La ejecución de María Estuardo en febrero de 1587

Un elaborado y paciente plan para ejecutar a María Estuardo dio sus frutos, un plan cuya  preparación llevó muchos años. El instrumento empleado fue un tal Gilbert Gifford ,  seminarista católico enviado por la familia de William...

Mar 3, 2025 - 11:01
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La ejecución de María Estuardo en febrero de 1587

Un elaborado y paciente plan para ejecutar a María Estuardo dio sus frutos, un plan cuya  preparación llevó muchos años. El instrumento empleado fue un tal Gilbert Gifford,  seminarista católico enviado por la familia de William Cecil, consejero de la reina Isabel.  Una vez ordenado sacerdote, se introdujo en los círculos católicos de Inglaterra y ofreció  sus servicios en calidad de católico agraviado. Era inadmisible el encarcelamiento de  María Estuardo, por su injusticia, por su ruindad, más para una reina de un territorio anexo a Inglaterra. Lloros lastimeros que convencieron a todos de su inquebrantable lealtad a la  figura regia de María. 

Ganó la confianza de propios y ajenos, hasta el extremo de llevar la correspondencia  privada que la reina enviaba desde la prisión. Se convirtió en un enlace imprescindible  entre la reina de Escocia y los católicos ingleses, los Guisa de Francia, el embajador  español Bernardino de Mendoza y el arzobispo de Glasgow.  

Fue este Gifford, quien sugirió la idea de asesinar a la reina inglesa. Lo comunicó al embajador Mendoza antes que a cualquier otro se le hubiera ocurrido. Un plan perverso  con el propósito de fabricar una excusa que condenara a María irremediablemente a  muerte en el momento más propicio.  

El plan de William Cecil se desarrollaba como había previsto. 

Quiso destruir los prejuicios que la reina de Inglaterra tenía respecto a la ejecución de la  María Estuardo. Para ello Gifford contactó con un joven católico, Anthony Babington, que  poseía un fervor desmedido por la reina escocesa.  

Gifford insinuó a Babington que organizara una sublevación para asesinar a la reina Isabel  como usurpadora del trono y a sus ayudantes más cercanos, para liberar a María Estuardo  y reponerla como soberana.  

El joven contactó con la reina cautiva, proponiéndole sus servicios. Sabía perfectamente  Gibbon cuándo la carta fue enviada. Interceptada en el castillo en donde María sufría  presidio, fue abierta por los ayudantes de Cecil, registrada y puesta de nuevo a disposición  de la reina escocesa. La recibió el 12 de julio de 1586.  

Para Walsh, María Estuardo nada escribió sobre el asesinato de la reina Isabel, pero sí consintió ser puesta en libertad.  

La respuesta a la carta fue analizada por los espías de Cecil, expertos estafadores que  pudieron alterar el contenido de la misiva. Aunque todas las pruebas que inculpaban a la  reina de Escocia han desaparecido, en cambio, se conservan las cartas por ella remitidas, cuya lectura revela la autenticidad de lo que ocurrió. 

Consecuencia del complot promovido, María fue sentenciada a muerte. Cecil se encargó  de destruir todos los prejuicios de Isabel que impedían la ominosa pena.  

El 23 de noviembre de 1586, María escribió una carta al embajador español, Bernardino de  Mendoza, con el siguiente contenido: 

«Mi muy querido amigo: Como siempre os he tenido por celoso servidor  de la causa de Dios y abnegado por mi bienestar y por mi liberación en 

este cautiverio, quiero continuar comunicándole mis pensamientos,  para que podáis transmitir lo que digo al rey, mi buen hermano. Deseo  dedicarle el poco ocio que me queda para enviaros este último adiós,  estando resignada a recibir el golpe mortal que me ha sido sentenciado  el pasado sábado […]». 

La contestación de Felipe expresa su pesar, con estas letras y con fecha 17 de diciembre, escribe: 

«No puedo expresar lo apenado que estoy por la reina de Escocia. Dios  la asista en su trance y, si es posible, la libre de él. Fue una imprudencia  el guardar copia de esos papeles peligrosos, a pesar de ser tan  honorables. Ahora no hay ayuda que valga. Emplearéis todos los  esfuerzos posibles para inducir a Nazareth y a los demás que aprieten  al rey de Francia a actuar enérgicamente a su favor, haciéndole ver, con  este objeto, los argumentos que más puedan moverle, que son  muchos. Hacedme saber lo que ocurre, pues estoy angustiado por ello  […]». 

Tramitó oficios a través de sus embajadores y gobernadores en Flandes para evitar la  ejecución, nos comenta Cabrera. Unas veces, tratando de ajustar a la razón esa condena  que era inaudita en los anales históricos. Otras veces, amagando venganza, otras  paralizando el comercio y otras… todo lo posible se había hecho, pero, una corona bien  valía una muerte, aunque fuera la de la misma reina en beneficio de Inglaterra, y más con una forma de pensar muy diferente a la anglicana Isabel.  

La decapitación de la reina de Escocia se produjo el 8 de febrero de 1587. Se le prohibió un  confesor en la víspera del ajusticiamiento. Una condena con un «poquito de cianuro» para que resultase más memorable… 

Y Felipe lloró amargamente. Fue un profundo dolor el que acusó el monarca, una fría  sensación que invadió su cuerpo. Ya no sería el mismo durante los meses siguientes. Para William Walsh, interiorizó una culpa por no haber actuado a tiempo para detener el infame  ajusticiamiento. Pero nada ya podía hacerse, solo lamentar la pérdida y su ausencia, la de  una monarca con la que mantenía unas relaciones de amistad y simpatía incondicionales. 

Tenía 60 años, pero aparentaba muchos más, sus dolores de gota en la mano derecha y su  pie se agudizaban y, sin embargo, ni una sola queja reflejaba su semblante. Cuando no  trabajaba, rezaba, y cuando terminaba de orar, permanecía silencioso. Absorto en sus  meditaciones, en su gabinete, recordaba las cartas de María y en su sentimiento angustioso caligrafiado en pergamino… en los recuerdos de los años vividos como  consorte en la corte inglesa junto a su mujer María Tudor, de lo que pudo ser y no fue… y de  la banalidad de la existencia sin poder recordar tiempos propicios. 

Mantenía su carácter, la edad no suavizó las aristas de su genio, y en su presencia todos  temblaban aún los más válidos y se turbaban los más doctos, y aún enmudecían… escribió  el duque de Alba.  

Gregorio Leti dijo de él: « Nel mondo alcum Prencipe fu piú di lui severo, man non tirano  […]».

 

 

 

 

 

Bibliografía. 

Parker, G., « Felipe II » , Alianza Editorial, Madrid, 1993. 

Fernández Álvarez, F., « Felipe II y su tiempo » , Espasa, Madrid, 1998.

Kamel, H., « Felipe de España » , Suma de Letras, S.L., Madrid, 2001.

William Thomas Walsh, « Felipe II » ,2.ª edic., Espasa-Calpe, Madrid, 1946.

 

Por Juan B. Lorenzo de Membiela