Internet hizo del duelo un performance de likes: la muerte del papa Francisco sacó el lado más frívolo del internet
Ya se ha vuelto casi un reflejo automático: muere una figura pública, alguien con cierta notoriedad o incluso una persona querida dentro de círculos profesionales, y las redes se llenan de fotos con esa persona acompañadas de un breve texto de despedida. A veces es sentido. A veces no tanto. Y muchas veces, sin importar […]

Ya se ha vuelto casi un reflejo automático: muere una figura pública, alguien con cierta notoriedad o incluso una persona querida dentro de círculos profesionales, y las redes se llenan de fotos con esa persona acompañadas de un breve texto de despedida. A veces es sentido. A veces no tanto. Y muchas veces, sin importar la intención, parece más un “yo estuve ahí” que un “te voy a extrañar”. ¿Dónde queda el duelo?
Internet transformó el duelo en un performance de likes
No es que no se pueda compartir una foto con alguien que murió. No se trata de censurar el dolor ni de patrullar el duelo. Pero algo se desacomoda cuando esa imagen sirve más para mostrar tu cercanía con la persona fallecida —aunque haya sido mínima— que para verdaderamente recordarla. Cuando el foco se va desplazando sutilmente de quien ya no está… a quien quedó en la foto, y quizás busca ser visto más que recordar.
Y eso no tendría nada de malo —al fin y al cabo, somos parte del duelo colectivo— si no fuera porque muchas veces el gesto parece responder menos a la necesidad de despedirse, y más a la urgencia de demostrar cercanía, protagonismo o pertenencia a una experiencia común. No es un homenaje, es visibilidad.
Es un acto íntimo, pero expuesto. Privado, pero público. Un gesto que, en principio, parece una forma sincera de despedida. Pero en redes sociales, donde todo lo que mostramos se mezcla con la necesidad de decir “aquí estoy”, el límite entre el homenaje y la autorreferencia se vuelve borroso. ¿Por qué compartimos estas fotos? ¿Por qué queremos que los demás vean que estuvimos con esa persona, aunque haya sido una sola vez?
Del duelo íntimo al gesto público
Cuando una persona muere —sobre todo si es alguien famoso— se abre una ventana de atención masiva. Participar de esa conversación también es insertarse en la narrativa del momento, y eso, en un entorno donde todo se mide en interacciones, tiene peso. El gesto puede parecer inocente, pero su lógica sigue siendo la misma de cualquier otro contenido: mostrarse para no desaparecer.
No se trata de señalar con el dedo, sino de entender por qué lo hacemos. ¿Desde cuándo el duelo necesita prueba fotográfica? ¿Desde cuándo la tristeza tiene que validarse públicamente? La respuesta incomoda: en una época donde lo que no se comparte no existe, incluso la muerte puede volverse parte de nuestra narrativa personal.
Subir una foto con alguien que murió —sobre todo si era alguien visible— puede parecer una forma legítima de decir adiós. Pero en redes todo se transforma. Porque ahí, todo gira en torno al yo: lo que vi, lo que viví, lo que sentí.
Eso no significa que sea falso. Muchas veces el sentimiento es real. Pero el medio obliga a enmarcar esa emoción en lógica de contenido. En vez de guardar ese recuerdo en lo privado, lo compartimos para que otros lo vean, lo validen, lo compartan. Y ahí aparece la pregunta incómoda: ¿cuánto de esa publicación es para quien murió, y cuánto es para quien la sube?
La apropiación emocional como capital simbólico
Este fenómeno también tiene que ver con la necesidad de convertir un vínculo —a veces tenue, o inexistente— en valor simbólico. Si alguien importante muere y tú estuviste cerca, aunque haya sido solo una vez, esa cercanía se vuelve algo que vale. No necesariamente en lo afectivo, sino en lo social.
La publicación no dice “lo quise”. Dice: “estuve ahí”.
Y es justo ahí donde el gesto se complica. Lo que podría ser un acto íntimo y honesto se convierte en una forma más de hablar de uno mismo a través de la tragedia del otro.
No siempre es consciente. No siempre hay mala intención. Pero sí hay una lógica narcisista que no desaparece ni ante la muerte. El yo sigue al centro, incluso cuando el post es sobre alguien más.
No se trata de juzgar, sino de observar
No está mal compartir una foto con alguien que murió. No hay que cancelar el gesto ni decidir quién tiene o no derecho a hacerlo. Pero sí vale la pena preguntarnos qué necesidad está cubriendo, y qué dice sobre cómo estamos viviendo el duelo desde lo digital.
Tal vez haya nostalgia, ganas de ser parte, dolor genuino. Pero también hay una forma sutil de usar la pérdida ajena para reforzar una narrativa propia. Y no porque seamos fríos, sino porque así funcionan las plataformas donde nos expresamos. No todas las despedidas tienen que ser públicas. No todos los homenajes tienen que pasar por nuestra imagen. Y no todo lo que sentimos tiene que ser compartido para ser real.
Pero al mismo tiempo, es comprensible que, frente a una muerte que nos sacude —aunque haya sido alguien que apenas conocimos—, queramos decir algo, participar, marcar un lugar.
La pregunta no es si debemos hacerlo o no. La pregunta es si entendemos por qué lo hacemos. Porque ahí, tal vez, descubramos más de nosotros que del otro.
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