5 poemas de Los andamios del mundo, de Lêdo Ivo

Pese a ser uno de los poetas extranjeros más leídos en España, todavía no había ninguna antología que resumiera la totalidad de la obra de Lêdo Ivo. Todos sus tonos están representados en esta selección que demuestra que es imposible escribir la historia de la poesía universal del siglo XX sin contar con su obra... Leer más La entrada 5 poemas de Los andamios del mundo, de Lêdo Ivo aparece primero en Zenda.

May 6, 2025 - 05:52
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5 poemas de Los andamios del mundo, de Lêdo Ivo

Pese a ser uno de los poetas extranjeros más leídos en España, todavía no había ninguna antología que resumiera la totalidad de la obra de Lêdo Ivo. Todos sus tonos están representados en esta selección que demuestra que es imposible escribir la historia de la poesía universal del siglo XX sin contar con su obra profunda y extensa como el océano medio recordado, medio soñado de sus poemas.

En Zenda ofrecemos cinco poemas de Los andamios del mundo (Visor), de Lêdo Ivo.

***

MI TIERRA

Mi patria está donde los cangrejos azules

cuando presienten la caída de la noche

buscan las lagunas entre los manglares.

 

En mi país palúdico

el peso de las lluvias dobla los árboles de anacardos

y el sol calcina las lágrimas.

 

Y una espina de mojarra

araña la porcelana del día

que la lengua del mar lame.

 

Entre avisperos

y tarántulas inmóviles

la tarde me iluminaba.

 

Yo deletreaba la herrumbre

de navíos sin nombre que el lodo

de las albuferas masticaba.

 

Recorría las galaxias.

Polvo de estrellas caía

en los cocales del tifus.

 

En el suelo de las islas pegajosas

una averiada caracola planetaria

guardaba el aroma del mundo.

 

Mi patria es el agua negra

—dulce agua llena de miasmas—

de los astilleros podridos.

 

(En la cocina, la boca asalariada

soplando carbones hacía nacer

el fuego del día).

 

Mientras yo dormía

y llovía en mi sueño, en los valles

caían trombas de agua.

 

La mañana radiante se manchaba

con la sangre oscura de la zorra

muerta en el suelo memorable.

 

Mi tierra es el nuevo camino

que el hombre abrió sin querer

en la espesura junto al arrozal.

 

Entre lagartos y pájaros plataneros

vi cómo caían los horas sobre las cercas

golpeadas por los relámpagos.

 

Fue en la infancia cuando aprendí a mirarte,

oh sol que me ilumina. Y un arcoíris

se abrió entre los papagayos en el cielo pálido.

 

Fue en la infancia cuando aprendí a amarte,

hembra, que mi asombro confundía

con las tarántulas.

 

En mi país de podridos archipiélagos

un menú de barro siempre espera

a mis hermanos congestionados.

 

Y, en los basureros, hombres y buitres,

bajo la ley de la libre competencia, ganan

el pan que Dios amasa.

 

Desde lo alto de las dunas yo veía el mundo:

escoria azul a lo lejos,

mar curvado de navíos.

 

¡Qué bellísimo era el universo!

La nube que rozaba los almacenes del puerto

refulgía en el granero de las aguas.

 

Al final de los raíles de la Great Western,

entre locomotoras sedientas

y traviesas clavadas en el agua,

 

el blanco faro de mi tierra

iluminaba siluetas de árboles de yaca acuclilladas,

siempre embarazadas como las lavanderas.

 

Oriundo de las islas inacabadas

nunca aprendí a distinguir

lo que pertenece a la tierra de lo que pertenece al agua.

 

Siempre junté en el mismo plato

las espinas de los peces

y las sobras de los sueños.

***

REAPARICIÓN DE MI PADRE

Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre

en su mañana forense.

Con un traje de cachemir aunque fuese verano

entraba y salía de los bufetes

y cruzaba la calle del Comercio

con su cartapacio marrón, gafas de tortuga

y sombrero de fieltro.

 

De vez en cuando mi padre se detenía en algún sitio:

en el registro mercantil, en una ferretería, a la puerta de

una zapatería.

Con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole

Lombard en un cartel del cine Floriano.

Entraba en el Bar Colombo a orinar.

Proseguía su camino

entre mendigos, manitas y magistrados

y se sumía en la oscuridad de un almacén.

 

Mi padre iba y venía por el centro de Maceió.

Yo asumía que estaba vivo.

Solo me rendí a su muerte lenta

cuando pasó junto a mí sin reconocerme.

Entonces supe lo que es la muerte,

y supe al mismo tiempo lo que es la vida:

un lugar soleado donde la gente conversa.

***

MI PATRIA

Mi patria no es la lengua portuguesa.

Ninguna lengua puede ser patria.

Mi patria es la tierra blanda y pegajosa en la que nací

y el viento que sopla siempre en Maceió.

Son los cangrejos que corren por el fango de los manglares

y el océano cuyas olas siguen salpicando mis pies

mientras sueño.

Mi patria son los murciélagos colgados del techo de las

iglesias carcomidas,

los locos que al atardecer bailan en el hospicio junto al mar

y el cielo encorvado por las constelaciones.

Mi patria es el silbido de los barcos

y el faro en lo alto de la colina.

Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.

Son los astilleros oxidados

y los cementerios marinos donde mis ancestros

tuberculosos y palúdicos

nunca dejan de toser y de temblar en las noches frías

y el olor a azúcar de los almacenes del puerto

y las lisas que se agitan en las redes de los pescadores

y las ristras de cebollas trenzadas en la tiniebla

y la lluvia que cae sobre los corrales de pesca.

La lengua de la que me sirvo no fue ni será nunca mi

patria.

Ninguna engañosa lengua puede ser una patria.

La lengua sirve apenas para celebrar mi gran y pobre

patria muda,

mi patria disentérica y desdentada, sin gramática ni

diccionario,

mi patria sin lengua y sin palabras.

***

EL RUIDO DEL MAR

En la tarde de domingo vuelvo al cementerio viejo de

Maceió

donde mis muertos no acaban nunca de morirse

de sus muertes tuberculosas y cancerígenas

que atraviesan la marea y las constelaciones

con sus toses y gemidos y blasfemias

y esputos oscuros

y en silencio los instigo a volver a esta vida

en la que vivieron lentamente desde la infancia

con la amargura de los días largos pegada a sus

existencias monótonas

y el miedo a morir de quienes asisten a la puesta de sol

mientras, tras la lluvia, las hormigas voladoras se dejan caer

en el suelo materno de Alagoas, incapaces de volar más.

Les digo a mis muertos: Levantaos, volved a este día

inacabado

que os necesita, que necesita vuestra tos persistente

y vuestros gestos de enfado

y vuestros pasos en las calles tortuosas de Maceió.

Volved a los sueños insípidos

y a las ventanas abiertas sobre la calima.

 

En la tarde de domingo, entre los mausoleos

que parecen suspendidos por el viento

en el aire azul,

el silencio de los muertos me dice que no volverán

nunca.

De nada sirve llamarlos. Allí donde están no existe el

retorno.

Tan solo nombres en lápidas. Tan solo nombres. Y el

ruido del mar.

***

NO TODOS

No todos dejan huella de su paso por la tierra

o se dejan sorprender por el pavo real que atraviesa el

bosque

y abre su cola en el silencio del mundo.

No todos murmuran palabras de amor cuando cae la noche

y se refugian en tiendas blancas junto al océano

o esperan que los navíos confiados a la sabiduría de los

astilleros comiencen a silbar.

No todos vieron la muerte en el rostro amado

o sufrieron hambre, desolación y frío.

No todos encontraron la llave perdida durante el temporal

cuando el asesino cauteloso desapareció en la niebla

o copularon al atardecer en grandes moteles con banderas

situados a la orilla del mar.

Hay quienes sienten una cierta aflicción cuando los

trenes llegan a los viaductos

y quienes escalan las montañas durante el invierno y

resbalan en el hielo.

No todos conocen el camino del bosque y escuchan el

súbito rumor de la fuente entre las piedras brillantes

y se detienen ante el musgo que reverdece los grandes

árboles.

Hay quienes son indiferentes al vuelo de los pájaros

y a las sirenas de las ambulancias en las autopistas

congestionadas.

No todos contemplaron a la muchacha suicida en la

mesa del tanatorio

y repararon en sus manos colocadas como si estuviera

rezando.

No todos vieron al pavo real. No todos escucharon los

silbidos del navío.

Y esta es la suprema diferencia que divide a los hombres

cuando el día nace.

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Autor: Lêdo Ivo. Título: Los andamios del mundo. Antología poética. Traducción: Martín López-Vega. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros.

BIO

Lêdo Ivo (Maceió, 1924 – Sevilla, 2012) es una de las figuras esenciales de la literatura brasileña del siglo XX. Cabeza visible, junto a João Cabral de Melo Neto, de la conocida como Generación poética del 45, es autor también de novelas fundamentales como Nido de serpientes (1973) o La muerte de Brasil (1984), además de corrosivos y hondos ensayos y un tomo de memorias, Confesiones de un poeta (1979), que es la guía de una obra compleja, capaz de entender Brasil de un modo caleidoscópico y sagaz, atento a las desigualdades y a los anhelos de sus habitantes.

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