Almas marcadas: un elenco fotogénico, escenas de amor y sexo, peleas y tensiones para un resultado tan prolijo como previsible
Estrenos de cine.

Almas marcadas (Marked Men: Rule + Shaw, Estados Unidos/2025). Dirección: Nick Cassavetes. Guion: Sharon Soboil, Jay Crownover. Fotografía: Kenji Katori. Edición: Jim Flynn. Música: George Kallis. Elenco: Chase Stokes, Sydney Taylor, Ella Ballinska, Michael Bradway, Alexander Ludwig, Nancy De Mayo. Calificación: No disponible. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 93 minutos. Nuestra opinión: regular.
Los éxitos de la literatura juvenil siguen siendo rendidores. Eso demuestra esta adaptación de la primera entrega de la saga “Marked Men” de la escritora Jay Crownover, publicada por primera vez en 2012 (hoy ya suma seis novelas en total). Los protagonistas son Rule y Shaw, dos amigos, y luego amantes, habitantes de la ciudad de Denver, cuya historia encarna lo esencial del género: gente linda, romance y erotismo, algunas tensiones de clase y traumas familiares, tatuajes y fiestas nocturnas. La flamante llegada a la pantalla trae lo esperable, un elenco fotogénico, los exteriores invernales de Colorado, el reciclado de “Time After Time” de Cyndi Lauper como tema de despedida, y escenas de amor y sexo, torsos desnudos, peleas de chicos y alguna villana. Un cóctel destinado al perfecto consumidor.
La elección de Nick Cassavetes como director, con sus consabidos méritos para revitalizar el género romántico después del éxito de Diario de una pasión (2004), con Ryan Gosling y Rachel McAdams, podía sugerir de entrada el asomo de algo distintivo. Pues, no, en Almas marcadas termina pesando el formato estándar, la estructura previsible, los personajes movidos por las necesidades de la trama, y una factura digital limpia y sin matices atractivos.
Al inicio de la película conocemos a Rule (Chase Stokes), un tatuador con pasado atormentado: su hermano gemelo murió en un accidente, él se siente culpable, su familia revive el velorio cada domingo entre caras tristes y tragos de alcohol. Rule asiste a esas ceremonias de auto castigo con Shaw (Sydney Taylor), amiga de la infancia, chica rica algo rebelde que estudia en la ciudad y trabaja en bares como pasatiempo. Mientras Rule ve desfilar por sus sábanas a las chicas más lindas del lugar, Shaw, a quien él llama Casper por su condición de simpático fantasma, suspira en silencio. Para “definir” al galán bastan algunos aforismos sobre el tatuaje como arte y una hojeada al libro gordo de Mondrian, mientras para Shaw alcanza con su condición de enamorada, y ciertas confesiones risueñas con su mejor amiga.
Lo que sigue es el devenir de ese romance “inesperado”, el miedo al compromiso, las escenas de montaje que resumen sexo urgente y noviazgo, y ya anticipan las nubes de la separación. Aquí la película combina las tradicionales fantasías en torno a la virginidad femenina, con ciertos destellos de actualidad en las conversaciones entre chicas que equilibran el cuadro: ni muy moderno, ni tan arcaico. Lo mismo con los chicos: son sensibles, pero no escatiman en sonoros golpes de puño cuando las palabras no alcanzan, o cuando la historia requiere afirmar los roles bien distribuidos. Una de cal, una de arena.
Es difícil pensar si Cassavetes tenía otra alternativa que hacer lo que hizo, una película de fórmula, sin riesgo ni mayor creatividad que la que le ofrece ese best-seller literario. El recuerdo de una de sus primeras películas como director, Cuando vuelve el amor (1997), con Sean Penn, Robin Wright y John Travolta, auguraba otro rumbo, pero es cierto que allí había un guion original de su padre, John Cassavetes. Luego, la experiencia de Diario de una pasión podría haberle garantizado un mínimo de autoridad: la elección de un elenco con más gracia, la exploración de personajes secundarios que no sean meros estereotipos planos y algún diálogo que supere los lugares comunes. Pero al parecer ya no es tiempo para esas audacias, la industria se ha refugiado en terreno seguro y las fórmulas están a salvo. Por lo menos hasta que alguien decida quebrarlas.