La práctica que ayuda a reforzar el vínculo con los hijos
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La vida de Paulina se gestó en el parque cerca de su casa. Ahí aprendió a andar en bicicleta, se estrelló de cara contra el piso cuando estaba en una hamaca, se aprendió los trucos del calesitero y ganaba una vuelta tras otra. Muchas noches con su novio (hoy marido) terminaban charlando en un banco de la plaza, justo frente a la entrada de su casa.
Durante su tiempo en la universidad (estudió Derecho), cuando la cabeza se embotaba y no entraba un inciso más, salía a dar una vuelta ahí mismo. A esa edad donde el cocktail del estrés se compone de una medida de estudio y dos de primer empleo, empezó a correr.
El parque era lo suficientemente grande como para que el recorrido fuera adecuado. Se casó, se mudó enfrente de su casa de la infancia, y siguió compartiendo la vida cotidiana con el parque y el running.
Llegaron Eloísa y Tristán, sus hijos que tienen 12 y 9 años respectivamente. “Mis embarazos no fueron sencillos y no podía correr –relata–. La combinación de las dos cosas me enloquecía. Mi obstetra me sugirió caminar. Me reí. Pensé en una runner convertida en señora mayor, pero cuando ya no me aguanté más sin correr, salí a andar”.
La caminata la empezó a conquistar. Se encontró prestándole más atención al lugar, a la gente que pasaba, al nido que crecía todos los días en el tilo frente a la puerta de la casa de sus padres. Cambió una actividad por otra y desde entonces, salió siempre a caminar, aun con sus hijos. Fue Eloísa la que hace unos cuantos meses le sugirió ir a la plaza sin bici y caminar a la par de ella, “tengo cosas que contarte”, le dijo.
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“Ahí empezamos a caminar juntas”, explica Paulina. Aunque lo hacen hace menos de medio año, ya se anotaron en dos caminatas estilo maratón. Para la segunda sumaron a un compañero del colegio de Eloísa y a su mamá. Es una actividad que comparten y disfrutan, sin que la diferencia de edad sea un obstáculo.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, los niños y adolescentes entre los 6 y los 17 años deberían realizar al menos una hora de actividad física al día. En un estudio de la misma entidad se confirma que el 84% de los niños y adolescentes en América Latina y el Caribe no alcanzan ese hito.
Otro documento de la OMS publicado en la revista The Lancet Child & Adolescent Health, basado en datos facilitados por 1,6 millones de estudiantes en ese rango de edad, revela que más del 80% en todo el mundo (el 85% de las niñas y el 78% de los niños) no llegan al nivel mínimo recomendado de una hora de actividad física al día. De los 146 países que participaron, las niñas resultaron ser menos activas que ellos en todos salvo en cuatro (Tonga, Samoa, Afganistán y Zambia).
Regina Guthold, médica especialista de la OMS y autora del estudio, asegura que entre los beneficios para la salud que aportan un estilo de vida físicamente activo durante la niñez y la adolescencia se encuentran la mejora de la capacidad cardiorrespiratoria y muscular, la salud ósea y cardiometabólica, y efectos positivos sobre el peso.
@vickyloboyogini ☀️❤️✨