Desalmados con armas o desarmados con alma
Desalmados con armas o desarmados con alma. De los primeros tenemos ejemplos en los cinco continentes y muy peligrosos, de los segundos en Europa somos muchos y salieron el sábado último a las calles de Roma a defender el alma europea. Lástima que la manifestación no se haya replicado en las capitales de los 27 estados de la UE, pero todo se andará más pronto que tarde. La Unión Europea se ha construido impulsada por el deseo unánime de no caer en los errores del siglo pasado con dos terribles guerras mundiales y la utilización por primera vez de armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Ahora, cuando Bruselas acelera un rearme, conviene recordar que la carrera armamentista es un riesgo y que necesita ser alimentada sin descanso. Pero, sobre todo, es aplicar soluciones obsoletas a problemas como las guerras híbridas que necesitan un abordaje multisectorial y no simples hazañas bélicas. En la invasión de Ucrania, el objetivo principal de los ataques rusos ha sido la infraestructura energética. Kiev no había apostado por las energías renovables porque dependía de la energía nuclear y del petróleo y el gas de Moscú. La falta de una producción distribuida de energías limpias ha aumentado la vulnerabilidad del país invadido y como consecuencia las calamidades sufridas por la población civil. En Gaza, los paneles solares son uno de los objetos más codiciados por sus habitantes. Sin embargo, cuando se habla de defensa y seguridad se insiste muy poco en las soluciones que aportan resiliencia a las comunidades y a los territorios. Más que armamento convencional: tanques, obuses... Hoy se necesitan recursos de inteligencia, redes de satélites, erradicar la desinformación digital, defender las infraestructuras críticas, garantizar los servicios públicos y devolver la confianza en el sistema democrático. Más que iniciar la carrera del rearme hay que regresar a las mesas de negociación del desarme, de los tratados de no proliferación nuclear. Sí, hay que restituir la confianza entre los pueblos por muy utópica e ingenua que suene esta propuesta en un presente tan distópico como el actual. Hay que debatir a fondo en los 27 parlamentos el destino de los miles de millones de euros que se van invertir en defensa y seguridad, porque no se puede consentir que haya un mercado único, una moneda única como el euro y no haya un ejército europeo único. No se trata de aumentar el presupuesto militar, hay que gastarlo mejor y con más eficacia. Tenemos una deuda con la gente que ha salido a la calle en Roma y con la que quiere salir en todos los países para gritar que el alma de Europa es la paz, el respeto a todos los derechos humanos y, sobre todo, que rechazamos ser unos desalmados con armas.
Desalmados con armas o desarmados con alma. De los primeros tenemos ejemplos en los cinco continentes y muy peligrosos, de los segundos en Europa somos muchos y salieron el sábado último a las calles de Roma a defender el alma europea. Lástima que la manifestación no se haya replicado en las capitales de los 27 estados de la UE, pero todo se andará más pronto que tarde. La Unión Europea se ha construido impulsada por el deseo unánime de no caer en los errores del siglo pasado con dos terribles guerras mundiales y la utilización por primera vez de armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Ahora, cuando Bruselas acelera un rearme, conviene recordar que la carrera armamentista es un riesgo y que necesita ser alimentada sin descanso. Pero, sobre todo, es aplicar soluciones obsoletas a problemas como las guerras híbridas que necesitan un abordaje multisectorial y no simples hazañas bélicas. En la invasión de Ucrania, el objetivo principal de los ataques rusos ha sido la infraestructura energética. Kiev no había apostado por las energías renovables porque dependía de la energía nuclear y del petróleo y el gas de Moscú. La falta de una producción distribuida de energías limpias ha aumentado la vulnerabilidad del país invadido y como consecuencia las calamidades sufridas por la población civil. En Gaza, los paneles solares son uno de los objetos más codiciados por sus habitantes. Sin embargo, cuando se habla de defensa y seguridad se insiste muy poco en las soluciones que aportan resiliencia a las comunidades y a los territorios. Más que armamento convencional: tanques, obuses... Hoy se necesitan recursos de inteligencia, redes de satélites, erradicar la desinformación digital, defender las infraestructuras críticas, garantizar los servicios públicos y devolver la confianza en el sistema democrático. Más que iniciar la carrera del rearme hay que regresar a las mesas de negociación del desarme, de los tratados de no proliferación nuclear. Sí, hay que restituir la confianza entre los pueblos por muy utópica e ingenua que suene esta propuesta en un presente tan distópico como el actual. Hay que debatir a fondo en los 27 parlamentos el destino de los miles de millones de euros que se van invertir en defensa y seguridad, porque no se puede consentir que haya un mercado único, una moneda única como el euro y no haya un ejército europeo único. No se trata de aumentar el presupuesto militar, hay que gastarlo mejor y con más eficacia. Tenemos una deuda con la gente que ha salido a la calle en Roma y con la que quiere salir en todos los países para gritar que el alma de Europa es la paz, el respeto a todos los derechos humanos y, sobre todo, que rechazamos ser unos desalmados con armas.
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