El mono: un carnaval sangriento que no acepta la vía de la razón sino del caos

Estrenos de cine.

Feb 20, 2025 - 05:24
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El mono: un carnaval sangriento que no acepta la vía de la razón sino del caos

El mono (The Monkey, Estados Unidos/2025). Dirección: Osgood Perkins. Guion: Osgood Perkins, Stephen King. Fotografía: Nico Aguilar. Edición: Graham Fortin, Greg Ng. Elenco: Theo James, Tatiana Maslany, Christian Convery, Colin O’Brien, Elijah Wood, Sarah Levy. Calificación: Apta mayores de 13 años con reservas. Distribuidora: BF Paris. Duración: 107 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

No hay mejor catarsis ante la angustia de la muerte que el humor más salvaje y liberador. Ese parece ser el aprendizaje de Osgood ‘Oz’ Perkins en su ya firme carrera como director, tras cultivar un estilo virtuoso pero todavía solemne en sus primeras películas, y recordando ahora que el maestro de su herencia no es otro que el propio Alfred Hitchcock. Es que el director inglés fue el genio detrás de Psicosis (1960), aquel clásico que hizo famoso a su padre, Anthony Perkins, y también el que trajo al horror de Hollywood aquella costumbre de reírse de lo macabro (junto otro compatriota como James Whale, clave en la saga de monstruos de la Universal).

El mono, inspirada en un relato corto de Stephen King, es el paso decisivo de Perkins, uno de los artífices más personales del terror contemporáneo –menos artie que la dupla Ari-Aster/Robert Eggers; menos trash que los otros alumnos de James Wan, quien aquí oficia de productor- hacia el desenfado de un humor negrísimo que sus otras películas todavía no tenían. Quizás Longlegs (2024) comenzó a irradiar una ascética autoconciencia que hacía reír al espectador sumergido en el nerviosismo por un horror inevitable, pero El mono acepta la implacable crueldad del mundo y dibuja el anuncio de la muerte en la aterradora sonrisa de un mono organillero.

El narrador de la historia es Hal Shelburne (Christian Convery/Theo James), en bíblica disputa con su gemelo Bill, mayor por apenas unos minutos y devorador de todo lo que comparten hasta la placenta que los hizo nacer. Cuando son niños y su padre los abandona –un piloto interpretado por Adam Scott, en un prólogo tan divertido como sangriento-, descubren junto al cínico humor de su encantadora madre –una siempre infalible Tatiana Maslany- el profético simio escondido entre los trastos que dejó el pater familias al viajar por última vez. Con sus ojos redondos y vidriosos, el monito muestra los dientes, agita la baqueta derecha y reparte, con el golpeteo en el tambor y el ritmo más frenético, desgracias absurdas y espeluznantes. Una historia impiadosa que, como la muerte, solo asume mayor seriedad cuando el tiempo pasa y la conciencia de su arribo se hace inocultable.Theo James en El mono

Ambientada en la emblemática Maine de Stephen King, con su aura boreal y claustrofóbica, El mono recoge los ecos góticos de Psicosis, el caserón familiar que recuerda al motel Bates, el pueblo mortuorio, la tragedia modelada en los límites de la familia. Pero Perkins diseña las muertes como histriónicas piezas de una sinfonía de horror que asume el tono de la comedia más negra, el splatter más excesivo, las coreografías de miembros amputados más estilizadas. En las perspectivas más adultas de Longlegs o Soy la cosa más bella que vive en esta casa (2016), ya sea en clave de thriller seco de los 70 o bajo la pegajosa atmósfera del cuento de fantasmas, su exploración se concentraba en el miedo como reacción humana ante la muerte, en la parálisis como malestar corrosivo frente a lo intolerable.

En cambio, El mono resume un desvío juguetón y ausente de explicaciones, un homenaje a los pecados más perversos del universo ‘grindhouse’ -en un gesto que recoge la vena explorada por el Tarantino de los 2000, antes de su incursión en la Historia con Bastardos sin gloria-, que esquiva sesudas elucubraciones para deleitarse con la pura catarsis cinematográfica. La muerte es absurda e inexplicable –el propio Perkins lo ha vivido, ya que su madre, la actriz Berry Berenson, murió en los ataques terroristas a las Torres Gemelas-, y así como el terror ha sabido dar expresión a lo indecible, a las ansiedades y los temores más viscerales, también puede encarnar, en un carnaval sangriento y delirante, la escapatoria a una tragedia que no acepta el camino de la razón sino el del caos y el sinsentido.