Angel Correa, el jugador número 12 de Simeone en Atlético de Madrid, lanza un extraordinario mensaje al mundo del fútbol
En diez temporadas, el campeón del mundo nunca fue un titular indiscutido en el equipo del Cholo; su valor en los tramos finales y la comparación con Ginóbili en los Spurs
“Cuando entra, siempre pasan cosas”.
Ángel Correa llegó a Atlético de Madrid el 26 de mayo de 2014, a cambio de unos 7 millones de euros por la estrella naciente de San Lorenzo, un puñado de meses después campeón de la Copa Libertadores por primera vez en su historia.
“Me gustaría quedarme en el Atlético para siempre”, sostenía el pichón de crack, de 19 años. La idea era prestarlo a Rayo Vallecano para foguearse, para entrar en calor, un rumor que duró apenas unos incómodos días. “Todavía me falta mucho para parecerme al Kun Agüero”, se reía, ante la exagerada comparación con la estrella de tantas noches de fuego en el viejo Vicente Calderón.
Siempre se reía. Y lo sigue haciendo. Incluso, días después del 18 de junio de ese mismo año, cuando en el hospital Monte Sinaí de Nueva York fue operado de un tumor benigno del corazón. Le salvaron la vida… y la carrera.
Diego Simeone lo quiere mucho. Como hombre y como conductor. Sin embargo, van 10 años que caminan juntos y, más allá de los tres trofeos que atesora, nunca se impuso en el equipo de memoria, según transcurren los años. Eso sí: se convirtió en uno de los mejores suplentes de Europa. Tal vez, el mejor.
Algo así como el Manu Ginóbili del Cholo Simeone.
A lo largo de los años, mantuvieron charlas amables, efervescentes, incómodas, conmovedoras. Simeone no lo deja volar. Y el campeón del mundo (solo actuó en Qatar durante los cuatro minutos finales en reemplazo de Alexis Mac Allister en el 3-0 sobre Croacia) conoce su libreto a la perfección. “Ángel tiene ese nombre por algo. Es un jugador especial y él lo sabe, tiene un lugar importantísimo en el equipo. Él es consciente de que es fundamental, en ocasiones como jugador número 12 del equipo”.
“A Ángel le cuesta aceptar su papel en el equipo; pero siempre que entra, pasan cosas. Yo se lo digo, discutimos, y cuando entra, aporta mucho al equipo. Es increíblemente importante”.
Entra y la rompe… o al menos se destaca. Como Manu en aquellos años dorados en San Antonio Spurs, al mando de Gregg Popovich, que también adoraba al bahiense, uno de los tres mejores deportistas argentinos de todos los tiempos. Por ejemplo: el rosarino jugó los últimos 23 minutos en el eléctrico empate 4-4 frente a Barcelona, en el Camp Nou; entró cuando el partido estaba 2-3 y, al rato, 2-4. El Aleti, con Angelito sobre el campo, descontó, primero. Empató, después.
La misma cantidad de minutos (23) que el sábado pasado, cuando marcó el último grito en el 3-0 sobre Valencia. Y 13 minutos con Celta, 14 con Real Madrid, 30 con Getafe (un gol, una asistencia) y así. Siempre así. Sólo actuó durante 329 minutos en 2025 entre la liga, la Copa del Rey y la Champions League; apenas dos veces como titular, en el 1-1 contra Villarreal (por la liga) y en el 4-0 sobre Elche (Copa del Rey).
Siete goles, cinco asistencias y explosión pura en grajeas en 1138 minutos en la temporada 24/25. ¿Su incidencia se puede asociar con la zurda mágica de Manu?
La comparación con el básquetbol, en este caso, tiene fundamentos para ser cuestionada. A diferencia del fútbol, los cambios son ilimitados. Entonces, el que es titular entra y sale tantas veces como el entrenador lo considere necesario. Y, siempre y cuando el duelo sea parejo, es más importante estar en la cancha en el final… que en el principio.
Pero es muy tentador ver los puntos en común que tiene la situación de Correa, aceptando ceder protagonismo para darle soluciones a Simeone en momentos muy puntuales.
Lo que pasó en la NBA con Manu Gibóbili fue disruptivo. Cuando el legendario Gregg Popovich le explicó la idea, que iba absolutamente en contramano respecto de la cultura norteamericana, al bahiense no le gustó. Pero con el tiempo lo entendió y se convirtió en un símbolo de esa estrategia.
¿En qué consistía? En un deporte en espacios reducidos, con tanto ritmo y que, además, se juega casi todos los días, el desgaste físico es enorme. No hay basquetbolista que aguante los 48 minutos. En algún momento, los titulares descansan. Lo que Popovich interpretó es que llevando a un jugador con nivel de titular a lo que se denomina “la segunda unidad”, la intensidad y jerarquía del juego de su equipo iba a ser continua, mientras los adversarios bajaban el nivel.
Manu tuvo que aceptar dar un paso atrás, para el bien del equipo. Y eso no le impidió ganar títulos, ser la tapa de las revistas y hasta firmar contratos máximos. Siendo suplente, sí.
La “Cultura Ginóbili” tuvo el punto más alto en 2008, cuando ganó el premio al mejor Sexto hombre de la NBA... y tampoco le gustó. Decía que no entendía lo que significaba. “Lo agradezco, pero ¿qué quiere decir? Soy el mejor entre los malos”.
Algo más: en sus 16 temporadas en la NBA, Ginóbili fue titular en más del 60% de los partidos en solo tres ocasiones. Y en dos de ellas, en 2004/05 y 2010/11, le dieron elecciones al All Star (la otra fue la 2005/06, pero sin designación en el renombrado partido de figuras).
No es casual. El fin de semana de las Estrellas es el espectáculo del individualismo y la vanidad. En el que el juego se transforma en un show de monerías más que en un deporte profesional.
Como sea, el ejemplo de Manu se difundió y varios jugadores con perfil de estrellas empezaron a aceptar ese rol: Jason Terry, James Harden, Jamal Crawford y Lou Williams, entre otros. Hoy, el mejor ejemplo es el pivote de Minnesota, Naz Reid.
Y Angelito, en el fútbol y en Europa.
Alcanzó los 456 partidos con la camiseta roja y blanca: se convirtió en el sexto jugador con más presencias en la historia del club, al superar a Juan Carlos Aguilera. Únicamente está por detrás de Koke (672), Abelardo (553), Tomás Reñones (483), Jan Oblak (478) y Collar (470). Con 15 encuentros más, se meterá en el Top 5.
Todo un símbolo: esta es la campaña en la que su porcentaje de titularidades es más bajo (25%). Según rubrica el Diario As, desde la temporada 17-18 hasta la 21-22 fue más titular que suplente, pero todo se transformó. En la 22-23 jugó desde el inicio en 18 partidos de 45 (40%) y en la 23-24, en 18 de 47 (38,3%).
Ahora, el explosivo arribo de Julián Álvarez y el revulsivo noruego Alexander Sorloth lo dejan aún más a un costado. El Cholo, mientras tanto, está cada día más convencido. El pequeño aventurero (1,71m) va a cumplir 30 el próximo 9. Lo piensa seguido: estuvo a punto de irse en enero, pero no hubo acuerdo y se quedó.
Cuando su ciclo en el fogoso club parecía cerrado, el fanático de Rosario Central prefirió la saludable zona de confort. Pocas veces se lesiona y suele pisar la cancha en casi 50 partidos por campaña. El auténtico jugador número 12. “Ojalá se pueda quedar con nosotros porque es importante, ya lo demostró a lo largo de su historia desde que llegó al club. Si se quiere ir, si se va, le agradeceremos todo lo que hizo por el equipo. Si se queda, le exigiremos lo que nos da, porque puede”, advertía el volcánico conductor, antes de darle otro abrazo.
Julián lo admira. “Siempre nos da una mano, tiene humildad y fortaleza mental para resolver en pocos minutos”, le dice públicamente. Angelito agacha la cabeza y le mete para adelante. “Jugar en equipo”, debe pensar, mientras se sienta en el banco, convencido de que va a entrar y de que algo bueno va a pasar.