San Valentín: se conocieron entre fuegos y cacerolas y su amor se consolidó con la apertura del restaurante propio
Salir a comer, preferentemente a cenar, es una de las formas más elegidas por los argentinos para celebrar esta fecha; historias de los que se conocieron trabajando en la cocina
Se conocieron trabajando en las cocinas de otros. Plato va, mirada viene: flechazo. Las versiones varían según la dinámica del restaurante en el que cada pareja trabajaba, el rol que cumplía cada uno dentro del equipo y la época en cuestión. Algunas historias son más recientes y arrancaron el año previo a la pandemia, otras están por cumplir las bodas de plata. Pero en todos los casos el amor se inició entre fuegos y cacerolas, tomó vuelo con la inauguración de restaurantes propios y se consolidó con la llegada de hijos en común. Y además de estar unidas por el amor y la gastronomía, todas las parejas entrevistadas en esta nota van a festejar el Día de los enamorados de la misma manera: cocinando para agasajar a sus comensales.
Es que salir a comer, preferentemente a cenar, es una de las formas más elegidas por los argentinos para celebrar la fecha de San Valentín, según confirman algunas encuestas como la que elaboró Focus Market, donde el rubro experiencias —que incluye restaurantes y bares— ocupa el primer puesto. De hecho, la mayoría de los lugares tiene un menú especial para San Valentín, y en algunos casos las reservas ya están casi completas.
“Es uno de los pocos días donde la sala del restaurante se arma diferente, casi todas mesas para dos. Y estamos expectantes porque apostamos que esta vez vamos a tener un pedido de mano”, arriesga Guido Casalinuovo, que comanda junto con la cocinera Celeste Rizian, su mujer, el restaurante Mess Cocina, que ofrece platos de Medio Oriente en una versión más actual y en un coqueto salón de zona norte, en un nuevo polo gastronómico que se consolidó en el Vila Center Pilar, a 40 minutos de auto desde Capital.
La pretemporada: el preludio del amor
Los dos jóvenes cocineros, con vasta trayectoria y ganas de emprender, se conocieron trabajando en el restaurante Alo’s Bistró, ya un clásico de San Isidro y un semillero en el que dieron sus primeros pasos muchos cocineros hoy exitosos. “Celeste entró en 2019 para hacer la pretemporada”, recuerda muy bien Guido, que en su rol de jefe de cocina en aquel momento fue el encargado de darle la bienvenida y explicarle varias cuestiones relacionadas con el funcionamiento del restaurante.
“Una de las costumbres en Alo’s es que los que formábamos parte de la brigada siempre comíamos juntos, y eso fomenta la buena relación de todo el equipo”, justifica Guido. Receta va, chiste viene, la atracción fue mutua y la conexión también. Aunque del otro lado del teléfono y entre risas, Guido elige la frase: “Se fue dando de manera natural y nos caímos muy bien de entrada”.
En julio de ese año, la pareja ya había formalizado la relación, y antes de que se desatara la pandemia y obligara a todos los restaurantes a cerrar sus puertas, Mess ya funcionaba como un catering para eventos. Hace poco más de dos años, se animaron a dar el salto y abrieron Mess, que rápidamente fue aceptado por los vecinos y reconocido por los colegas, como Narda Lepes, que el año pasado convocó a los jóvenes cocineros en un pop up con el que inauguró su ciclo Comer con las manos.
Pero antes de que Mess abriera formalmente sus puertas, cuenta la pareja, nació su primera hija. La segunda llegó con la cocina del restó en marcha. “Tenemos dos niñas que crecen con nosotros en el restaurante y tratamos de que todo sea muy lúdico. Por suerte, el equipo de gente joven con el que elegimos trabajar lo hace todo más fácil”, asegura Guido.
¿Cuál es el mayor desafío de convivir y trabajar juntos? “Creo que no podríamos emprender de otra manera que no fuera en pareja. La gastronomía es muy demandante, estás al taco todo el tiempo y se pasa por situaciones de mucho estrés. Y si la otra persona no vive con la misma intensidad es difícil ser empático —opina Guido—. Nosotros somos cocineros, inversores y dueños, y quizá al no deberle cuentas a nadie es más fácil conversar, ponernos de acuerdo y tomar decisiones. Pero la verdad es que nunca tuvimos un encontronazo fuerte”, admite.
También reconoce que el trabajo en la huerta, un espacio propio que está a muy pocos metros del restaurante y del cual Mess se abastece durante todo el año, es una gran terapia que ayuda a bajar decibeles cuando el horno “no está para bollos”.
Para cerrar la noche de la manera más romántica, el postre elegido en Mess es un cremoso a base de chocolate blanco aireado, rosas, cerezas y champagne. “Se corona con un gel de vino espumante que busca respetar la burbuja y unas hojas de burrito frescas. Combinamos la estacionalidad de la fruta y lo afrodisíaco del chocolate, y es un postre que a todo el mundo le gusta. Nadie se resiste”, sentencia Guido.
Por las bodas de plata
A Verónica Morello y Charly Forbes, el cambio de milenio los encontró trabajando en un pequeño restaurante francés, en Recoleta. La llegada del año 2000 fue para ellos el inicio de una relación, el año del flechazo. También, fue el preámbulo de un proyecto gastronómico que se consolidó un tiempo después en L’Atelier, un bistró que lleva 20 años abierto, y funcionando, igual que el matrimonio. Un salón donde todo es como en París, pero en pleno Acassuso.
“Éramos muy jóvenes —dice Verónica con una sonrisa—. Era otra época, y la movida gastronómica recién empezaba. Con Charly no teníamos muchos recursos, y siempre contamos que todo lo hicimos con mucha pasión y muy poco dinero. Y el restaurante fue creciendo a medida que empezó a sostenerse. El inicio fue muy austero, y la placa plata que había la destinamos a comprar lindas copas, buenas sillas y cubiertos”.
Salir a cenar en pareja, coinciden ambos, siempre es un buen plan. “Es una oda a lo romántico, un encuentro especial —dice ella—. Me acuerdo que tenía 19 años y apenas había empezado a estudiar en la escuela de cocina cuando un profesor dijo algo que me partió la cabeza, porque a mí solo me importaba lo que era técnica y precisión, y este cocinero nos dijo que la gente a un restaurante no solo va a buscar un buen plato. Quiere vivir una experiencia, atesorar momentos, recuerdos que los marcan para siempre. Y es tan así que para San Valentín recibimos a algunas parejas que vienen especialmente al restaurante porque acá tuvieron su primera cita”.
También, confiesa Morello, está la contracara: “Por esa misma conexión tan fuerte hemos perdido clientes, porque cuando las parejas se separan, y es algo que nos ha pasado, ya no vuelven al restaurante”.
El menú de San Valentín que diseñaron los cocineros de L’Atelier está compuesto por cuatro pasos, entre los que se destaca el confit de canard con salsa de acaí. ¿Es afrodisíaca la fruta de sabor dulce que crece en las zonas húmedas del Amazonas? “Dicen que sí, que es mega super afrodisíaco —dice Morello—. Pero la historia de por qué la elegimos es otra. La verdad es que hace muchos años, en nuestros primeros viajes a Brasil, la probamos y nos encantó. Tanto que decidimos innovar y usarla para hacer una salsa de un pato, que es exactamente el plato que elegimos para el menú degustación. Aunque creemos que por más afrodisíaco que sea el producto en sí, como también pueden ser el chocolate, la palta o los frutos secos, pesa muchísimo más el ambiente, la música, la onda y el romanticismo de las parejas”.
Harina hasta en la almohada
El sueño de Milton Bertoni siempre fue tener un pastificio (o una casa de pastas) y que ese local pudiese abastecer su otro sueño: el restaurante propio. Un lugar bien italiano, dice Milton, donde la gente pudiera comer lo que elaboramos en el momento. Y si bien el chef lleva décadas de trabajo con las manos en la masa, cuando empezó con un emprendimiento de pastas caseras en su departamento y la harina llegaba hasta las almohadas de la habitación, la aventura de La Tratto Biasatti, en honor a las recetas de su nona y en pleno Belgrano, nació junto con la cocinera Stefania Langford, su colega, su compañera y la mamá de Martina, que está por cumplir diez años. Juntos comenzaron a buscar locales por distintos barrios porteños hasta que dieron con este salón y se enamoraron. El día previo a que la inmobiliaria le entregara las llaves, se declaró la cuarentena. Pero esa, dice Milton, es otra historia.
“El concepto de La Tratto es que la gente venga a comer a la casa de la nona, y nosotros le sumamos a eso la innovación de la comida gourmet italiana, una vuelta de rosca para hacerla más actual pero igual de casera, y rica”, explica Milton, y asegura que lo mejor de trabajar con “Stefi” es la complicidad.
“Compartís todo, pero cuando uno está bajoneado ahí aparece el otro para sostener. Y también porque compartimos el mismo amor por lo que hacemos, la alegría de cuando los clientes te felicitan y pasan buenos momentos en La Tratto, que para nosotros es lo más lindo”.
Citas en La Tratto, dice Milton, suceden a diario. “Pero también tenemos la historia de dos parejas que se conocieron acá. Una en el pastificio, comprando ravioles, y la otra con una anécdota más atípica. Porque cada uno había venido a cenar solo, por su cuenta. Eran del barrio pero no se conocían, y terminaron juntos comiendo el postre en la misma mesa”, revela Milton, que está convencido de que ningún objeto puede ser mejor regalo que el de compartir un buen plato y un rico vino con la persona que te gusta, con la que estás de novio hace poco o con la que llevás una vida juntos”.
¿El plato elegido por los cocineros de La Tratto? Es una creación en conjunto, dice Milton: pappardelle texturados con pesto de arvejas y albahaca.