de todos.

“Estoy cansado de que los gallinas sigan festejando”, exclamó Riquelme en uno de sus discursos de campaña en Florencio Varela, a poco más de una semana de tomar el poder a finales de 2019. Desde entonces se enfrentaron en 13 superclásicos, con cinco victorias millonarias, tres para el Xeneize y otros cinco empates, con dos festejos boquenses en la definición por penales. Si antes Riquelme estaba harto, ahora también debe estar frustrado porque la inercia no se detuvo. Es más, la actual es la ventaja más exigua a favor de Boca en el historial (92 a 88) desde el 23 de marzo de 1997 cuando empataron 3-3 por el Torneo Clausura, en el Monumental.Gago derrotado, Gallardo detrás: una metáfora del superclásico

Astuto, desconfiado, conflictivo, fascinante, provocador, creativo, ocurrente, líder y controlador. Todos esos han interactuado en Riquelme. Muchas veces se comportó como un divo al acecho, siempre consciente de su capacidad de daño. Estratego al fin, la gestión le iba a exigir elevarse y reunir a la familia boquense con un poder único, el del ídolo, quizás el mito también. Lo ha desaprovechado removiendo heridas.

Riquelme se lanzó hace algo más de cinco años a un campo en el que ya no tendría privilegios, esos que buscó imponer mientras jugó. Asumió el riesgo al bajarse del Olimpo, y ese coraje fue elogiable, pero no ha entendido que los liderazgos que generan adhesión se nutren de los consensos. Nunca le interesaron, entonces eligió el coro adulador, la fricción y la bipolaridad amigo/enemigo porque siempre sintió que contaba con ventaja: el pedestal popular. Quizás digiera por estas horas que el amor no es para siempre porque la Bombonera tampoco es ‘el patio de su casa’, como declama. Boca está por arriba de él, aunque le cueste.

No es el único culpable, claro, pero desde el momento que impuso un estilo tan absorbente e imperativo le caben todos los señalamientos. Ni los socios conocen a los integrantes de la comisión directiva. Boca cuenta con un plantel descompensado en algunos puestos, sí, y tiene demasiados jugadores desabridos en la cancha e irrespetuosos con la conducta de un profesional de elite, también. Y de esos defectos tampoco puede correrse Riquelme porque él los ha elegido y los apaña desde su gen ‘jugadorista’ que protege a los futbolistas y expone a los entrenadores.Riquelme en las bambalinas del sorteo del Mundial de Clubes: Boca jugará ese torneo con el séptimo entrenador de su gestión, en apenas cinco años

“Este año va a ser divertido”, supo desafiar Román frente a un oleaje de inconformismo que empezaba a embravecerse. Nadie se ríe en Boca, parado en un escenario inverosímil: aunque marcha puntero y se encuentra a cuatro partidos de ser campeón, muchos hinchas están desahuciados. Eso tendría que atormentarlo a Riquelme: les rompió el corazón. Confirmó lo que muchos intuían alrededor de sus aptitudes, pero especialmente le falló a su feligresía. El cerebro constante en la debacle es él. “Boca puede vivir sin mí, pero yo no sin Boca”, reveló hace unas semanas. No fue una declaración de amor, sino la confesión de su autoritarismo. Un reinado oscuro.