Teorías de género y polémica

“La ideología de género llevada al extremo conduce al abuso, son pedófilos”, sentenció nuestro Presidente en el Foro de Davos. No era el lugar ni el momento. Ni tampoco el caso hacer generalizaciones, que siempre resultan inexactas. Aunque no por eso esas palabras luego se repetirían hasta el hartazgo. Y no es mi propósito defender a nadie. Pero sí evitar una falacia lógica -el argumento ad hominem-, el que consiste en atacar a la persona que presenta un argumento, en lugar de atacar el argumento en sí. Se trata, entonces, de escarbar en el lodo de las polémicas que, para bien o para mal, dejaron su impronta en Occidente, para reconocer cuánta teoría ignorada por el Presidente arrastra ese lodo. Porque al fin de cuentas, y cito a Aristóteles, “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” (con perdón de los teóricos de género por recurrir a este concepto anquilosado).¿Qué es la pedofilia? Es el erotismo entre adultos y jóvenes o niños, una forma del fenómeno más amplio del sexo blanqueado como “relaciones intergeneracionales”, enmarcadas a menudo en el debate sobre la posibilidad o imposibilidad de un consentimiento significativo de los menores de edad.En el contexto de los debates feministas de la década de 1980 que signaron a los estudios de género de entonces, la teórica radical Kate Millett sugirió que “las condiciones prevalecientes entre adultos y niños excluyen cualquier relación sexual que no sea de alguna manera, y en algún sentido, explotadora”. Millett subrayó que el punto nodal de los niños y de sus relaciones con los adultos es que los niños “no tienen derechos. No tienen dinero”. Por esa razón, apuntó Millett, si la sociedad alguna vez pudiera llegar a un punto en el que los niños tuvieran derechos sexuales, económicos y de otro tipo, “el sexo intergeneracional podría quizás en el futuro ser una maravillosa oportunidad para el entendimiento entre los seres humanos”.Fuera de Estados Unidos, Michel Foucault señaló la escasez de formas de relación reconocidas oficialmente por el Estado. Amparándose en el modelo de adopción de niños, Foucault se preguntó por qué no era posible que alguien adoptara oficialmente a un amante más joven o mayor. “¿Por qué no debería adoptar a un amigo que es diez años menor que yo? ¿E incluso si es diez años mayor? En lugar de argumentar que los derechos son fundamentales y naturales para el individuo, deberíamos tratar de imaginar y crear un nuevo derecho relacional que permita que existan todos los tipos posibles de relaciones”. Foucault invierte radicalmente el discurso patologizante sobre las relaciones a lo largo de las edades al sugerir que las relaciones sexuales entre niños u adultos podrían ser vistas como una oportunidad para ampliar el alcance de las relaciones afectivo-sexuales y asegurar la extensión de los derechos legalmente reconocidos. Su postura brindaría apoyo teórico a la imputación de Guy Sorman, quien en una entrevista reveló que, a finales de la década del 60 fue testigo de cuando Foucault fue sorprendido en las callejuelas de Túnez por niños de nueve u ocho años que le pedían dinero a cambio de la promesa de verse a medianoche “en el sitio de siempre” (un cementerio).En un artículo publicado en 1989, “Reflexionando sobre el sexo. Notas para una teoría radical de la sexualidad”, Gayle Rubin señalaba que “a la mayoría de la gente le resulta más difícil simpatizar con las personas que mantienen relaciones con jóvenes. Al igual que ocurría con los comunistas y los homosexuales, en la década de los 50, el estigma que pesa sobre estas personas, tal que resulta difícil encontrar abogados que defiendan sus libertades civiles, no digamos ya su conducta erótica”. Y en una aventura profética, añadía que “dentro de 20 años o así, cuando la marea se haya disipado, al menos en parte, resultará mucho más fácil demostrar que estas personas han sido víctimas de una caza de brujas salvaje e injustificada serán muchos los que se avergüencen de haber colaborado en ella”.Desde entonces, se propuso cambiar el término “incesto” y “pedofilia” por “sexo intergeneracional”, “víctima” por “participante”, “abuso” y “explotación” por “experiencias”. Y hasta se acuñó la etiqueta “visionarios” para describir una categoría especial de adultos, la de aquellos que mantienen relaciones sexuales con niños, tal vez anticipando ese futuro encarnado en la perorata de Davos.No es casual que algunas feministas fueran las pioneras a la hora de dejar al descubierto las relaciones desiguales de poder que se juegan en estos vínculos controvertidos. De hecho, para algunas de ellas, las asimetrías de edad y de poder condicionan todas las relaciones intergeneracionales como inherentemente explotadoras y, por lo tanto, las excluyen de los límites aceptables.Aun a riesgo de ser sepultado este punto de vista con el mote de “pánico moral”, todavía continúa vigente la intuición primaria de que el contacto y la estimulación sexual entre un menor y un adulto siempre deben calificarse como da

Mar 5, 2025 - 04:47
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Teorías de género y polémica

“La ideología de género llevada al extremo conduce al abuso, son pedófilos”, sentenció nuestro Presidente en el Foro de Davos. No era el lugar ni el momento. Ni tampoco el caso hacer generalizaciones, que siempre resultan inexactas. Aunque no por eso esas palabras luego se repetirían hasta el hartazgo. Y no es mi propósito defender a nadie. Pero sí evitar una falacia lógica -el argumento ad hominem-, el que consiste en atacar a la persona que presenta un argumento, en lugar de atacar el argumento en sí. Se trata, entonces, de escarbar en el lodo de las polémicas que, para bien o para mal, dejaron su impronta en Occidente, para reconocer cuánta teoría ignorada por el Presidente arrastra ese lodo. Porque al fin de cuentas, y cito a Aristóteles, “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” (con perdón de los teóricos de género por recurrir a este concepto anquilosado).

¿Qué es la pedofilia? Es el erotismo entre adultos y jóvenes o niños, una forma del fenómeno más amplio del sexo blanqueado como “relaciones intergeneracionales”, enmarcadas a menudo en el debate sobre la posibilidad o imposibilidad de un consentimiento significativo de los menores de edad.

En el contexto de los debates feministas de la década de 1980 que signaron a los estudios de género de entonces, la teórica radical Kate Millett sugirió que “las condiciones prevalecientes entre adultos y niños excluyen cualquier relación sexual que no sea de alguna manera, y en algún sentido, explotadora”. Millett subrayó que el punto nodal de los niños y de sus relaciones con los adultos es que los niños “no tienen derechos. No tienen dinero”. Por esa razón, apuntó Millett, si la sociedad alguna vez pudiera llegar a un punto en el que los niños tuvieran derechos sexuales, económicos y de otro tipo, “el sexo intergeneracional podría quizás en el futuro ser una maravillosa oportunidad para el entendimiento entre los seres humanos”.

Fuera de Estados Unidos, Michel Foucault señaló la escasez de formas de relación reconocidas oficialmente por el Estado. Amparándose en el modelo de adopción de niños, Foucault se preguntó por qué no era posible que alguien adoptara oficialmente a un amante más joven o mayor. “¿Por qué no debería adoptar a un amigo que es diez años menor que yo? ¿E incluso si es diez años mayor? En lugar de argumentar que los derechos son fundamentales y naturales para el individuo, deberíamos tratar de imaginar y crear un nuevo derecho relacional que permita que existan todos los tipos posibles de relaciones”. Foucault invierte radicalmente el discurso patologizante sobre las relaciones a lo largo de las edades al sugerir que las relaciones sexuales entre niños u adultos podrían ser vistas como una oportunidad para ampliar el alcance de las relaciones afectivo-sexuales y asegurar la extensión de los derechos legalmente reconocidos. Su postura brindaría apoyo teórico a la imputación de Guy Sorman, quien en una entrevista reveló que, a finales de la década del 60 fue testigo de cuando Foucault fue sorprendido en las callejuelas de Túnez por niños de nueve u ocho años que le pedían dinero a cambio de la promesa de verse a medianoche “en el sitio de siempre” (un cementerio).

En un artículo publicado en 1989, “Reflexionando sobre el sexo. Notas para una teoría radical de la sexualidad”, Gayle Rubin señalaba que “a la mayoría de la gente le resulta más difícil simpatizar con las personas que mantienen relaciones con jóvenes. Al igual que ocurría con los comunistas y los homosexuales, en la década de los 50, el estigma que pesa sobre estas personas, tal que resulta difícil encontrar abogados que defiendan sus libertades civiles, no digamos ya su conducta erótica”. Y en una aventura profética, añadía que “dentro de 20 años o así, cuando la marea se haya disipado, al menos en parte, resultará mucho más fácil demostrar que estas personas han sido víctimas de una caza de brujas salvaje e injustificada serán muchos los que se avergüencen de haber colaborado en ella”.

Desde entonces, se propuso cambiar el término “incesto” y “pedofilia” por “sexo intergeneracional”, “víctima” por “participante”, “abuso” y “explotación” por “experiencias”. Y hasta se acuñó la etiqueta “visionarios” para describir una categoría especial de adultos, la de aquellos que mantienen relaciones sexuales con niños, tal vez anticipando ese futuro encarnado en la perorata de Davos.

No es casual que algunas feministas fueran las pioneras a la hora de dejar al descubierto las relaciones desiguales de poder que se juegan en estos vínculos controvertidos. De hecho, para algunas de ellas, las asimetrías de edad y de poder condicionan todas las relaciones intergeneracionales como inherentemente explotadoras y, por lo tanto, las excluyen de los límites aceptables.

Aun a riesgo de ser sepultado este punto de vista con el mote de “pánico moral”, todavía continúa vigente la intuición primaria de que el contacto y la estimulación sexual entre un menor y un adulto siempre deben calificarse como dañinos y abusivos para el niño debido a las diferencias inherentes de edad, tamaño y poder. Los problemas que resultan de tales abusos pedófilos no siempre son obvios ya que pueden estar enmascarados. A menudo, los problemas surgen en la edad adulta y luego se identifican como originados por los efectos del abuso sexual infantil.

Y en la era del “No es no”, es notorio que los niños no pueden dar un consentimiento genuino a la “participación” en los “encuentros”, así llamados a los contactos sexuales de niños con adultos. La comprensión que tienen del comportamiento que están aceptando está limitada por sus circunstancias. Y no son lo suficientemente maduros para evaluar las repercusiones inmediatas y tardías de dichos contactos.

Una vez más: no era el lugar ni el momento. Ni el mejor portavoz del tema, se podría añadir. Pero la pedofilia fue y continúa siendo propulsada por algunas corrientes de los estudios de género. Y adoptada como práctica por muchos, como lo prueba el volumen de pornografía infantil que circula en Internet.

De allí que, en vista a lo sucedido, no podemos sino concluir con otra cita filosófica, la célebre frase de Ludwig Wittgenstein con la que cierra su Tractatus logico-philosophicus: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”.

Doctora en Filosofía