El caballero que pasó de luchar junto a Juana de Arco a ser considerado el primer asesino en serie, ¿y si era inocente?
Terror medieval - Aunque su confesión fue obtenida bajo amenaza de tortura, los testimonios contra Gilles de Rais coincidían en detalles espantososCómo una noche de cuentos bajo la lluvia dio origen a Frankenstein Gilles de Rais era culpable. No hay una sola prueba material, y su confesión fue arrancada bajo amenaza de tortura, pero su historia no encaja en el molde de una mera conspiración política. Su caída no fue una ejecución preventiva, como la de su compañera de armas Juana de Arco, ni el resultado de un proceso inquisitorial contra herejes incómodos. Su juicio reveló una acumulación de horrores demasiado detallada, demasiado persistente, demasiado uniforme en los testimonios como para ser una farsa bien orquestada. Durante años, el barón de Rais derrochó su fortuna en excentricidades, hasta que su familia logró que el rey le prohibiera seguir vendiendo tierras. Ahogado económicamente, se entregó a la alquimia y a la magia negra, convencido de que podría fabricar oro o invocar fuerzas sobrenaturales que le devolvieran su esplendor. Fue en ese momento cuando su reputación, que ya era escandalosa, se volvió aterradora. Un desfile de testimonios espantosos Los rumores sobre niños desaparecidos comenzaron a extenderse por Bretaña: aldeanos que ofrecían a sus hijos como sirvientes nunca volvían a verlos, pequeños pastores que salían al campo y no regresaban, aprendices de artesanos que parecían esfumarse de buenas a primeras. Todo un asesino en serie. El primero de la historia si se hace caso a los expertos. Gilles de Rais se volvió prácticamente loco cuando se arrunió Cuando fue arrestado en 1440, la justicia eclesiástica y la civil se encargaron de su caso en paralelo. La Iglesia lo acusó de herejía y depravación, y la justicia ordinaria lo juzgó por secuestro, tortura y asesinato de menores. Su juicio fue un desfile de testimonios espantosos: sirvientes describieron cómo el barón elegía a sus víctimas, se deleitaba en su sufrimiento y luego ordenaba que sus cuerpos fueran quemados para borrar el rastro. Uno de ellos, Jean L’Homme, declaró que “experimentaba más placer asesinando a los niños, viendo separarse sus cabezas y sus miembros, y observando cómo se debilitaban y corría su sangre, que conociéndolos carnalmente”. Un intento fallido de limpiar su nombre Pero si todo esto fue cierto, ¿por qué tanta gente ha intentado limpiar su nombre? Algunos historiadores han señalado que no hay pruebas físicas y que los testimonios de sus sirvientes fueron obtenidos bajo coacción. Otros han argumentado que el duque de Bretaña, que se benefició directamente de su ejecución al quedarse con sus tierras, tenía razones de sobra para eliminarlo. En 1992, un tribunal no oficial revisó el caso y lo declaró inocente, argumentando que todo había sido una maniobra política. Sin embargo, esta revisión fue más un ejercicio literario que un análisis riguroso de los hechos, y la mayoría de los expertos consideran que el veredicto original era correcto.

Terror medieval - Aunque su confesión fue obtenida bajo amenaza de tortura, los testimonios contra Gilles de Rais coincidían en detalles espantosos
Cómo una noche de cuentos bajo la lluvia dio origen a Frankenstein
Gilles de Rais era culpable. No hay una sola prueba material, y su confesión fue arrancada bajo amenaza de tortura, pero su historia no encaja en el molde de una mera conspiración política. Su caída no fue una ejecución preventiva, como la de su compañera de armas Juana de Arco, ni el resultado de un proceso inquisitorial contra herejes incómodos. Su juicio reveló una acumulación de horrores demasiado detallada, demasiado persistente, demasiado uniforme en los testimonios como para ser una farsa bien orquestada.
Durante años, el barón de Rais derrochó su fortuna en excentricidades, hasta que su familia logró que el rey le prohibiera seguir vendiendo tierras. Ahogado económicamente, se entregó a la alquimia y a la magia negra, convencido de que podría fabricar oro o invocar fuerzas sobrenaturales que le devolvieran su esplendor. Fue en ese momento cuando su reputación, que ya era escandalosa, se volvió aterradora.
Un desfile de testimonios espantosos
Los rumores sobre niños desaparecidos comenzaron a extenderse por Bretaña: aldeanos que ofrecían a sus hijos como sirvientes nunca volvían a verlos, pequeños pastores que salían al campo y no regresaban, aprendices de artesanos que parecían esfumarse de buenas a primeras. Todo un asesino en serie. El primero de la historia si se hace caso a los expertos.
Cuando fue arrestado en 1440, la justicia eclesiástica y la civil se encargaron de su caso en paralelo. La Iglesia lo acusó de herejía y depravación, y la justicia ordinaria lo juzgó por secuestro, tortura y asesinato de menores. Su juicio fue un desfile de testimonios espantosos: sirvientes describieron cómo el barón elegía a sus víctimas, se deleitaba en su sufrimiento y luego ordenaba que sus cuerpos fueran quemados para borrar el rastro.
Uno de ellos, Jean L’Homme, declaró que “experimentaba más placer asesinando a los niños, viendo separarse sus cabezas y sus miembros, y observando cómo se debilitaban y corría su sangre, que conociéndolos carnalmente”.
Un intento fallido de limpiar su nombre
Pero si todo esto fue cierto, ¿por qué tanta gente ha intentado limpiar su nombre? Algunos historiadores han señalado que no hay pruebas físicas y que los testimonios de sus sirvientes fueron obtenidos bajo coacción. Otros han argumentado que el duque de Bretaña, que se benefició directamente de su ejecución al quedarse con sus tierras, tenía razones de sobra para eliminarlo.
En 1992, un tribunal no oficial revisó el caso y lo declaró inocente, argumentando que todo había sido una maniobra política. Sin embargo, esta revisión fue más un ejercicio literario que un análisis riguroso de los hechos, y la mayoría de los expertos consideran que el veredicto original era correcto.
Al final, el jurado de 1440 no tuvo dudas. Lo condenaron a la horca y a la hoguera, y la sentencia se cumplió el 26 de octubre de ese mismo año en Nantes. En un giro absurdo, sus últimas palabras de arrepentimiento lo convirtieron en una especie de ejemplo de penitencia cristiana, y su muerte fue seguida por tres días de duelo en la ciudad. Aún más absurdo es que, en los siglos posteriores, algunos padres azotaban a sus hijos en el aniversario de su ejecución para recordarles lo que sucede cuando se cae en la perversión.
Gilles de Rais no fue un chivo expiatorio ni una víctima de la política medieval. Fue un hombre cuya crueldad desbordó incluso los estándares brutales de su época. Con o sin pruebas físicas, con o sin conspiraciones en su contra, la brutalidad de los testimonios, el perfil de sus crímenes y la coherencia de su confesión lo condenan más allá de cualquier tribunal.