Animales en el Vaticano: de elefantes en el renacimiento a jilgueros heridos y biografías con gatos
En los edificios del Vaticano solo se permite la entrada de perros guía, pero deben ir con bozal y correa.

El fallecimiento del papa Francisco ha puesto en el centro de la actualidad al Vaticano y a sus tradiciones, lo que nos da una oportunidad también para detenernos en una faceta muy poco conocida de la Santa Sede: su relación con los animales. Aunque hoy en día está prohibido tener animales de compañía dentro de sus muros, no siempre fue así. De hecho, a lo largo de la historia, han convivido en el corazón de la iglesia elefantes y jilgueros, pasando por gatos, cabras y hasta rinocerontes.
El Vaticano, el Estado más pequeño del mundo, no permite actualmente la presencia de animales de compañía, ni siquiera de los más populares, como perros o gatos. Esta restricción no responde a una aversión hacia ellos, tal como han declarado en numerosas ocasiones, sino a razones prácticas: es un lugar de trabajo y oración, donde el trasiego diario, la vigilancia constante y los protocolos de seguridad harían difícil atender correctamente a un animal. La única excepción permitida son los perros guía, e incluso estos deben portar correa y bozal para moverse entre los edificios gubernamentales de la Ciudad del Vaticano.
El esplendor de la antigua ‘casa de fieras’ papal
Sin embargo, durante siglos, la situación fue muy diferente. Desde el siglo XIII y hasta bien entrado el siglo veinte, el Vaticano albergó una verdadera ‘ménagerie’ en los jardines del Cortile del Belvedere. Un leopardo, avestruces, ciervos, camellos, aves tropicales, osos e incluso rinocerontes y elefantes formaban parte de una exhibición tan diplomática como simbólica.
Estas colecciones de animales exóticos funcionaban como una muestra de poder y alcance geopolítico. En plena Edad Media y Renacimiento, regalar un animal extraordinario al papa era una forma de ganar su favor o de demostrar la riqueza y la rareza de un país lejano. Así sucedió con Hanno, el famoso elefante blanco que el rey Manuel I de Portugal envió a Roma como presente para el papa León X en 1514. Hanno se convirtió en una celebridad en la corte pontificia y llegó a participar en procesiones, además de inspirar poemas y esculturas. Su muerte prematura, tras una intervención veterinaria fallida, provocó tal pena al pontífice que encargó un fresco conmemorativo a Rafael.
Durante el traslado de la sede papal a Aviñón, Francia, en el siglo XIV, también se replicó esta práctica, instalando en el Palacio de los Papas leones, jabalíes y ciervos. En cierto modo, los animales contribuían a consolidar la legitimidad del poder papal, incluso en el exilio.
Uno de los últimos pontífices en mantener esta tradición fue León XIII (1878–1903), que permitía que gacelas africanas pasearan libremente por los jardines. Según los testigos, en una ocasión una de ellas le saltó encima, provocando el susto inmediato de la Guardia Suiza. El papa, lejos de inmutarse, bromeó: “¿De verdad creíais que una gacela podría derrotar a un león?”.
Esta fascinación por la fauna exótica ha dejado incluso huella en la toponimia vaticana. Dentro del Palacio Apostólico, el patio delimitado por el Cortile di San Damaso, el Cortile del Maresciallo y el de la Torre Borgia aún se conoce como Cortile dei Papagalli, es decir, el patio de los loros (o papagayos). En otros palacios papales de los antiguos Estados Pontificios existían también salas denominadas Sala dei Papagalli, nombres que, sin duda, hacen referencia directa a la presencia habitual de estas coloridas aves como parte del entorno cotidiano de la corte papal.
Hoy, aunque ya no quedan ejemplares de aquellos loros exóticos, no resulta raro ver los destellos verdes de las cotorras de Kramer, convertidas en especie invasora en buena parte de Roma, incluido el propio Vaticano.
Gatos y jilgueros: los papas más animaleros
Uno de los pontífices más cercanos a los animales en la era moderna fue Benedicto XVI. Aunque no podía tener mascotas dentro del Vaticano, su devoción por los gatos era bien conocida. En sus años como teólogo en Alemania, un gato de la calle le acompañaba a misa y a sus clases, ganándose el cariño de toda la comunidad. Ya como obispo de Múnich tuvo a Chico, un gato con quien mantenía una relación cercana hasta su marcha a Roma en 1981, momento en el que se vio obligado a regalarlo.
La afinidad felina de Benedicto XVI no pasaba desapercibida y el Vaticano aprobó la publicación de Joseph y Chico, una biografía ilustrada contada desde la perspectiva de su gato. Según testigos, los gatos comunitarios acudían a su encuentro cuando salía del Vaticano, y no eran raras las escenas en las que varios felinos lo seguían hasta el interior, provocando comentarios jocosos entre los guardias que hacían la vista gorda de la ‘transgresión’.
También Pío XII, en los años cuarenta y cincuenta, mostró sensibilidad hacia los animales. Se le atribuyen frases en defensa de los insectos, a los que tenía solicitado que los jardineros no mataran, y un especial afecto por Gretel, una jilguero hembra herida a la que cuidó personalmente. Gretel convivía con otras aves en cautividad como canarios, pero era su favorita: le acompañaba mientras trabajaba y cenaba, y le 'recordaba' con saltos y trinos cuándo debía irse a dormir.
Los animales del Vaticano en la actualidad
Las normas actuales prohíben tener animales dentro de los muros vaticanos, ya se trate de residentes o de visitantes. En 2014, una organización italiana proanimales solicitó formalmente al papa Francisco que revirtiera esta norma, pero la petición no prosperó. El motivo dado por la autoridad vaticana insistió en que no es doctrinal, sino logístico: el ritmo de trabajo, las limitaciones de seguridad y la ausencia de condiciones adecuadas para animales dificultan su presencia.
De hecho, incluso un papa podría modificar esta norma, pero ninguno lo ha considerado viable. La vida de un pontífice está marcada por restricciones constantes, desde sus desplazamientos hasta la rutina dentro de su residencia. Un perro, por ejemplo, requeriría asistencia constante, espacio, paseos y protección frente a potenciales amenazas.
Pese a su escasa presencia actual, ya sea en forma de anécdotas, de mascotas queridas que marcaron infancias o de animales exóticos que protagonizaron capítulos insólitos de la historia, el legado animal del Vaticano promete continuar ofreciendo curiosos testimonios.