El miedo a las palabras
En Morena tienen miedo a decir que lo que ahora defienden tiene un nombre antiguo, se llama autoritarismo de partido hegemónico.

Afirman desde el poder que en México ya cambiamos de modelo político y económico. Pero se niegan a decir el nombre del nuevo modelo. El “humanismo mexicano” y la “economía moral” son fórmulas de propaganda sin sustancia. Tienen miedo a decir que lo que ahora defienden tiene un nombre antiguo, se llama autoritarismo de partido hegemónico.
A finales de los noventa, dentro del PRI convivían dos corrientes: la primera la representaba Salinas de Gortari y su corte de tecnócratas modernizadores; la segunda la encabezaba Cuauhtémoc Cárdenas, que representaba la corriente populista, estatista y nacionalista. La segunda corriente salió del PRI y fundó un nuevo partido: el PRD. En el PRD volvieron a crearse dos corrientes: la primera, de Los Chuchos, promovía la modernidad globalizadora en alianza con el PRI y el PAN; la segunda, comandada por López Obrador, defendía lo mismo que antes postulaba Cárdenas: populismo, estatismo y nacionalismo, el viejo modelo del PRI. La segunda corriente abandonó el PRD y fundó un nuevo partido: Morena, nieto del PRI, heredero de su modelo político y económico.
Los descendientes del PRI se niegan a reconocer su genealogía: “nosotros no somos corruptos, nuestra legitimidad no nace del fraude”. Lo cierto es que sí son corruptos y fraudulentos; lo llevan en la sangre. Ganan elecciones como las ganaba el PRI: comprando votos. La elección judicial reproduce el modelo priista: los votos no los contarán los ciudadanos, no habrá resultados el día de la elección. Elecciones amañadas, el sello del PRI. ¿Y en lo económico, qué novedad representan? Su modelo es capitalista complementado con programas sociales. Economía mixta la llamaban los priistas. ¿Se olvidan acaso que el PRI inventó los programas sociales y con ellos el clientelismo? Lo dijo López Obrador en un video que puede verse en YouTube: “El procedimiento del PRI consiste en utilizar el presupuesto público. Ellos apuestan a derramar recursos para crear un ambiente artificial de prosperidad. Utilizan recursos para dar ayudas personalizadas y obtener los votos. Esa es la esencia de la estrategia del PRI y el gobierno. Al grado de que si el PRI no utiliza el presupuesto público no ganaría las elecciones”.
¿Qué le falta a Morena para ser la resurrección del PRI? La completa supeditación de los poderes al Ejecutivo, pero la elección de jueces morenistas pondrá remedio a esto. ¿Qué otra cosa le hace falta? Maniatar la libertad de expresión. La Ley Censura fue un primer intento en este sentido. No les funcionó, pero lo volverán a intentar. Cuentan con la mayoría parlamentaria, por lo que solo es cuestión de tiempo para que tengan el control de los medios de comunicación y de las plataformas digitales. El PRI habrá renacido de sus cenizas.
Tienen todo el poder, pero le tienen miedo a las palabras. Afirman que el modelo anterior falló (la democracia liberal), pero rechazan nombrarse como lo que son: un gobierno autoritario. Dicen que representan al pueblo, pero los números no les alcanzan. Sheinbaum ganó la elección con el voto de 35 millones (de 100 millones de empadronados). 65 millones de mexicanos no votaron por ella, la inmensa mayoría, es decir: el pueblo. Ganó Sheinbaum bajo el modelo de la democracia representativa: con un tercio de los votantes, gobierna para la mayoría, pero no representa la mayoría. Como en el gobierno de Fox, cimentan su legitimidad en las encuestas de popularidad. Dicen que el 80 por ciento apoya la presidencia de Sheinbaum, pero esas mismas encuestas señalan que reprueban su manejo en el tema económico y de seguridad, su lucha contra el narco y la corrupción. Compraron su mayoría legislativa con sobornos y chicanadas. Simulan —como los hacía el más rancio PRI— que hay un Congreso y que habrá jueces no sumisos al Ejecutivo. Simulan que no ha muerto la República. Simulan que vivimos en una democracia representativa y liberal. No tienen otro modelo. Simulan, mienten, tienen miedo a mostrarse como son.
La dictadura cubana se ve a sí misma como una democracia. La dictadura argentina gobernaba con puño de acero en nombre del pueblo. El gobierno del PRI simulaba ser una democracia, pero era un gobierno autoritario de partido hegemónico, una dictadura.
Sería sano para nuestra vida pública que el partido oficial se quitara la máscara y gobernara con la verdad. Podrían decir con orgullo lo que ahora intentan disimular: “sí, somos militaristas; no nos importan las elecciones; queremos que no se nos critique; queremos volver a una economía cerrada; queremos el control total del Poder Legislativo y el Judicial; queremos que vuelva a estar prohibido criticar a la Presidencia; nuestro modelo es Cuba”. La vida pública ganaría mucho si se condujeran con la verdad. Si dejaran atrás la simulación. Así por lo menos sabríamos qué defienden en realidad. Sería muy bueno que dejaran atrás la mentira. Que por fin dejaran de tenerle miedo a las palabras y reconocieran su pasado y su presente autoritario. Que volvieran a gritar con orgullo que “no hay más ruta que la nuestra”.