Juan Dávila convierte Sevilla en su 'Palacio del Pecado'

Hay espectáculos que se ven venir. Otros que sorprenden. Y después está 'El Palacio del Pecado', el show con el que Juan Dávila inauguró anoche la primera de tres funciones consecutivas en Sevilla. Un espectáculo inclasificable, grotesco y brillante, donde el humor se mezcla con lo incómodo , lo sexual, lo absurdo y, en ocasiones, lo profundamente humano. No apto para cardíacos ni para tímidos. Es la decimotercera vez que Dávila pisa la capital hispalense, pero esta es especial: nueva propuesta, nuevo título, y una estructura tan abierta que, por momentos, parece que ni el propio artista sabe qué ocurrirá a continuación. Y eso es exactamente lo que lo hace irresistible. La función comenzó en completo silencio, con el teatro a oscuras. Una voz en off, calmada y envolvente, pedía al público cerrar los ojos. «Imaginad que sois enanitos», decía Juan, relatando una historia desconcertante que iba sumergiendo a los asistentes en un universo paralelo, como si se tratara de un experimento hipnótico colectivo. De pronto, se hizo la luz, la pantalla del escenario se iluminó con el rostro de una de las asistentes cegadas por el foco. Y con ella, el caos. Juan apareció entre el público, cámara en mano, apuntando al público como si buscara presas . Una a una, las caras eran proyectadas sobre una pantalla mientras él lanzaba dardos disfrazados de bromas: el pelo, la nariz, la ropa, las respuestas. La mayoría reía, otros se removían en su butaca. Había tensión en el ambiente; era palpable. No saber si uno será el siguiente objetivo del cómico se convirtió, desde ese momento, en parte de la experiencia. Ese arranque no fue solo un recurso técnico o narrativo. Fue una declaración de intenciones. En el 'Palacio del Pecado' no hay guion fijo, pero sí una lógica interna: romper el pudor, derribar las barreras entre escenario y patio de butacas , y reírse de todo, incluso de uno mismo. Especialmente de uno mismo. A partir de ahí, el show se convirtió en una sucesión de momentos improvisados, situaciones que surgían del momento y de los propios asistentes. Dávila llamó en directo a las ex parejas de algunos miembros del público, a jefes que todavía deben finiquitos, leyó mensajes eróticos en voz alta, hizo que dos asistentes terminaran semidesnudos sobre el escenario y provocó escenas tan bizarras como divertidas. La sexualidad, los tabúes y los pecados capitales —tema central del espectáculo— fueron los hilos conductores. Las bromas con connotaciones sexuales fueron, sin duda, las que más carcajadas desataron. Dávila juega con los límites, se pasea por el borde de lo políticamente incorrecto, pero siempre con una sonrisa que desactiva cualquier posible tensión. Su humor no busca hacer daño, sino incomodar lo justo para que reírse sea un alivio. Sin embargo, entre tanta provocación también hubo espacio para la emoción. En uno de los momentos más inesperados de la noche, apareció en el escenario un hombre diagnosticado con ELA . Ante un teatro entregado, quiso recordar que, aunque hay muchas cosas que ya no puede hacer, todavía puede disfrutar de una noche de humor. Fue un momento de pausa y de verdad que contrastó con el frenesí del resto del espectáculo, y que arrancó un aplauso sincero y prolongado. La entrega del público fue total. Más de treinta personas llegaron a estar sobre el escenario a la vez, en un clímax de delirio colectivo. Dávila dirigía a todos como un maestro de ceremonias en su propio aquelarre, mezclando la improvisación teatral y las bromas más gamberras. No todos quisieron participar, claro. Muchos prefirieron esconderse en sus asientos, evitar la mirada directa, aferrarse al confort de la oscuridad. Pero incluso esos, al final, salieron con la mandíbula dolorida de tanto reír. El cierre fue musical. Una canción original, escrita por el propio Juan, repasaba los siete pecados capitales en clave de humor, reivindicando que durante esa noche, en ese teatro, se habían cometido todos. Y con todos. 'El Palacio del Pecado' no es un espectáculo convencional, y probablemente por eso funcione tan bien. Tiene algo de terapia colectiva, de catarsis cómica, de fiesta sin filtros. Juan Dávila no hace humor para todos los públicos, pero sí para todos los valientes que se atrevan a entrar en su juego. Anoche, Sevilla se entregó a él sin reservas. Aún quedan dos funciones más. Y si anoche fue una muestra, todo indica que el pecado... continuará.

Abr 25, 2025 - 00:54
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Juan Dávila convierte Sevilla en su 'Palacio del Pecado'
Hay espectáculos que se ven venir. Otros que sorprenden. Y después está 'El Palacio del Pecado', el show con el que Juan Dávila inauguró anoche la primera de tres funciones consecutivas en Sevilla. Un espectáculo inclasificable, grotesco y brillante, donde el humor se mezcla con lo incómodo , lo sexual, lo absurdo y, en ocasiones, lo profundamente humano. No apto para cardíacos ni para tímidos. Es la decimotercera vez que Dávila pisa la capital hispalense, pero esta es especial: nueva propuesta, nuevo título, y una estructura tan abierta que, por momentos, parece que ni el propio artista sabe qué ocurrirá a continuación. Y eso es exactamente lo que lo hace irresistible. La función comenzó en completo silencio, con el teatro a oscuras. Una voz en off, calmada y envolvente, pedía al público cerrar los ojos. «Imaginad que sois enanitos», decía Juan, relatando una historia desconcertante que iba sumergiendo a los asistentes en un universo paralelo, como si se tratara de un experimento hipnótico colectivo. De pronto, se hizo la luz, la pantalla del escenario se iluminó con el rostro de una de las asistentes cegadas por el foco. Y con ella, el caos. Juan apareció entre el público, cámara en mano, apuntando al público como si buscara presas . Una a una, las caras eran proyectadas sobre una pantalla mientras él lanzaba dardos disfrazados de bromas: el pelo, la nariz, la ropa, las respuestas. La mayoría reía, otros se removían en su butaca. Había tensión en el ambiente; era palpable. No saber si uno será el siguiente objetivo del cómico se convirtió, desde ese momento, en parte de la experiencia. Ese arranque no fue solo un recurso técnico o narrativo. Fue una declaración de intenciones. En el 'Palacio del Pecado' no hay guion fijo, pero sí una lógica interna: romper el pudor, derribar las barreras entre escenario y patio de butacas , y reírse de todo, incluso de uno mismo. Especialmente de uno mismo. A partir de ahí, el show se convirtió en una sucesión de momentos improvisados, situaciones que surgían del momento y de los propios asistentes. Dávila llamó en directo a las ex parejas de algunos miembros del público, a jefes que todavía deben finiquitos, leyó mensajes eróticos en voz alta, hizo que dos asistentes terminaran semidesnudos sobre el escenario y provocó escenas tan bizarras como divertidas. La sexualidad, los tabúes y los pecados capitales —tema central del espectáculo— fueron los hilos conductores. Las bromas con connotaciones sexuales fueron, sin duda, las que más carcajadas desataron. Dávila juega con los límites, se pasea por el borde de lo políticamente incorrecto, pero siempre con una sonrisa que desactiva cualquier posible tensión. Su humor no busca hacer daño, sino incomodar lo justo para que reírse sea un alivio. Sin embargo, entre tanta provocación también hubo espacio para la emoción. En uno de los momentos más inesperados de la noche, apareció en el escenario un hombre diagnosticado con ELA . Ante un teatro entregado, quiso recordar que, aunque hay muchas cosas que ya no puede hacer, todavía puede disfrutar de una noche de humor. Fue un momento de pausa y de verdad que contrastó con el frenesí del resto del espectáculo, y que arrancó un aplauso sincero y prolongado. La entrega del público fue total. Más de treinta personas llegaron a estar sobre el escenario a la vez, en un clímax de delirio colectivo. Dávila dirigía a todos como un maestro de ceremonias en su propio aquelarre, mezclando la improvisación teatral y las bromas más gamberras. No todos quisieron participar, claro. Muchos prefirieron esconderse en sus asientos, evitar la mirada directa, aferrarse al confort de la oscuridad. Pero incluso esos, al final, salieron con la mandíbula dolorida de tanto reír. El cierre fue musical. Una canción original, escrita por el propio Juan, repasaba los siete pecados capitales en clave de humor, reivindicando que durante esa noche, en ese teatro, se habían cometido todos. Y con todos. 'El Palacio del Pecado' no es un espectáculo convencional, y probablemente por eso funcione tan bien. Tiene algo de terapia colectiva, de catarsis cómica, de fiesta sin filtros. Juan Dávila no hace humor para todos los públicos, pero sí para todos los valientes que se atrevan a entrar en su juego. Anoche, Sevilla se entregó a él sin reservas. Aún quedan dos funciones más. Y si anoche fue una muestra, todo indica que el pecado... continuará.