En Buenos Aires: a los 26 y recién casada, María Callas debutó en el Teatro Colón entre la soledad y la frustración
La soprano más legendaria del siglo XX pisó suelo argentino, y su paso por el país estuvo lejos de ser un sueño. Enfermedad, críticas despiadadas y una ciudad que nunca la hizo sentir bienvenida.


En junio de 1949, Maria Callas descendió de un barco en el puerto de Buenos Aires con la determinación -o resignación- de quién ha aprendido a cumplir con su destino, aun cuando no fuera el que hubiera elegido. Tenía 26 años y un matrimonio consumado dos días antes de tener que embarcarse en la gira que la llevaría a cantar en el escenario más prestigioso de América Latina, el Teatro Colón. Para muchos era sólo una soprano más en una temporada de grandes figuras. Para ella, en cambio, aquella travesía era una más en un camino que todavía sentía incierto.
Aún no era la que llegaría a ser, aún no era “La Divina”. Su nombre no generaba suspiros ni murmullos de admiración en los pasillos de la ópera, y su voz, aunque distinta - y poderosa- aún debía conquistar a un público acostumbrado a otras glorias. Lo que pocos sabían era que aquella joven, que posaba sonriente para los fotógrafos con un vestido sencillo y una expresión casi imperceptible, ansiaba dejar atrás esa ciudad que le resultaba desconocida y hostil. No solo traía consigo partituras y ambiciones, sino también una historia de rechazos, esfuerzos y un matrimonio que, en más de un sentido, había cambiado su vida.
La humedad de la ciudad
A pesar de ser una gran oportunidad para darse a conocer a otros públicos con nuevas inquietudes, en otra parte del mundo, Callas no veía la hora de escapar de Buenos Aires. Pocos días después de casarse con el empresario industrial Giovanni Battista Meneghini —quien también era su representante—, emprendió un viaje de tres semanas para abrir la temporada del Teatro Colón. Se sentía sola, a pesar de la compañía de su mentor, el director de orquesta italiano Tullio Serafin, y frente a un público al que debía conquistar pese a su indiferencia. Apenas llegó, contrajo una fuerte gripe que la dejó en cama durante días.
Parecía haber desembarcado en el país con el pie izquierdo. Primero se alojó en un hotel que le resultó caro e incómodo, para luego instalarse en la residencia de los Serafin, de donde casi no salía. Desde su reclusión, escribía cartas a su marido con tono nostálgico y, a veces, desesperado. Se quejaba del clima cambiante y húmedo de la ciudad, de las críticas hacia su voz y de la indiferencia con la que el público recibía sus interpretaciones. Cada comentario negativo que recibía solo acrecentaba la nostalgia que María sentía por volver a casa y a los escenarios europeos que de a poco sí comenzaban a apreciarla.
Una infancia poco feliz
Maria Anna Cecilia Sofía Kalogeropulu, más tarde conocida como una de las mejores soprano del Siglo XX, o mejor dicho, como María Callas; nació el 2 de diciembre de 1923 en la ciudad de Nueva York. Hija de inmigrantes griegos, se trasladó a Atenas tras la separación de sus padres. Allí, bajo la estricta tutela de su madre, inició sus estudios de canto y sus primeras presentaciones.
Su infancia estuvo lejos de ser feliz. Su madre favorecía a su hermana mayor y la humillaba por su físico, criticándola por su peso y por rasgos que, con el tiempo, se volverían distintivos. Tras varias actuaciones exitosas en Atenas, Callas regresó a Estados Unidos, donde su voz —una soprano assoluta, con un timbre metálico que dividía opiniones— no terminó de encajar. Fue en Nueva York donde la fortuna le sonrió: Giovanni Zenatello, director de la Arena de Verona, la escuchó cantar y la contrató para interpretar La Gioconda en Italia.
Fue allí donde conoció a Tullio Serafin, quien se convertiría en su mentor, y también a su futuro esposo, Giovanni. Aunque Callas era tímida y reservada, tras su mirada se ocultaba una fuerza implacable. Meneghini, fascinado desde el primer momento, la trató como a un genio incomparable. Se convirtió en su representante y en su apoyo incondicional. Para Callas, él era una isla firme en la que refugiarse tras cada tormenta. No se trataba de un gran amor, pero sí de estabilidad, y eso era lo que ella necesitaba.
Porque antes que la intimidad y el amor, la prioridad de Maria Callas era la música. Era el único pensamiento que ocupaba su cabeza; la música, el trabajo, el éxito, todo eso venía primero. Trabajar con Tullio Serafin fue “lo mejor que le pasó en la vida”. Él creía en su talento, la impulsaba y le conseguía oportunidades. Pero su voz singular no siempre fue bien recibida. Muchas críticas la enfrentaban con Renata Tebaldi, su gran rival.
“No es suficiente con tener una bella voz”, explicó la cantante. “Cuando se interpreta un rol, uno tiene que tener muchos tonos y colores para expresar alegría, felicidad, miedo, angustia. Uno tiene que hacerlo, a pesar de que la gente no lo entienda. Porque más tarde lo van a entender, uno tiene que persuadirlos de que lo hagan”.
La última visita al país
Tras conquistar los escenarios europeos, Callas recibió una invitación del Teatro Colón para inaugurar la temporada con Norma, Turandot y Aida, los roles que la habían hecho conocida. Antes de embarcarse en el largo viaje que la llevaría a Sudamérica, la cantante decidió casarse con Menenghini, quien la había acompañado durante estos dos años. Saber que sería la primera vez que pasarían tanto tiempo separados, logró que encarara mal predispuesta el largo viaje.
Críticos del diario LA NACION de la época, que asistieron al Colón la noche de la apertura escribieron: “Anoche se inauguró la temporada oficial del teatro Colón con ”Turandot". (...) En la parte de protagonista la soprano Maria Callas puso de manifiesto positivas dotes vocales y escénicas, así como arrogante figura, salvando en buena forma las grandes dificultades que encierra su personaje; sin embargo no consiguió hacer olvidar algunas versiones memorables, y su voz, particularmente en el “forte”, en los pasajes agudos, resulta un tanto metálica..."
Su segunda y última visita al país, sin embargo, fue muy distinta. Cuándo volvió en 1970, el país era otro, y ella también. Para entonces había abandonado a Menenghini por el magnate millonario, Aristóteles Onassis, quien posteriormente la abandonó para casarse con Jackie Kennedy. Afectada por la ruptura y por un deterioro físico y vocal tras años de esfuerzo, Callas encontró consuelo en la amistad del cineasta Pier Paolo Pasolini.
Pasolini quedó fascinado con el mito detrás de “La Divina”. En una entrevista, dijo: “Aquí hay una mujer que, en un sentido, es la más moderna de todas, pero que también es la más antigua: extraña, misteriosa, mágica, con terribles conflictos internos” . Los hechos ocurridos en la vida de María lo inspiraron para adaptar la obra Medea, ya que vio en esta un reflejo de la vida de la soprano. Le ofrecieron el protagónico del filme y aceptó, en este proyecto podía reconocer los paralelos entre su vida y la de Medea: El amor que la había hecho despertar a la mujer interna que creía oculta y que de alguna manera la humanizó, una nueva vitalidad, una especie de proyecto con el objetivo de renacer.
Juntos visitaron el país en 1970 para presentar el filme en el Festival de Mar Del Plata. Esta fue la última vez que la diva pisó suelo argentino. Pocos años más tarde, el 16 de septiembre de 1977, la soprano falleció de un ataque al corazón. Los años de deterioro físico y emocional finalmente la habían alcanzado.
Aún hoy, su voz sigue dividiendo opiniones. Para algunos, su timbre metálico nunca estuvo a la altura de la perfección técnica de otras sopranos. Para otros, su interpretación única y su capacidad de transmitir emociones la convirtieron en la artista más influyente de la ópera en el siglo XX. Lo cierto es que María Callas rompió con los moldes establecidos, reinventó la manera de abordar los personajes y dejó una huella imborrable en la historia de la música.
A casi medio siglo de su muerte, su legado sigue intacto. Su nombre aún resuena en los escenarios que pisó, en las grabaciones que la mantienen viva y en cada nota que alguna soprano moderna intenta igualar sin éxito. Callas no solo cantó la ópera, la transformó. Y, aunque su paso por Argentina no haya dejado en ella la mejor impresión, la historia del Teatro Colón la recuerda como una de sus protagonistas más emblemáticas.