Primer golpe. Temprano madrugó la madrugada

Tras el lugar donde descansaba Ignacio, vestido de nazareno por su hermano del alma José Piñero, con la medalla del Baratillo al cuello y la del Gran Poder en las manos abrazadas a una estampa de la Esperanza de Triana, había un cuadro de la Caridad cuando era más joven. En la mirada de la Virgen del Baratillo cabía toda la vida, tristemente breve, de Ignacio Pérez Franco. Las cofradías pierden a un profundo conocedor de todos sus rincones. Desde los del desván donde los chavales limpian la plata a los foros más eruditos en los que se debaten los asuntos trascendentales. Gente como la que ya no hay. Pero entre sus virtudes había otra que lo hubiera hecho hoy más que necesario: valoraba el pasado igual que el futuro. Ignacio era, es, el eslabón que unía la Semana Santa de sus padres, con la de su mujer Inma o su cuñada Marta o su cuñada Reyes, con la de sus hijos Nacho y Macarena, sus sobrinos Carlos y Joaquín o su hermana Piedad; conectaba la tradición con el futuro. Era más clásico que el Partenón pero tenía luces largas para ver lo que estaba por venir. El dolor es inmenso. Temprano madrugó la madrugada. Pero en el rostro de esa Caridad joven del cuadro ha encontrado ya un amanecer eterno e iluminado en esa calle Adriano en la que siempre será de día. Porque Ignacio se va, pero su luz se queda.

Feb 9, 2025 - 02:03
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Primer golpe. Temprano madrugó la madrugada
Tras el lugar donde descansaba Ignacio, vestido de nazareno por su hermano del alma José Piñero, con la medalla del Baratillo al cuello y la del Gran Poder en las manos abrazadas a una estampa de la Esperanza de Triana, había un cuadro de la Caridad cuando era más joven. En la mirada de la Virgen del Baratillo cabía toda la vida, tristemente breve, de Ignacio Pérez Franco. Las cofradías pierden a un profundo conocedor de todos sus rincones. Desde los del desván donde los chavales limpian la plata a los foros más eruditos en los que se debaten los asuntos trascendentales. Gente como la que ya no hay. Pero entre sus virtudes había otra que lo hubiera hecho hoy más que necesario: valoraba el pasado igual que el futuro. Ignacio era, es, el eslabón que unía la Semana Santa de sus padres, con la de su mujer Inma o su cuñada Marta o su cuñada Reyes, con la de sus hijos Nacho y Macarena, sus sobrinos Carlos y Joaquín o su hermana Piedad; conectaba la tradición con el futuro. Era más clásico que el Partenón pero tenía luces largas para ver lo que estaba por venir. El dolor es inmenso. Temprano madrugó la madrugada. Pero en el rostro de esa Caridad joven del cuadro ha encontrado ya un amanecer eterno e iluminado en esa calle Adriano en la que siempre será de día. Porque Ignacio se va, pero su luz se queda.