El monumento catalán que jamás pudimos disfrutar
Esta majestuosa catedral, proyectada para ser uno de los grandes templos góticos del Mediterráneo, se enfrentó a plagas, guerras y la amenaza constante del EbroLa catedral de Toledo, la “más rica del mundo” en patrimonio, avanza en su VIII Centenario En plena Edad Media, Tortosa no era una ciudad cualquiera. A orillas del Ebro, era uno de los principales núcleos de poder de la Corona de Aragón. Con gran control sobre el comercio fluvial, un obispado de enorme extensión y rentas eclesiásticas considerables, la ciudad pedía a gritos una catedral que estuviera a la altura de su prestigio. En realidad, no una, sino dos. La primera se inició en el siglo XII, tras la conquista cristiana de Ramon Berenguer IV. Abierta al culto tras dos décadas de trabajos, fue durante más de un siglo una catedral viva, aunque inconclusa. Pero el verdadero sueño llegó con el obispo Desprats, que en 1339 reclamó una nueva iglesia: más grande, más solemne, más adecuada para la gloria de Dios. Influencias francesas y una obra que se eterniza La gótica Tortosa fue una catedral marcada desde el principio por la ambición. Bernat d’Alguaire, picapedrero encargado de iniciar las obras en 1347, viajó a Aviñón para estudiar las nuevas catedrales francesas y traer consigo los planos más modernos. El objetivo era claro: erigir un templo que bebiera directamente del estilo gótico del país vecino, con una verticalidad y una complejidad estructural hasta entonces inéditas en Cataluña. Pero la peste negra de 1348 lo detuvo todo. Alguaire desapareció de los registros, las obras se paralizaron durante décadas y, cuando se retomaron, avanzaron a trompicones. Ni siquiera la consagración del altar mayor en 1441 supuso una garantía de estabilidad: el Ebro, tan presente como amenaza, empezó a afectar a los cimientos, y los problemas financieros complicaron aún más los trabajos. La lucha contra el Ebro y los caprichos del barroco Durante siglos, la construcción de la catedral avanzó entre interrupciones, cambios de gusto y dificultades estructurales. El terreno inestable obligó a reforzar pilares, modificar planos y aplicar soluciones de emergencia. A finales del siglo XVIII, el maestro Francesc Melet llegó a introducir cuñas de madera para evitar que una parte del templo “se viniera hacia abajo”. Y si el gótico fue el alma del templo, el barroco rompió con todo. La capilla de la Cinta, la sacristía y la fachada fueron reformadas siguiendo la estética pomposa del siglo XVII, con mármol de Carrara y una iconografía exuberante. Pero no todos lo celebraron: desde el propio cronista de la catedral, Josep Matamoros, hasta el arquitecto Martí d'Abària, que llegó a dimitir, se alzaron voces críticas contra este “capricho” que rompía la armonía del conjunto. Una catedral que mira al Ebro... y al pasado La catedral de Tortosa, a medio camino entre lo gótico y lo barroco, sigue siendo uno de los grandes monumentos del sur de Cataluña. Pero también una historia de lo que pudo ser y no fue. Un templo nacido con aspiraciones de grandeza europea, pero que nunca alcanzó el esplendor que soñaron sus impulsores. Hoy, la catedral sigue en pie, majestuosa, abrazada por las aguas del Ebro. Desde sus piedras se puede leer una historia de ambición, adversidad y resistencia. Y aunque jamás se disfrutó como se había proyectado, pocos monumentos en nuestro país resumen mejor la lucha entre el arte, la historia… y la naturaleza.

Esta majestuosa catedral, proyectada para ser uno de los grandes templos góticos del Mediterráneo, se enfrentó a plagas, guerras y la amenaza constante del Ebro
La catedral de Toledo, la “más rica del mundo” en patrimonio, avanza en su VIII Centenario
En plena Edad Media, Tortosa no era una ciudad cualquiera. A orillas del Ebro, era uno de los principales núcleos de poder de la Corona de Aragón. Con gran control sobre el comercio fluvial, un obispado de enorme extensión y rentas eclesiásticas considerables, la ciudad pedía a gritos una catedral que estuviera a la altura de su prestigio.
En realidad, no una, sino dos. La primera se inició en el siglo XII, tras la conquista cristiana de Ramon Berenguer IV. Abierta al culto tras dos décadas de trabajos, fue durante más de un siglo una catedral viva, aunque inconclusa.
Pero el verdadero sueño llegó con el obispo Desprats, que en 1339 reclamó una nueva iglesia: más grande, más solemne, más adecuada para la gloria de Dios.
Influencias francesas y una obra que se eterniza
La gótica Tortosa fue una catedral marcada desde el principio por la ambición. Bernat d’Alguaire, picapedrero encargado de iniciar las obras en 1347, viajó a Aviñón para estudiar las nuevas catedrales francesas y traer consigo los planos más modernos.
El objetivo era claro: erigir un templo que bebiera directamente del estilo gótico del país vecino, con una verticalidad y una complejidad estructural hasta entonces inéditas en Cataluña.
Pero la peste negra de 1348 lo detuvo todo. Alguaire desapareció de los registros, las obras se paralizaron durante décadas y, cuando se retomaron, avanzaron a trompicones.
Ni siquiera la consagración del altar mayor en 1441 supuso una garantía de estabilidad: el Ebro, tan presente como amenaza, empezó a afectar a los cimientos, y los problemas financieros complicaron aún más los trabajos.
La lucha contra el Ebro y los caprichos del barroco
Durante siglos, la construcción de la catedral avanzó entre interrupciones, cambios de gusto y dificultades estructurales. El terreno inestable obligó a reforzar pilares, modificar planos y aplicar soluciones de emergencia.
A finales del siglo XVIII, el maestro Francesc Melet llegó a introducir cuñas de madera para evitar que una parte del templo “se viniera hacia abajo”.
Y si el gótico fue el alma del templo, el barroco rompió con todo. La capilla de la Cinta, la sacristía y la fachada fueron reformadas siguiendo la estética pomposa del siglo XVII, con mármol de Carrara y una iconografía exuberante.
Pero no todos lo celebraron: desde el propio cronista de la catedral, Josep Matamoros, hasta el arquitecto Martí d'Abària, que llegó a dimitir, se alzaron voces críticas contra este “capricho” que rompía la armonía del conjunto.
Una catedral que mira al Ebro... y al pasado
La catedral de Tortosa, a medio camino entre lo gótico y lo barroco, sigue siendo uno de los grandes monumentos del sur de Cataluña. Pero también una historia de lo que pudo ser y no fue. Un templo nacido con aspiraciones de grandeza europea, pero que nunca alcanzó el esplendor que soñaron sus impulsores.
Hoy, la catedral sigue en pie, majestuosa, abrazada por las aguas del Ebro. Desde sus piedras se puede leer una historia de ambición, adversidad y resistencia. Y aunque jamás se disfrutó como se había proyectado, pocos monumentos en nuestro país resumen mejor la lucha entre el arte, la historia… y la naturaleza.