Lo que no te contaron de las 13 Rosas: «Su papel activo en la guerrilla fue borrado»
La historia es bien conocida, aunque Roberto Muñoz Bolaños (Madrid, 1970) defiende que no se ha contado con la profundidad y el contexto que merece, sino de forma polarizada, persiguiendo objetivos políticos que poco tienen que ver con la realidad completa de los hechos. «Jamás se hizo y, a partir del 2000, cuando nació el movimiento de la memoria histórica, se omitió cualquier episodio o actividad protagonizado por aquellas jóvenes militantes que pudiera dañar la leyenda que se estaba construyendo alrededor de ellas de manera interesada», asegura a ABC el historiador, que acaba de publicar 'Las 13 Rosas. La verdad tras el mito' (Espasa). El drama se consumó el 3 de agosto de 1939, cuatro meses después del final de la Guerra Civil , cuando se confirmó la sentencia. Las protagonistas regresaron a la cárcel de Ventas, donde se encontraban recluidas tras su detención meses atrás. Al llegar a sus celdas, escribieron cartas de despedida a sus familiares y amigos e hicieron un pequeño testamento: «Para ti, mi cuchara, y para ti, el cinturón. El cepillo de dientes y el peine, como recuerdo», aunque este último, en realidad, no lo usaban. Estaban todas rapadas. Durante la madrugada del 4, redactaron peticiones de indulto en un último intento desesperado, pero la directora de la prisión se las dejó sobre su mesa. Punto. Se esfumaba así su última esperanza. A las doce de la noche del día 5, las funcionarias fueron a buscarlas. Los relatos posteriores de sus compañeras de presidió presentaron a las 13 Rosas como un ejemplo de valentía que ayudó a forjar el mito que Muñoz Bolañós, profesor de las universidades del Atlántico Medio, Camilo José Cela, Francisco de Vitoria y Nebrija, analiza en su ensayo. Soledad Real, por ejemplo, declaró: «Se vistieron ayudadas por las demás presas. Nuestras manos temblaban mucho más que las suyas. Anita, al terminar, nos preguntó: '¿Llevo las medias derechas?'. Le dijimos que sí, pero ¿quién las miró? La abrazamos una y otra vez. ¡Qué horrible mezcla de gritos y silencio! Todo parecía muerto». A las cuatro de la mañana, un oficial de la Guardia Civil puso en la mano de la directora la orden de entrega de las presas para su fusilamiento, que fueron conducidas a los camiones para recorrer los escasos quinientos metros que separaban la prisión del cementerio del Este. «La madre de Virtudes González [una de las condenadas], fue el único familiar que se encontraba en la puerta de la prisión. Cuando las sacaron, pudo ver cómo montaban a su hija en el camión para conducirla a la muerte y gritó cuanto pudo: '¡Canallas! ¡Asesinos! ¡Dejad a mi hija!'. Al iniciar la marcha, corrió tras el camión hasta que cayó de bruces», relataba Carlos Fonseca en 'Trece Rosas Rojas y la Rosa 14' (Planeta, 2014). Media hora después, con los impactos todavía recientes de los proyectiles que habían acabado con sus 43 compañeros pocos minutos antes, les llegó su turno. Desde la prisión se escuchó el tableteo de la ametralladora y los respectivos tiros de gracia… Y todo se inundó de silencio. Al día siguiente, la prensa dio cuenta de las ejecuciones. A diferencia de la sentencia, los periódicos sí vincularon a las ejecutadas con un crimen que, según la tesis de Muñoz Bolaños, está estrechamente relacionado con el destino que corrieron las 13 Rosas: el asesinato del comandante franquista Isaac Gabaldón, su hija de 17 años y su chófer: «Lo cierto es que las jóvenes no tuvieron ningún conocimiento previo de ese crimen, que fue fortuito, a pesar de su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y el PCE. Sin embargo, para evitar las críticas por la ineficacia del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), que tenía localizados a los autores en Cazalegas, Toledo, pero no se molestaron en ir a por ellos porque era viernes, se desarrolló la teoría de que fue una vasta conspiración comunista en la que habría participado otros presos, incluidas las 13 Rosas, para destruir el régimen. Esa idea influyó a la hora de aplicarles la pena de muerte». Los autores fueron tres miembros del grupo de José Pena Brea en el que también militaban las 13 Rosas, aunque de esto no supieran nada. Esta organización seguía las directrices del secretario de organización del PCE, Pedro Fernández Checa, cuya consigna era cometer atentados para sembrar el caos. El objetivo real del comando era asaltar la cárcel de Oropesa, pero ante la imposibilidad de organizar un ataque semejante, decidieron volver a Madrid. Para desplazarse, detuvieron a un coche sin saber de quién eran y asesinaron a sus ocupantes. Por su vinculación a las JSU y el PCE era lógico esperar duras penas de cárcel para las 13 Rosas , pero no la muerte. «Bajo ningún concepto habrían sido ejecutadas si hubieran sido detenidas no siete años después, simplemente uno, pero se ensañaron en ese ambiente de represión inmediatamente posterior a la guerra», apunta Bolaños. El autor, no obstante, aclara que eso no significa que fueran simples repartidoras de propaganda, como
La historia es bien conocida, aunque Roberto Muñoz Bolaños (Madrid, 1970) defiende que no se ha contado con la profundidad y el contexto que merece, sino de forma polarizada, persiguiendo objetivos políticos que poco tienen que ver con la realidad completa de los hechos. «Jamás se hizo y, a partir del 2000, cuando nació el movimiento de la memoria histórica, se omitió cualquier episodio o actividad protagonizado por aquellas jóvenes militantes que pudiera dañar la leyenda que se estaba construyendo alrededor de ellas de manera interesada», asegura a ABC el historiador, que acaba de publicar 'Las 13 Rosas. La verdad tras el mito' (Espasa). El drama se consumó el 3 de agosto de 1939, cuatro meses después del final de la Guerra Civil , cuando se confirmó la sentencia. Las protagonistas regresaron a la cárcel de Ventas, donde se encontraban recluidas tras su detención meses atrás. Al llegar a sus celdas, escribieron cartas de despedida a sus familiares y amigos e hicieron un pequeño testamento: «Para ti, mi cuchara, y para ti, el cinturón. El cepillo de dientes y el peine, como recuerdo», aunque este último, en realidad, no lo usaban. Estaban todas rapadas. Durante la madrugada del 4, redactaron peticiones de indulto en un último intento desesperado, pero la directora de la prisión se las dejó sobre su mesa. Punto. Se esfumaba así su última esperanza. A las doce de la noche del día 5, las funcionarias fueron a buscarlas. Los relatos posteriores de sus compañeras de presidió presentaron a las 13 Rosas como un ejemplo de valentía que ayudó a forjar el mito que Muñoz Bolañós, profesor de las universidades del Atlántico Medio, Camilo José Cela, Francisco de Vitoria y Nebrija, analiza en su ensayo. Soledad Real, por ejemplo, declaró: «Se vistieron ayudadas por las demás presas. Nuestras manos temblaban mucho más que las suyas. Anita, al terminar, nos preguntó: '¿Llevo las medias derechas?'. Le dijimos que sí, pero ¿quién las miró? La abrazamos una y otra vez. ¡Qué horrible mezcla de gritos y silencio! Todo parecía muerto». A las cuatro de la mañana, un oficial de la Guardia Civil puso en la mano de la directora la orden de entrega de las presas para su fusilamiento, que fueron conducidas a los camiones para recorrer los escasos quinientos metros que separaban la prisión del cementerio del Este. «La madre de Virtudes González [una de las condenadas], fue el único familiar que se encontraba en la puerta de la prisión. Cuando las sacaron, pudo ver cómo montaban a su hija en el camión para conducirla a la muerte y gritó cuanto pudo: '¡Canallas! ¡Asesinos! ¡Dejad a mi hija!'. Al iniciar la marcha, corrió tras el camión hasta que cayó de bruces», relataba Carlos Fonseca en 'Trece Rosas Rojas y la Rosa 14' (Planeta, 2014). Media hora después, con los impactos todavía recientes de los proyectiles que habían acabado con sus 43 compañeros pocos minutos antes, les llegó su turno. Desde la prisión se escuchó el tableteo de la ametralladora y los respectivos tiros de gracia… Y todo se inundó de silencio. Al día siguiente, la prensa dio cuenta de las ejecuciones. A diferencia de la sentencia, los periódicos sí vincularon a las ejecutadas con un crimen que, según la tesis de Muñoz Bolaños, está estrechamente relacionado con el destino que corrieron las 13 Rosas: el asesinato del comandante franquista Isaac Gabaldón, su hija de 17 años y su chófer: «Lo cierto es que las jóvenes no tuvieron ningún conocimiento previo de ese crimen, que fue fortuito, a pesar de su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y el PCE. Sin embargo, para evitar las críticas por la ineficacia del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), que tenía localizados a los autores en Cazalegas, Toledo, pero no se molestaron en ir a por ellos porque era viernes, se desarrolló la teoría de que fue una vasta conspiración comunista en la que habría participado otros presos, incluidas las 13 Rosas, para destruir el régimen. Esa idea influyó a la hora de aplicarles la pena de muerte». Los autores fueron tres miembros del grupo de José Pena Brea en el que también militaban las 13 Rosas, aunque de esto no supieran nada. Esta organización seguía las directrices del secretario de organización del PCE, Pedro Fernández Checa, cuya consigna era cometer atentados para sembrar el caos. El objetivo real del comando era asaltar la cárcel de Oropesa, pero ante la imposibilidad de organizar un ataque semejante, decidieron volver a Madrid. Para desplazarse, detuvieron a un coche sin saber de quién eran y asesinaron a sus ocupantes. Por su vinculación a las JSU y el PCE era lógico esperar duras penas de cárcel para las 13 Rosas , pero no la muerte. «Bajo ningún concepto habrían sido ejecutadas si hubieran sido detenidas no siete años después, simplemente uno, pero se ensañaron en ese ambiente de represión inmediatamente posterior a la guerra», apunta Bolaños. El autor, no obstante, aclara que eso no significa que fueran simples repartidoras de propaganda, como han insistido la mayoría de obras que han abordado su historia. «Otra de las claves de su trágico destino fue el bando hecho público por el general Eugenio Espinosa de los Monteros, primer gobernador militar de Madrid en el franquismo , por el cual se condenaba a la máxima pena a todo aquel que recogiera o tuviese armas. Esa era la actividad que precisamente realizaban ellas. Escondían armas, las repartían entre los militantes e, incluso, algunas organizaban el reparto, pues eran dirigentes en la organización, como Carmen Barrero Aguado y Joaquina López Laffite. Todas se relacionaban con las armas, pues era la actividad principal de las JSU y el PCE en aquel momento», subraya Muñoz Bolaños. Este papel «completamente activo» de las jóvenes en la guerrilla urbana, violenta y armada ha sido, en opinión del historiador, premeditadamente ocultado desde mediados de los 90 y, especialmente, de los 2000, cuando se recrudeció la guerra cultural por la memoria histórica tras la victoria electoral del PP. Fue a partir de entonces cuando se empezó a recuperar este episodio y a construir el mito a través de novelas como 'Las trece rosas' (2003), de Jesús Ferrero; el documental 'Que mi nombre no se borre de la historia' (2004), de Verónica Vigil y José María Almela, y la película 'Las 13 rosas' (2006), dirigida por Emilio Martínez Lázaro y ganadora de cuatro Goyas. Antes, según Muñoz Bolaños, no se le prestó atención. «Se las borró desde el principio, porque en el franquismo fueron 13 mujeres más fusiladas. En agostó de 1939, tras la ejecución, el PCE intentó hacer campaña con la hija de Marie Curie, que era comunista, pero comenzó la Segunda Guerra Mundial y cayeron en el olvido. Posteriormente, las continuas luchas internas del PCE en el exilio hacen que sea un tema menor. El periodista y dirigente comunista Federico Melchor intentó montar una obra de teatro sobre las 13 Rosas y Santiago Carrillo no le hizo ni caso. En la Transición, tampoco. Algún historiador habló de ellas y se puso la placa en la Almudena, pero en los 80, nada de nada», recuerda.
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