Política desalineada
Malabares tendrá que hacer Claudia Sheinbaum como jefa de Estado para sortear el amago que Donald Trump representa para México y valorar si, en verdad, cuenta con los colaboradores indicados para encarar ese desafío.

Gobernar a México bajo la presión y la amenaza en múltiples frentes de un poderoso y encolerizado megalómano, como lo es el presidente Donald Trump, no ha de ser nada sencillo, máxime cuando las finanzas y la economía nacionales adolecen de fragilidad.
Si no se puede, quiere ni debe romper ni sucumbir ante el gobierno vecino, abrir espacio a la negociación, así sea estrecho o procurar el mal menor exige enorme esfuerzo, atención y habilidad. Exigencia mayúscula, sobre todo, si no se cuenta con colaboradores diplomáticos, económicos, políticos y parlamentarios de primera línea, confiables por su lealtad, diligencia, capacidad y experiencia.
Con ese problemón batalla –y no mal– la presidenta Claudia Sheinbaum, y sólo así se explica el descuido del frente interno, donde cada vez es más notoria la falta de autoridad y operación para frenar el surgimiento de ambiciones e intereses particulares, asegurar la cohesión y disciplina que reclama la complicada gestión presidencial, así como para imponer orden entre los lugartenientes del movimiento. Como ya se ha dicho, cada vez es más evidente el peligro de una implosión.
Ese contraste hace pensar en un desalineamiento de la política exterior e interior o en un absurdo: la talla de la jefa de Estado es mayor que la de la jefa de Gobierno, y ese desequilibrio entre las dos funciones puede generar tropiezos, con efecto dentro y fuera.
Quizá, más valdría provocar un sacudimiento controlado ahora que encarar después un colapso inesperado.
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Aun cuando parezca disparatado, los primeros cien días del gobierno de Donald Trump vaticinan malos días para México y constituyen una alerta: una bestia herida entraña peligro.
La desaprobación de la gestión trumpista, los reveses en más de un lance y la incertidumbre de si la añorada grandeza prometida llegará a concretarse sin un costo elevado obligarán al mandatario estadunidense a endurecer la postura con los que puede y aflojarla con los que no. Y, más allá de la epopéyica narrativa con que edulcora contradicciones o yerros, sólo en un campo –el de la frontera con México– consiguió presumir un doble logro: frenar el flujo migratorio y disminuir el tráfico de fentanilo. Sobre la base del chantaje comprometió al gobierno mexicano. No en vano, Thomas Homan, el zar de la frontera sugiere que de algún modo estamos pagando el muro y Stephen Miller, el influyente asesor de seguridad presidencial, subraya en que se espera mucho más por parte de México en el combate al tráfico de fentanilo.
En el freno de la migración y la reducción del envío de drogas, Trump encontró una veta y, sin duda, la va a explotar y diversificar, sea exigiendo entregar agua, acabar con el gusano barrenador o reducir el déficit comercial y, ojo, el cambio de nombre del Golfo de México puede significar el afán de establecer un dominio.
Malabares tendrá que hacer Claudia Sheinbaum como jefa de Estado para sortear el amago que Donald Trump representa para México y valorar si, en verdad, cuenta con los colaboradores indicados para encarar ese desafío.
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Evidentemente, la amenaza del norte reclama una jefa de Estado de tiempo completo, pero ello implica contar a la vez con una jefa de Gobierno y, aun cuando parezca un error, con una jefa de partido o, bien, tener al frente de una y otra instancia a operadores leales y eficaces, claros en que –al menos de momento– esa posición no puede concebirse como un trampolín al juego sucesorio.
La nulidad opositora y la ausencia de contrapesos formales e informales llevaron al interior del gobierno y la coalición encabezada por Morena la lucha por el poder y la idea de construir un andamiaje de dominio y control a fin de consolidar una hegemonía de supuesta larga duración. Sin embargo, lo uno y lo otro comienza a generar estragos que, en un descuido, pueden vulnerar la cohesión del movimiento y reducir aún más el margen de maniobra al exterior.
A este último respecto, lo visto estos últimos días es elocuente. La actuación de los coordinadores parlamentarios de Morena exhibe la puesta en juego de intereses propios. La acusación de soberbia en Morena del coordinador de los diputados del Partido del Trabajo, Reginaldo Sandoval, revela desacuerdos no tanto de posturas, como de posiciones. La embestida de algunos legisladores morenistas contra la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel, expresa malestar por el reparto de la clientela electoral.
Hay más. El congreso de Morena de pasado mañana supone llevar a los estatutos lo que los intereses nepotistas impidieron estampar en la ley. La afiliación de Gerardo Fernández Noroña a Morena deja en claro que el interés tiene pies, pero requiere credencial. La postergación del trámite de la Ley de Telecomunicaciones exhibe voracidad política, tentada por el autoritarismo. La ambición de Pedro Haces y Eric Flores por contar con un instrumento político propio, como lo es un partido, revela ansias por una rebanada más grande de pastel. El modo de operar de Andrés López Beltrán es ejemplo de arrogancia. La disciplina y el silencio del Verde muestran cómo los mercaderes cuidan la renta de una inversión…
En suma, ese cuadro revela falta de mando en el gobierno y el movimiento. Hecho que a la postre debilitará a la jefa de Estado, por no ejercer o delegar en serio la jefatura de Gobierno.
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Puede la mandataria ignorar cómo el poder indigesta al movimiento que la ampara e, incluso, agradecer al expresidente Ernesto Zedillo servir de distractor ante la realidad externa e interna. Empero, más valdría tomar medidas en el gobierno y el partido, revisar si los colaboradores son los indicados en el momento y alinear la política interior y exterior. Equilibrar el rol de jefe de Estado y de Gobierno.