El muro comercial de Trump incluye una lógica fiscal que lo acerca a las obsesiones de Milei
Hasta ahora no han aparecido economistas o académicos que consideren razonable la suba universal de aranceles que Donald Trump anunció la semana pasada. Exfuncionarios de administraciones anteriores de Estados Unidos ni siquiera comprenden cómo semejante decisión fue avalada por los actuales responsables económicos de la gestión republicana. Scott Bessent, secretario del Tesoro, dejó en claro que en el fondo es un plan que está basado en la visión geopolítica de su presidente: sostuvo que responde a temas de seguridad nacional y minimizó el riesgo a que produzca una recesión en territorio estadounidense, como temen muchos analistas del sistema financiero.Donde puede haber alguna lógica, aunque la Casa Blanca no la promociona demasiado, es en el plano fiscal. La suba de aranceles, que tiene un piso de 10% para países como la Argentina pero llega a 54% en el caso de China, a 21% para Taiwan, 25% para Corea del Sur y 20% a la Unión Europea, no deja de ser un impuesto a las importaciones. Apunta a desalentar las compras externas pero al mismo tiempo se vuelve un factor de recaudación, como lo fue en la Argentina el impuesto PAIS. La diferencia, en este caso, es que no se trata de un valor uniforme.ExportacionesA Trump le gusta la motosierra de Javier Milei. Por eso le dio luz verde a Elon Musk para utilizarla, pero también aspira a conseguir recursos fiscales que le permitan reducir el enorme déficit fiscal que anotó EE.UU. en 2024, equivalente a 6,3% del PBI. Parte de ese gasto, que también incrementa el nivel de la deuda pública, viene del mantenimiento que hace su país del sistema militar de la OTAN.Trump recurrió a una herramienta desequilibrante, porque al fijar aranceles para todos los países que comercian con EE.UU., el desvío de comercio puede ser monumental. Ahora, lo que hay que tener en cuenta es que el presidente americano aplicó tarifas que son un punto de partida. Bessent, el titular del Tesoro, admitió ayer que 50 países ya comenzaron a negociar acuerdos bilaterales (entre ellos la Argentina) para mejorar su situación.Trump quiere que los estadounidenses gasten menos en comprar a países que tienen subsidios indirectos en sus exportaciones, como China, y que vuelquen esos recursos en productos locales. Tiene un argumento, y tiene un objetivo, que es equilibrar el déficit de cuenta corriente, que llegó a 3,9% del PBI. ¿Ocurrirá eso en el corto plazo? Es probable que no, y nadie sabe bien a ciencia cierta qué consecuencias traerá esta estrategia.Trump piensa en bajar sus déficits, al igual que su "presidente favorito". Solo le falta hablar de la casta.

Hasta ahora no han aparecido economistas o académicos que consideren razonable la suba universal de aranceles que Donald Trump anunció la semana pasada. Exfuncionarios de administraciones anteriores de Estados Unidos ni siquiera comprenden cómo semejante decisión fue avalada por los actuales responsables económicos de la gestión republicana. Scott Bessent, secretario del Tesoro, dejó en claro que en el fondo es un plan que está basado en la visión geopolítica de su presidente: sostuvo que responde a temas de seguridad nacional y minimizó el riesgo a que produzca una recesión en territorio estadounidense, como temen muchos analistas del sistema financiero.
Donde puede haber alguna lógica, aunque la Casa Blanca no la promociona demasiado, es en el plano fiscal. La suba de aranceles, que tiene un piso de 10% para países como la Argentina pero llega a 54% en el caso de China, a 21% para Taiwan, 25% para Corea del Sur y 20% a la Unión Europea, no deja de ser un impuesto a las importaciones. Apunta a desalentar las compras externas pero al mismo tiempo se vuelve un factor de recaudación, como lo fue en la Argentina el impuesto PAIS. La diferencia, en este caso, es que no se trata de un valor uniforme. Exportaciones
A Trump le gusta la motosierra de Javier Milei. Por eso le dio luz verde a Elon Musk para utilizarla, pero también aspira a conseguir recursos fiscales que le permitan reducir el enorme déficit fiscal que anotó EE.UU. en 2024, equivalente a 6,3% del PBI. Parte de ese gasto, que también incrementa el nivel de la deuda pública, viene del mantenimiento que hace su país del sistema militar de la OTAN.
Trump recurrió a una herramienta desequilibrante, porque al fijar aranceles para todos los países que comercian con EE.UU., el desvío de comercio puede ser monumental. Ahora, lo que hay que tener en cuenta es que el presidente americano aplicó tarifas que son un punto de partida. Bessent, el titular del Tesoro, admitió ayer que 50 países ya comenzaron a negociar acuerdos bilaterales (entre ellos la Argentina) para mejorar su situación.
Trump quiere que los estadounidenses gasten menos en comprar a países que tienen subsidios indirectos en sus exportaciones, como China, y que vuelquen esos recursos en productos locales. Tiene un argumento, y tiene un objetivo, que es equilibrar el déficit de cuenta corriente, que llegó a 3,9% del PBI. ¿Ocurrirá eso en el corto plazo? Es probable que no, y nadie sabe bien a ciencia cierta qué consecuencias traerá esta estrategia.
Trump piensa en bajar sus déficits, al igual que su "presidente favorito". Solo le falta hablar de la casta.