En Chanta, Agustín “Rada” Aristarán se consagra como un showman capaz de sostener una dramaturgia endeble
El versátil actor se pone en la piel de Julio Ballesteros, un personaje crítico y despreciativo, para una serie de sketches que caen en trivialidades y no convencen

Autores: Mariano Cohn, Gastón Duprat y Juan José Becerra. Intérprete: Agustín “Rada” Aristarán. Dirección: Marcelo Caballero. Música: Juan Ignacio López. Escenografía: Tatiana Mladineo y Luciana Peralta Bó. Vestuario: Gustavo Alderete. Iluminación: Facundo David. Sala: Metropolitan (Corrientes 1343). Funciones: viernes, a las 22; sábados a las 23 y domingos, a las 21 hs. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: regular.
Entre el stand-up y la comedia negra se ubica este show que tiene por único protagonista al galardonado con dos premios Hugo a la comedia musical, por Matilda y School of Rock, Agustín “Rada” Aristarán, un actor, mago y músico de una versatilidad física e interpretativa capaz de meterse en la piel de cualquier personaje y resultar siempre convincente.
Esta vez, a Rada le tocó jugar solo en escena y con un personaje poco agradable: hace del Chanta que da título a la pieza y pone en juego “el aguante” y las risas que arranca en la platea al pasar revista a una vida, que parece haberse apoyado en la observación incisiva, siempre crítica y despreciativa hacia los otros. Este Chanta es capaz de observar a los demás como si los diseccionara con un bisturí y pasa a describir a los que lo rodean -familiares, la esposa, la hija, los amigos, los empleados a su cargo- con un tono irónico, como de un profundo desprecio.
En primera instancia, este Chanta que tiene un nombre -Julio Ballesteros- no parece ser una persona que derroche simpatía, pero los matices interpretativos de Rada hacen que hasta despierte ternura con sus actitudes, al ensayar los mil y un reproches que les va a marcar a sus empleados cuando llegue a jefe, o las críticas que vierte a parientes y amigos.
Rada se mete en la piel de Ballesteros, un hombre que va a contar su historia al público al revés. En la primera escena se lo ve en el interior de un ataúd; está muerto. Luego comienza a hablar como si el muerto cobrara vida y a partir de allí, de ese deceso producido a sus ochenta años, va desarrollando una vorágine de hechos que tocan distintas etapas de su vida: cuando tiene unos 60 años y se hace una colonoscopía -la cual describe con ciertos lujos de detalles-; luego cuenta algunos diálogos con su hija y su esposa, para pasar después a relatar lo que le sucede cuando asume la gerencia de una empresa.
Así se van sucediendo una serie de sketches, cuyos textos resultan de una trivialidad asombrosa; tan escasa en contenido y en la ubicación de un contexto que atrape al espectador, que la letra que se pone en boca de Rada adquiere un entretenido vigor dramático por la capacidad de matices que le aporta el actor, pero no por su contenido.
El texto, escrito a seis manos por el escritor Juan José Becerra y los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn, que nos han deleitado con films como El ciudadano ilustre, El hombre de al lado (que tuvo su versión teatral, titulada La mujer de al lado, en 2019), o Mi obra maestra, dramáticamente se apoya con filosa ironía -aportada por el genial intérprete- en palabras y situaciones que se repiten.
Las anécdotas cotidianas que se relatan suenan absolutamente triviales como para prestarles sostenida atención. La pregunta es si puede ser atractiva una pieza con un texto tan escasamente elaborado, que no profundiza en ningún hecho que llame la atención, más allá de lo anecdótico. Lo concreto es que el talento de Agustín “Rada” Aristarán, su versatilidad escénica, su predisposición física, su plasticidad, hacen que el espectáculo se salve y sea un hecho entretenido. Para concretar su performance, Rada cuenta con un aliado talentoso, el director Marcelo Caballero. Precisamente así, con la ayuda de iluminadores y escenógrafos -la puesta incluye un pequeño auto y otros recursos- el protagonista apuntala “esta patriada” en un acto -llamémosla así- para demostrar su calidad de showman.