El silencio era sepulcral en el vestuario de
Muhammad Ali aquella noche del 30 de octubre de 1974. El combate no iba a comenzar antes de las cuatro de la madrugada en
Kinshasa para que pudiera verse por televisión en horario de “prime time” en los Estados Unidos. Mientras
Angelo Dundee le vendaba sabiamente los puños, ni
Bundini Brown, ni el doctor
Freddy Pacheco daban un solo dólar por su victoria frente a
George Foreman, en el segundo intento por recuperar el campeonato mundial de los grandes pesos. Un título que le había sido arrebatado siete años antes por la negativa de ser reclutado para combatir en la guerra de Vietnam. Fue él quien convenciese a sus auxiliares de que iba a ganar la pelea. “¿Qué os pensáis, que he venido hasta aquí para dejarme ganar? Ya sé que pega muy duro, pero resistiré y lo acabaré derrotando, porque soy el más grande”, exclamó el antiguo campeón de treinta y tres años. Mientras de fondo se escuchaba el rugir de la multitud de sus incondicionales gritando: “
Ali bumaye”, (
Ali, mátalo), con el que fueron a recibirlo a su llegada a Zaire, para disputar el “Rumble in the jungle” (la pelea en la selva), tal como había publicitado al enfrentamiento el promotor Don
King, un ex convicto que daba sus primeros pasos en el mundo del boxeo.
Seguir leyendo...]]>