Creyentes en busca de Papa, ¿o es viceversa?

Ahora los creyentes buscan otro Papa, porque todos necesitamos referentes. Lo que quizá descubran hoy muchos lectores es que también los escritores los buscan. El libro es sobre todo un lugar donde encontrarse con otra alma Con permiso del papa Francisco, que en paz descanse, este miércoles es el Día del Libro. Desde su liderazgo espiritual, como persona con poder, ofreció su voz a quienes la vida les ha dado poco más que mala suerte. Sólo por eso ya brilla su hoja de servicios a la humanidad.  Pese a mi agnosticismo, me resulta fácil hablar de libros y de fe desde que leí a uno de los mayores poetas en lengua española: San Juan de la Cruz, nacido Juan de Yepes. Cuentan sus biógrafos que estando a punto de morir, pidió que le leyeran El Cantar de los cantares, otra gran obra literaria. Oyó las campañas que de madrugada llamaban al rezo y dijo: “Ya voy a cantar los maitines en el cielo”. Y murió. Por ahí los habrá cantado de madrugada con Bergoglio. Las fascinantes liturgias de sucesión vaticanas llevan la gravedad pesada de los siglos. Pero pienso en algo que reconfortara las almas humanas antes del cristianismo y viene a mi memoria la Biblioteca de Alejandría. Hablemos de libros, pues, sin olvidar lo que la Iglesia sabe: que las necesidades espirituales de Sapiens no cejan nunca.  Hay una nueva generación a la que no va a ser fácil engañar. Lo sabemos por el auge de la lectura que muestran los datos. El último barómetro de Hábitos de lectura y compra de libros (con datos de 2024), revela que en las generaciones Z y Alfa (nacidos entre 1996 y 2010), los lectores alcanzan el 75%. Esto significa que entre los más jóvenes hay un 10% más de lectores que en la generación anterior. La estafita de que la ignorancia te hace libre empieza a retroceder. Los más jóvenes han nacido ya en un mundo de likes sin fricciones, que nos libra de la incomodidad encerrándonos en cajas de resonancia. Saben lo aburrido que resulta que todo sea igual a uno mismo. Tienen al libro por una compañía exigente. Lo es. Nos demanda nuestro recurso más asaltado hoy: la atención. Sospecho que los jóvenes se han dado cuenta -y eso empieza a ser una victoria- de que nuestra atención vale millones. Y puestos a regalarla, han dicho: démosela a los libros. O sea, a nosotros. Sin embargo, cuando le prestamos atención, el libro nos pide más: compromiso. ¿Qué otra cosa es leer 300 páginas cuando vivimos entre memes? Nos pide el compromiso de llegar a otro lugar, de acabar el viaje a otras vidas, a distintas épocas, a sociedades desconocidas. De atrevernos a haber cambiado al terminar una lectura. Es un compromiso muy serio acompañar a otra alma humana viendo cómo la hoja afilada de su mente va diseccionando el mundo. Somos valientes cuando estamos dispuestos a asombrarnos. Pero ahí no acaba todo. Cuando le decimos al libro: “De acuerdo, me comprometo”, aún pide más. Nos desafía, nos lleva la contraria (¡ChatGPT nunca  lo haría!), nos muestra los matices de las cosas. Y la gama de emociones humanas, más allá de la ira y el odio. Un libro se atreve a pedirnos que tengamos la mente abierta para hacernos dudar.  El libro obliga. Pero en el mundo sin fricción la exigencia es lo único que puede extraer lo mejor de nosotros mismos. Los Z y los Alfa se han dado cuenta.  Los libros nos retribuyen de manera acorde. Y ahora pluralizo porque la paradoja de la lectura es que hay libros malos (alguno incluso lo he escrito yo, pero tranquilas, no se ha publicado), pero no hay lectura mala. Si le damos nuestra atención, compromiso y apertura de mente, un mal libro nos llevará a un buen libro. E incluso si nunca salimos de los libros malos, las conexiones neuronales necesarias para dar vida a esas señales inertes del alfabeto, habrán hecho algo por nosotros.  Estamos en un largo paréntesis, semejante al que señaló Flaubert respecto a la Antigüedad: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre”. A ver qué hacemos en este momento único. El hombre Bergoglio supo hacer algo valioso.  Ahora los creyentes buscan otro Papa, porque todos necesitamos referentes. Lo que quizá descubran hoy muchos lectores es que también los escritores los buscan. El libro es sobre todo un lugar donde encontrarse con otra alma. Si el sucesor de Francisco, cuando lo encuentren, admite que también ha de salir a buscar nuevos creyentes, continuará la humanización de la Iglesia impulsada por Francisco.

Abr 23, 2025 - 06:13
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Creyentes en busca de Papa, ¿o es viceversa?

Creyentes en busca de Papa, ¿o es viceversa?

Ahora los creyentes buscan otro Papa, porque todos necesitamos referentes. Lo que quizá descubran hoy muchos lectores es que también los escritores los buscan. El libro es sobre todo un lugar donde encontrarse con otra alma

Con permiso del papa Francisco, que en paz descanse, este miércoles es el Día del Libro. Desde su liderazgo espiritual, como persona con poder, ofreció su voz a quienes la vida les ha dado poco más que mala suerte. Sólo por eso ya brilla su hoja de servicios a la humanidad. 

Pese a mi agnosticismo, me resulta fácil hablar de libros y de fe desde que leí a uno de los mayores poetas en lengua española: San Juan de la Cruz, nacido Juan de Yepes. Cuentan sus biógrafos que estando a punto de morir, pidió que le leyeran El Cantar de los cantares, otra gran obra literaria. Oyó las campañas que de madrugada llamaban al rezo y dijo: “Ya voy a cantar los maitines en el cielo”. Y murió. Por ahí los habrá cantado de madrugada con Bergoglio.

Las fascinantes liturgias de sucesión vaticanas llevan la gravedad pesada de los siglos. Pero pienso en algo que reconfortara las almas humanas antes del cristianismo y viene a mi memoria la Biblioteca de Alejandría. Hablemos de libros, pues, sin olvidar lo que la Iglesia sabe: que las necesidades espirituales de Sapiens no cejan nunca. 

Hay una nueva generación a la que no va a ser fácil engañar. Lo sabemos por el auge de la lectura que muestran los datos. El último barómetro de Hábitos de lectura y compra de libros (con datos de 2024), revela que en las generaciones Z y Alfa (nacidos entre 1996 y 2010), los lectores alcanzan el 75%. Esto significa que entre los más jóvenes hay un 10% más de lectores que en la generación anterior. La estafita de que la ignorancia te hace libre empieza a retroceder.

Los más jóvenes han nacido ya en un mundo de likes sin fricciones, que nos libra de la incomodidad encerrándonos en cajas de resonancia. Saben lo aburrido que resulta que todo sea igual a uno mismo. Tienen al libro por una compañía exigente. Lo es. Nos demanda nuestro recurso más asaltado hoy: la atención. Sospecho que los jóvenes se han dado cuenta -y eso empieza a ser una victoria- de que nuestra atención vale millones. Y puestos a regalarla, han dicho: démosela a los libros. O sea, a nosotros.

Sin embargo, cuando le prestamos atención, el libro nos pide más: compromiso. ¿Qué otra cosa es leer 300 páginas cuando vivimos entre memes? Nos pide el compromiso de llegar a otro lugar, de acabar el viaje a otras vidas, a distintas épocas, a sociedades desconocidas. De atrevernos a haber cambiado al terminar una lectura. Es un compromiso muy serio acompañar a otra alma humana viendo cómo la hoja afilada de su mente va diseccionando el mundo. Somos valientes cuando estamos dispuestos a asombrarnos. Pero ahí no acaba todo. Cuando le decimos al libro: “De acuerdo, me comprometo”, aún pide más. Nos desafía, nos lleva la contraria (¡ChatGPT nunca  lo haría!), nos muestra los matices de las cosas. Y la gama de emociones humanas, más allá de la ira y el odio. Un libro se atreve a pedirnos que tengamos la mente abierta para hacernos dudar. 

El libro obliga. Pero en el mundo sin fricción la exigencia es lo único que puede extraer lo mejor de nosotros mismos. Los Z y los Alfa se han dado cuenta. 

Los libros nos retribuyen de manera acorde. Y ahora pluralizo porque la paradoja de la lectura es que hay libros malos (alguno incluso lo he escrito yo, pero tranquilas, no se ha publicado), pero no hay lectura mala. Si le damos nuestra atención, compromiso y apertura de mente, un mal libro nos llevará a un buen libro. E incluso si nunca salimos de los libros malos, las conexiones neuronales necesarias para dar vida a esas señales inertes del alfabeto, habrán hecho algo por nosotros. 

Estamos en un largo paréntesis, semejante al que señaló Flaubert respecto a la Antigüedad: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre”. A ver qué hacemos en este momento único. El hombre Bergoglio supo hacer algo valioso. 

Ahora los creyentes buscan otro Papa, porque todos necesitamos referentes. Lo que quizá descubran hoy muchos lectores es que también los escritores los buscan. El libro es sobre todo un lugar donde encontrarse con otra alma. Si el sucesor de Francisco, cuando lo encuentren, admite que también ha de salir a buscar nuevos creyentes, continuará la humanización de la Iglesia impulsada por Francisco.

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