El Cristo de las Cinco Llagas de la Trinidad, con potencias por primera vez en su historia
El Cristo de las Cinco Llagas se ha presentado por primera vez desde su hechura por Luis Álvarez Duarte en el año 2002, con potencias junto a la corona de espinas. Los hermanos acordaron en el Cabildo General recoger en el reglamento sobre la estación de penitencia «la obligatoriedad de que la imagen porte sus atributos de divinidad» . Según la corporación, «con la colocación de las potencias se culmina su iconografía, cargada de simbolismo teológico y reforzando la concepción de Cristo como Rey y Salvador, resaltando su divinidad incluso en los momentos de su pasión y sufrimiento». La combinación de potencias y corona de espinas subraya «una verdad teológica fundamental: Cristo es siempre Dios, incluso en los momentos de mayor humillación y sufrimiento. En esta representación se integran los conceptos de luz y sacrificio, de gloria y entrega, manifestando la plenitud del Misterio Pascual», tal y como ha explicado la hermandad de la Trinidad. Las potencias son «un atributo esencial en la iconografía cristiana, expresan la divinidad de Jesucristo y su triple condición de Profeta, Sacerdote y Rey. Proceden del despiece del nimbo crucífero, cuya tradición se remonta al arte bizantino y se ha desarrollado a través de las representaciones carolingias, románicas y góticas. Estas tres llamaradas de luz simbolizan la plenitud de la gracia, la omnipotencia y la omnisciencia de Cristo, atributos esenciales de su naturaleza divina». La liturgia y la teología afirman que «Jesús debe llevar en todo momento sus potencias, incluso en los pasajes en los que su humanidad fue ultrajada. La costumbre de representarlo sin ellas para enfatizar su condición humana resulta incongruente, especialmente cuando otras figuras secundarias en la escena portan aureolas de santidad. Así, el uso de las potencias reafirma su condición divina, sin opacar el sufrimiento que enfrentó por la redención de la humanidad». Junto a las potencias, la corona de espinas adquiere una «relevancia fundamental en la iconografía pasionista. Este elemento recuerda que, a pesar de la burla de los soldados romanos, Cristo fue y es el Rey de reyes. Su imposición en la pasión no sólo representa el desprecio al que fue sometido, sino también la paradoja de su victoria a través del sacrificio. La corona de espinas simboliza su doble función: la del Siervo Sufriente anunciado en Isaías y la del Mesías Conquistador del Apocalipsis». Además, su significado se vincula con la caída del hombre en el pecado original. En el libro del Génesis, los espinos y cardos son parte de la maldición que recayó sobre la humanidad tras la desobediencia de Adán y Eva. Así, la corona de espinas, lejos de ser un mero instrumento de tortura, se convierte en un símbolo de redención: Cristo, con su sacrificio, carga sobre sí la maldición del pecado para librar al mundo de ella.
El Cristo de las Cinco Llagas se ha presentado por primera vez desde su hechura por Luis Álvarez Duarte en el año 2002, con potencias junto a la corona de espinas. Los hermanos acordaron en el Cabildo General recoger en el reglamento sobre la estación de penitencia «la obligatoriedad de que la imagen porte sus atributos de divinidad» . Según la corporación, «con la colocación de las potencias se culmina su iconografía, cargada de simbolismo teológico y reforzando la concepción de Cristo como Rey y Salvador, resaltando su divinidad incluso en los momentos de su pasión y sufrimiento». La combinación de potencias y corona de espinas subraya «una verdad teológica fundamental: Cristo es siempre Dios, incluso en los momentos de mayor humillación y sufrimiento. En esta representación se integran los conceptos de luz y sacrificio, de gloria y entrega, manifestando la plenitud del Misterio Pascual», tal y como ha explicado la hermandad de la Trinidad. Las potencias son «un atributo esencial en la iconografía cristiana, expresan la divinidad de Jesucristo y su triple condición de Profeta, Sacerdote y Rey. Proceden del despiece del nimbo crucífero, cuya tradición se remonta al arte bizantino y se ha desarrollado a través de las representaciones carolingias, románicas y góticas. Estas tres llamaradas de luz simbolizan la plenitud de la gracia, la omnipotencia y la omnisciencia de Cristo, atributos esenciales de su naturaleza divina». La liturgia y la teología afirman que «Jesús debe llevar en todo momento sus potencias, incluso en los pasajes en los que su humanidad fue ultrajada. La costumbre de representarlo sin ellas para enfatizar su condición humana resulta incongruente, especialmente cuando otras figuras secundarias en la escena portan aureolas de santidad. Así, el uso de las potencias reafirma su condición divina, sin opacar el sufrimiento que enfrentó por la redención de la humanidad». Junto a las potencias, la corona de espinas adquiere una «relevancia fundamental en la iconografía pasionista. Este elemento recuerda que, a pesar de la burla de los soldados romanos, Cristo fue y es el Rey de reyes. Su imposición en la pasión no sólo representa el desprecio al que fue sometido, sino también la paradoja de su victoria a través del sacrificio. La corona de espinas simboliza su doble función: la del Siervo Sufriente anunciado en Isaías y la del Mesías Conquistador del Apocalipsis». Además, su significado se vincula con la caída del hombre en el pecado original. En el libro del Génesis, los espinos y cardos son parte de la maldición que recayó sobre la humanidad tras la desobediencia de Adán y Eva. Así, la corona de espinas, lejos de ser un mero instrumento de tortura, se convierte en un símbolo de redención: Cristo, con su sacrificio, carga sobre sí la maldición del pecado para librar al mundo de ella.
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