El Papa de Los Nadies que irritaba a las derechas
Hoy, eso sí, como buenos fariseos, se santiguan y lloran por el fallecimiento de Francisco, pero en el fondo rezan para que el próximo cónclave elija a un nuevo pontífice acorde a su ideario político: que no defienda los derechos de los migrantes, los homosexuales y las mujeres o que considere un acto de legítima defensa lo que es un genocidio y calle ante los pederastas Francisco, el Papa “llegado del fin del mundo” que abogó por una reforma integral de la Iglesia Cuentan que el cónclave más largo de la historia duró 33 meses y fue el que eligió en 1268 al papa Gregorio X. El más corto fue el de la elección de Julio II en 1503, que apenas duró unas horas. Los purpurados encerrados en la Capilla Sixtina aquel 13 de marzo de 2013 emplearon poco más de 25 horas en designar a Jorge María Bergoglio. Ese mismo día, el argentino que se convirtió en el primer papa jesuita y latinoamericano tomó el nombre de Francisco, en honor al santo que fue símbolo de humildad y servicio a los pobres. Él mismo contaría, después, que el santo que había inspirado su nombre era un hombre pobre: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre, y para los pobres”, que serían Los Nadies de Eduardo Galeano: “Los dueños de nada. Los ningunos, los ninguneados… Los jodidos, rejodidos. Los que no son, aunque sean. Los que no tienen cara, sino brazos. Los que no tienen nombre, sino número. Los que cuestan menos que la bala que los mata”. Por eso Francisco cambió las joyas de oro por una cruz de hierro oscurecido y un anillo de plata. Y por eso sustituyó los impolutos mocasines rojos tan del gusto de su predecesor por unos zapatos de cordones negros que había llevado en Buenos Aires al zapatero para que les cambiaran las suelas antes de partir hacia el cónclave en Roma. Eran solamente detalles, pero en una institución como la Iglesia, con 2.000 años de liturgia, símbolos y tradiciones, la austeridad de Francisco supuso toda una revolución, incluso un sacrilegio para los más puristas. Y no únicamente por el vestir, sino porque también renunció al lujoso coche oficial y aparte de la escolta, cambió el papamóvil por un ‘jeep’ y eligió una modesta habitación en la residencia de Santa Marta en lugar del apartamento pontificio del Palacio Apostólico. Luego, buscó el enfoque más social de la Iglesia, lavó los pies a los migrantes, criticó el capitalismo, cargó contra la destrucción del medio ambiente, predicó la compasión, clamó contra el genocidio en Gaza y hasta plantó cara a Donald Trump. Sin duda, deja una huella significativa en la Iglesia, pero también fuera de ella. De hecho, consiguió lo nunca visto hasta ahora en el mundo: una izquierda que celebraba los mensajes del sumo pontífice y una derecha que aborrecía su papado y lo que Francisco predicaba. Algunos ateos le aplaudían y algunos católicos, desconcertados, le insultaban sin recato, como hizo el botarate Milei el día que dijo aquello de que “si una persona es gay y busca al señor, ¿quién soy yo para juzgar a nadie?”. “Zurdo hijo de puta que andas pregonando el comunismo por el mundo. Sos el representante del maligno en la casa de dios”, escribió el presidente argentino en su cuenta de X. Aquí, en España, los del himno, la bandera y la misa diaria no llegaron a tanto, pero sí andaban descolocados porque creían que lo predicado por la Iglesia y lo dispuesto por la derecha éramos indisociables después de 40 años de nacionalcatolicismo. Eso de que un Papa defendiera “un salario universal” y “la reducción de la jornada laboral” como medidas para un mayor acceso de todos al trabajo solo eran zarandajas de los rojos que son unos vagos. Si además pedía a los medios de comunicación, como hizo Francisco, que acabase “con la lógica de la post verdad, la desinformación, la calumnia, la difamación y esa fascinación enfermiza por el escándalo” es que el Papa no estaba bien de la cabeza. Y si proponía que la Iglesia católica bendijera a parejas en situación ‘irregular’ (matrimonios civiles, parejas de hecho o uniones de personas del mismo sexo) era un síntoma de que el representante de su dios en la tierra era la encarnación del mal. Hoy, eso sí, como buenos fariseos se santiguan y lloran su fallecimiento, aunque en el fondo rezan para que el próximo cónclave elija a un nuevo Papa acorde a su ideario político, que no comulgue con los derechos de los migrantes, los homosexuales y las mujeres o que considere un acto de legítima defensa de Israel lo que a todas luces es un genocidio del pueblo palestino y calle ante los pederastas.

Hoy, eso sí, como buenos fariseos, se santiguan y lloran por el fallecimiento de Francisco, pero en el fondo rezan para que el próximo cónclave elija a un nuevo pontífice acorde a su ideario político: que no defienda los derechos de los migrantes, los homosexuales y las mujeres o que considere un acto de legítima defensa lo que es un genocidio y calle ante los pederastas
Francisco, el Papa “llegado del fin del mundo” que abogó por una reforma integral de la Iglesia
Cuentan que el cónclave más largo de la historia duró 33 meses y fue el que eligió en 1268 al papa Gregorio X. El más corto fue el de la elección de Julio II en 1503, que apenas duró unas horas. Los purpurados encerrados en la Capilla Sixtina aquel 13 de marzo de 2013 emplearon poco más de 25 horas en designar a Jorge María Bergoglio. Ese mismo día, el argentino que se convirtió en el primer papa jesuita y latinoamericano tomó el nombre de Francisco, en honor al santo que fue símbolo de humildad y servicio a los pobres.
Él mismo contaría, después, que el santo que había inspirado su nombre era un hombre pobre: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre, y para los pobres”, que serían Los Nadies de Eduardo Galeano: “Los dueños de nada. Los ningunos, los ninguneados… Los jodidos, rejodidos. Los que no son, aunque sean. Los que no tienen cara, sino brazos. Los que no tienen nombre, sino número. Los que cuestan menos que la bala que los mata”.
Por eso Francisco cambió las joyas de oro por una cruz de hierro oscurecido y un anillo de plata. Y por eso sustituyó los impolutos mocasines rojos tan del gusto de su predecesor por unos zapatos de cordones negros que había llevado en Buenos Aires al zapatero para que les cambiaran las suelas antes de partir hacia el cónclave en Roma.
Eran solamente detalles, pero en una institución como la Iglesia, con 2.000 años de liturgia, símbolos y tradiciones, la austeridad de Francisco supuso toda una revolución, incluso un sacrilegio para los más puristas. Y no únicamente por el vestir, sino porque también renunció al lujoso coche oficial y aparte de la escolta, cambió el papamóvil por un ‘jeep’ y eligió una modesta habitación en la residencia de Santa Marta en lugar del apartamento pontificio del Palacio Apostólico. Luego, buscó el enfoque más social de la Iglesia, lavó los pies a los migrantes, criticó el capitalismo, cargó contra la destrucción del medio ambiente, predicó la compasión, clamó contra el genocidio en Gaza y hasta plantó cara a Donald Trump.
Sin duda, deja una huella significativa en la Iglesia, pero también fuera de ella. De hecho, consiguió lo nunca visto hasta ahora en el mundo: una izquierda que celebraba los mensajes del sumo pontífice y una derecha que aborrecía su papado y lo que Francisco predicaba. Algunos ateos le aplaudían y algunos católicos, desconcertados, le insultaban sin recato, como hizo el botarate Milei el día que dijo aquello de que “si una persona es gay y busca al señor, ¿quién soy yo para juzgar a nadie?”.
“Zurdo hijo de puta que andas pregonando el comunismo por el mundo. Sos el representante del maligno en la casa de dios”, escribió el presidente argentino en su cuenta de X. Aquí, en España, los del himno, la bandera y la misa diaria no llegaron a tanto, pero sí andaban descolocados porque creían que lo predicado por la Iglesia y lo dispuesto por la derecha éramos indisociables después de 40 años de nacionalcatolicismo. Eso de que un Papa defendiera “un salario universal” y “la reducción de la jornada laboral” como medidas para un mayor acceso de todos al trabajo solo eran zarandajas de los rojos que son unos vagos.
Si además pedía a los medios de comunicación, como hizo Francisco, que acabase “con la lógica de la post verdad, la desinformación, la calumnia, la difamación y esa fascinación enfermiza por el escándalo” es que el Papa no estaba bien de la cabeza. Y si proponía que la Iglesia católica bendijera a parejas en situación ‘irregular’ (matrimonios civiles, parejas de hecho o uniones de personas del mismo sexo) era un síntoma de que el representante de su dios en la tierra era la encarnación del mal. Hoy, eso sí, como buenos fariseos se santiguan y lloran su fallecimiento, aunque en el fondo rezan para que el próximo cónclave elija a un nuevo Papa acorde a su ideario político, que no comulgue con los derechos de los migrantes, los homosexuales y las mujeres o que considere un acto de legítima defensa de Israel lo que a todas luces es un genocidio del pueblo palestino y calle ante los pederastas.