La noche del sábado había sido larga en Valencia. Muy larga de ruidos y corta de silencios. En los alrededores de la calle Bailén los petardos eran incesantes. Y no sólo de esos que venden en los tenderetes a 1,50. Junto a la estación de tren más de uno pegó un sainete. Por allí desfilaban amores rotos -«¡me la ha liado, me la ha liado!», gritaba uno con edad de hacer la mili- y romances de una madrugada. O eso pensábamos por la frialdad con la que se despedían el de Cuenca y la de Albacete. 'Mil ojos escondía la noche' desde el ventanal del Zenit, uno de los cuarteles generales de la afición, que se hizo eco de esa...
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