José Romero: México estancado: ¿por qué Asia sí logró desarrollarse?
El modelo de Estado desarrollador, analizado por Chalmers Johnson a partir del caso japonés, mostró cómo un aparato estatal tecnocrático, ejemplificado por el MITI (Ministerio de Comercio e Industria Internacional), fue capaz de coordinar e impulsar la industrialización mediante una planificación estratégica comparable, por su escala y determinación, a proyectos como el Manhattan o el de submarinos nucleares en Estados Unidos. Sin embargo, más allá del objetivo económico de superar la pobreza o alcanzar el crecimiento, en todos los casos asiáticos exitosos existió una motivación más profunda: preservar la soberanía nacional y evitar caer bajo el dominio de potencias extranjeras. Japón, tras la ocupación estadunidense y las humillaciones sufridas antes y durante la Segunda Guerra Mundial, buscó recuperar su autonomía y prestigio global. Corea del Sur, colonizada por Japón hasta 1945 y luego amenazada por Corea del Norte y China, vio en el desarrollo una vía de supervivencia. Taiwán, aislada diplomáticamente desde 1949 y enfrentada políticamente a la China continental, apostó por el crecimiento como forma de legitimar su existencia como Estado separado. China, tras un siglo de intervenciones extranjeras y la ocupación japonesa, construyó su modelo de desarrollo con una fuerte impronta nacionalista. Vietnam, por su parte, debió resistir al colonialismo francés, la intervención estadunidense y luego al expansionismo chino, consolidando un camino propio como parte de su lucha por la autodeterminación. En todos estos casos, el nacionalismo fue un componente central del proyecto desarrollador: el bienestar colectivo, la grandeza de la nación y la defensa de la soberanía se colocaron por encima de los intereses individuales. El sacrificio de las generaciones presentes fue aceptado como precio necesario para asegurar un futuro de autonomía y prosperidad.
El modelo de Estado desarrollador, analizado por Chalmers Johnson a partir del caso japonés, mostró cómo un aparato estatal tecnocrático, ejemplificado por el MITI (Ministerio de Comercio e Industria Internacional), fue capaz de coordinar e impulsar la industrialización mediante una planificación estratégica comparable, por su escala y determinación, a proyectos como el Manhattan o el de submarinos nucleares en Estados Unidos. Sin embargo, más allá del objetivo económico de superar la pobreza o alcanzar el crecimiento, en todos los casos asiáticos exitosos existió una motivación más profunda: preservar la soberanía nacional y evitar caer bajo el dominio de potencias extranjeras. Japón, tras la ocupación estadunidense y las humillaciones sufridas antes y durante la Segunda Guerra Mundial, buscó recuperar su autonomía y prestigio global. Corea del Sur, colonizada por Japón hasta 1945 y luego amenazada por Corea del Norte y China, vio en el desarrollo una vía de supervivencia. Taiwán, aislada diplomáticamente desde 1949 y enfrentada políticamente a la China continental, apostó por el crecimiento como forma de legitimar su existencia como Estado separado. China, tras un siglo de intervenciones extranjeras y la ocupación japonesa, construyó su modelo de desarrollo con una fuerte impronta nacionalista. Vietnam, por su parte, debió resistir al colonialismo francés, la intervención estadunidense y luego al expansionismo chino, consolidando un camino propio como parte de su lucha por la autodeterminación. En todos estos casos, el nacionalismo fue un componente central del proyecto desarrollador: el bienestar colectivo, la grandeza de la nación y la defensa de la soberanía se colocaron por encima de los intereses individuales. El sacrificio de las generaciones presentes fue aceptado como precio necesario para asegurar un futuro de autonomía y prosperidad.
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