No hay familia sevillana con sus integrantes aficionados al fútbol que no tengan en sus entrañas a béticos y sevillistas, y viceversa intestinal entre el grueso y el delgado. No sé las suyas como serán, pero en la mía, tras cada jornada, en las largas previas y post de los derbis, se dicen auténticas burradas unos a otros, que para los que hemos peinado muchas canas de rivalidad podrían ser sinónimos de fractura. Y, salvo excepciones, que las habrá, todo queda ahí; se ven, se dan unos abrazos, comparten quedadas encantados. Puede más el afecto que el color. Siempre me ha dado la impresión de que los dirigentes de los clubes de todas las épocas no solo han vivido de...
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