Aurora (nombre ficticio para preservar su identidad) es de ojos vidriosos. Para tomar asiento escoge el mismo sillón desde el que manifestó por primera vez que habían abusado sexualmente de ella. Coge aire, carraspea y reconstruye su pesar. Ocurrió no hace tanto, durante su jornada laboral. Aturdida, confundida y desconcertada acudió a la comisaría más cercana aquella misma noche para denunciar a su agresor. Le temblaban las manos. Durante la conversación con este periódico menciona en varias ocasiones que sintió miedo, «sobre todo a contarlo públicamente». Creía ser responsable de su pena. «Llegué a pensar que quizá fui yo quien provocó que esa persona hiciera lo que me hizo», relata. Pero «ahora sé que no debo sentirme culpable». Verbalizar que...
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