Esta cadena de borrascas que nos azota desde que empezó la Cuaresma es un castigo, una estación por la que vamos penando cada vez que una nube tapa el escaso sol que aprovechamos para tender la ropa. En esta suerte de Pontevedra sureña en la que vivimos estos días no ha abierto ni el azahar, que parece estar esperando las cercanías de un tardío Domingo de Ramos para estallar en los naranjos. Se nos están escapando las vísperas entre calles convertidas en manantiales y avisos rojos por las crecidas de los ríos, que nos llega a desesperar porque aquí vivimos al aire libre. Pero los sevillanos estamos curados de espanto, sabemos que la ciudad está preparada contra las riadas que...
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