Acerca de los ciclos y la paciencia activa

Dos cosas enseña el estar conectado con el planeta. La primera, que existen ciclos. Sobre los cajoncitos con especias que hay en una de las mesadas de mi cocina, dos veces al año, por la tarde, el sol acaricia morosamente los frasquitos de diversa alcurnia y edad. Una, cuando el sol se mueve al sur, hacia el final de la primavera; la otra, cuando regresa al norte, ahora, en las postrimerías del verano. La lenta danza anual del sol es inevitable, como las mareas y la niebla, que aquí aparece puntual con los primeros fríos del otoñoLa segunda lección es que hay cierto orden. Se prepara la tierra, luego se siembra, después se cuida y finalmente se cosecha. No hay nada en el planeta que sea instantáneo. Nada del todo. Lo descubrí el otro día, mirando el perejil en mi campito. Suena raro que el perejil inspire reflexiones, pero tengo una explicación. Como casi cualquiera que se va a vivir a un lugar con mucho verde, me propuse, en su momento, tener las aromáticas básicas. Compré –a un precio que ahora veo que era obsceno– un sobrecito de semillas de perejil. Usé acaso diez. Germinaron, claro. Solo que acá el suelo es ácido. El perejil ama el suelo ácido, así que sin que lo notara mucho, las plantitas prosperaron y se propagaron. En la siguiente temporada había perejiles por todos lados. Más aún, dejé que una planta se diera al gusto de crecer sin freno. Llegó a tener más de dos metros de altura. Cuando sus frutos estuvieron maduros llené bolsas con semillas; literalmente. No necesité usarlas. Nuevas plantitas estaban creciendo por todos lados.Los ciclos te educan en la humildad. La humildad te enseña a prepararte, en lugar de ir por el mundo a los tumbos e improvisadamente. La paciencia que lleva de la siembra a la cosecha no es una simple espera. Es una espera activa, consciente e informada. No alcanza con aguardar. Hay que saber cuándo y cómo sembrar y hay que saber cuándo y cómo cosechar. Sin ánimo exportador, algunos años planto soja. Si se la cosecha verde, en un punto justo del verde, sirve para hacer edamame, que es una delicia.Estar desconectados del mundo y, todavía más, caer en la tentación de lo fácil y los instantáneo, conduce a otro traspié. Solemos encandilarnos con el fotograma, en lugar de advertir que el ganador en el podio, la obra maestra o esos romeros de postal mediterránea son el resultado de años de esfuerzo, de paciencia activa, de formación, de trabajo, de montones de sinsabores y frustraciones, de volver a intentarlo, como escribió Kipling, con herramientas ya gastadas.Hay todavía otra lección que el planeta nos enseña, y también conduce a la humildad. Como el maracuyá es mi fruta favorita, decidí hace mucho plantar unas semillas. Me entusiasmó la energía con que esta vigorosa enredadera, prima de la pasionaria, empezó a crecer. En un par de veranos ya estaba para ir a tierra. Avanzó entonces abrazándose al alambrado perimetral que linda con la laguna. Un año después había cientos de flores, repletas de abejorros, que son los únicos que las pueden polinizar (esta planta tiene un polen muy pesado), y supuse que solo era cuestión de esperar las frutas. Pero una persona que sabe mucho de esto me advirtió que esos maracuyás nunca iban a madurar en nuestro clima. Tenía razón. Con una vuelta de tuerca. Para el cuarto verano, y como por pura testarudez la había dejado extenderse, ahora era una densa enredadera de siete metros. Entonces llegó una tormenta feroz, la enredadera funcionó como vela y arrancó el alambrado. Recuerdo estar bajo la lluvia, tratando a la vez de izar el alambrado, mientras docenas de bichos me picaban, y de evitar que mis perras se escaparan, todas embarradas, rumbo a la laguna. No fue mi mejor momento. Por una vez, había desoído la voz del planeta. Y eso, queridos amigos, siempre se paga.

Feb 19, 2025 - 06:36
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Acerca de los ciclos y la paciencia activa

Dos cosas enseña el estar conectado con el planeta. La primera, que existen ciclos. Sobre los cajoncitos con especias que hay en una de las mesadas de mi cocina, dos veces al año, por la tarde, el sol acaricia morosamente los frasquitos de diversa alcurnia y edad. Una, cuando el sol se mueve al sur, hacia el final de la primavera; la otra, cuando regresa al norte, ahora, en las postrimerías del verano. La lenta danza anual del sol es inevitable, como las mareas y la niebla, que aquí aparece puntual con los primeros fríos del otoño

La segunda lección es que hay cierto orden. Se prepara la tierra, luego se siembra, después se cuida y finalmente se cosecha. No hay nada en el planeta que sea instantáneo. Nada del todo. Lo descubrí el otro día, mirando el perejil en mi campito.

Suena raro que el perejil inspire reflexiones, pero tengo una explicación. Como casi cualquiera que se va a vivir a un lugar con mucho verde, me propuse, en su momento, tener las aromáticas básicas. Compré –a un precio que ahora veo que era obsceno– un sobrecito de semillas de perejil. Usé acaso diez. Germinaron, claro. Solo que acá el suelo es ácido. El perejil ama el suelo ácido, así que sin que lo notara mucho, las plantitas prosperaron y se propagaron. En la siguiente temporada había perejiles por todos lados. Más aún, dejé que una planta se diera al gusto de crecer sin freno. Llegó a tener más de dos metros de altura. Cuando sus frutos estuvieron maduros llené bolsas con semillas; literalmente. No necesité usarlas. Nuevas plantitas estaban creciendo por todos lados.

Los ciclos te educan en la humildad. La humildad te enseña a prepararte, en lugar de ir por el mundo a los tumbos e improvisadamente. La paciencia que lleva de la siembra a la cosecha no es una simple espera. Es una espera activa, consciente e informada. No alcanza con aguardar. Hay que saber cuándo y cómo sembrar y hay que saber cuándo y cómo cosechar. Sin ánimo exportador, algunos años planto soja. Si se la cosecha verde, en un punto justo del verde, sirve para hacer edamame, que es una delicia.

Estar desconectados del mundo y, todavía más, caer en la tentación de lo fácil y los instantáneo, conduce a otro traspié. Solemos encandilarnos con el fotograma, en lugar de advertir que el ganador en el podio, la obra maestra o esos romeros de postal mediterránea son el resultado de años de esfuerzo, de paciencia activa, de formación, de trabajo, de montones de sinsabores y frustraciones, de volver a intentarlo, como escribió Kipling, con herramientas ya gastadas.

Hay todavía otra lección que el planeta nos enseña, y también conduce a la humildad. Como el maracuyá es mi fruta favorita, decidí hace mucho plantar unas semillas. Me entusiasmó la energía con que esta vigorosa enredadera, prima de la pasionaria, empezó a crecer. En un par de veranos ya estaba para ir a tierra. Avanzó entonces abrazándose al alambrado perimetral que linda con la laguna. Un año después había cientos de flores, repletas de abejorros, que son los únicos que las pueden polinizar (esta planta tiene un polen muy pesado), y supuse que solo era cuestión de esperar las frutas. Pero una persona que sabe mucho de esto me advirtió que esos maracuyás nunca iban a madurar en nuestro clima.

Tenía razón. Con una vuelta de tuerca. Para el cuarto verano, y como por pura testarudez la había dejado extenderse, ahora era una densa enredadera de siete metros. Entonces llegó una tormenta feroz, la enredadera funcionó como vela y arrancó el alambrado.

Recuerdo estar bajo la lluvia, tratando a la vez de izar el alambrado, mientras docenas de bichos me picaban, y de evitar que mis perras se escaparan, todas embarradas, rumbo a la laguna. No fue mi mejor momento. Por una vez, había desoído la voz del planeta. Y eso, queridos amigos, siempre se paga.