El hombre que vendía comienzos de novela, de Matei Vișniec

La primera novela traducida al español de Matei Vișniec tiene un punto de partida maravilloso: existe una sociedad secreta que lleva siglos vendiendo comienzos de novela a autores. Una idea magnífica. En Zenda reproducimos las primeras páginas de El hombre que vendía comienzos de novela (Galaxia Gutenberg), de Matei Vișniec. *** 1 Escuchaba estas palabras... Leer más La entrada El hombre que vendía comienzos de novela, de Matei Vișniec aparece primero en Zenda.

Mar 31, 2025 - 07:00
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El hombre que vendía comienzos de novela, de Matei Vișniec

La primera novela traducida al español de Matei Vișniec tiene un punto de partida maravilloso: existe una sociedad secreta que lleva siglos vendiendo comienzos de novela a autores. Una idea magnífica.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de El hombre que vendía comienzos de novela (Galaxia Gutenberg), de Matei Vișniec.

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La primera frase de una novela debe contener algo de la energía de un grito inconsciente que provoca una avalancha. Debe ser la chispa que provoca una reacción en cadena… Por eso, la primera frase nunca es inocente. Contiene, en germen, todo el relato, toda la trama. La primera frase es como un embrión repleto de posibilidades, como un espermatozoide afortunado, si se me permite la comparación… Ja, ja…

Escuchaba estas palabras un tanto por educación, pero, en realidad, me absorbían otros pensamientos. Esa noche había tenido un sueño extraño, casi una pesadilla: había soñado que elaboraba una lista con los grandes problemas de la humanidad (crisis, guerras, epidemias, catástrofes), pero, como no conseguía establecer una justa jerarquía entre ellos, no paraba de cambiarlos de un sitio a otro; el problema número uno pa saba a cuarta posición; el número cinco, a segunda; y así sucesivamente. Después, por la mañana, me llamaron por teléfono de Bucarest: un colega escritor me pedía que firmara una petición para salvar la Casa Monteoru. Todo eso me produjo un insólito estado de desapego a la realidad. Seguía con esas preocupaciones en mente cuando me perturbó el violento aguace ro de la tarde, que desfiguraba los árboles en la avenida de los Campos Elíseos: una lluvia visiblemente enviada por un destino adverso, deseoso de fastidiarme el día en que me iban a entregar un prestigioso premio literario.

–Las primeras palabras de una novela son como el grito de un marinero que otea el océano desde la cofa del mástil y, de pronto, anuncia tierra al horizonte… Sé que podrían parecerle pa téticas, incluso grotescas, estas aseveraciones. Y, sin embargo, si les concede un poco de atención, verá lo acertadas que son… Un buen comienzo de novela o es un clic metafísico o no es nada.

¿Quién me habría presentado a aquel hombre? ¿Cómo se había pegado a mí, allí, en aquel jardín oculto donde, final mente, la ceremonia de entrega de unos premios menores ha bía transcurrido bajo un sol bastante generoso, que asomó entre las nubes en el último momento? El césped, los rosales, los pequeños senderos de grava seguían empapados de agua, pero nadie parecía intimidado por aquel universo aún húmedo y fresco. Como salidos de los libros allí premiados, todos aquellos escritores y críticos, directores de revista y agentes literarios me parecían más bien personajes. De hecho, miraba estupefacto cómo se aprovechaban todo lo que podían de aquel garden party, moviéndose frenéticos, corriendo de una mesa cubierta de exquisiteces a otra, de las especialidades japonesas a las magrebíes, de las pirámides de fruta a las bandejas de dulces. Y los veía, sobre todo, dar buena cuenta del champán ofrecido sin restricción e intercambiar frases y palabras en clave, acompañadas de gestos y miradas también llenos de significados y mensajes sutiles.

Yo mismo tenía una copa de champán en la mano y me esforzaba en sonreír cada vez que alguien se acercaba a decírmelo mucho que merecía haber llamado, por fin, la atención del jurado. Por supuesto, no se trataba de un premio importante, ni siquiera figuraba yo entre los primeros puestos de la lista, pero, aun así, había dado un paso importante para conseguir mayor visibilidad.

–Un dedo que aprieta el gatillo, eso significa, en realidad, una primera frase acertada, intensa. Un verdadero comienzo de novela es el estallido de un incendio interior… Ahora bien, no olvide que, a veces, también hay primeras frases suicidas… Imagínese un comienzo de novela con una fuerza tremenda, pero que tiene la trayectoria de un bumerán. ¿Qué ocurre en tonces? Pues que regresa en algún momento y te da una bofetada. Pero ya sabe usted que un autor, un escritor auténtico, asume determinados riesgos cuando empieza a escribir… Incluso el de acabar bajo los escombros de su propia construcción…

El hombre que me soltaba estas palabras parecía no tener rostro; sus rasgos temblaban frente a mí, y yo no conseguía fijarlos con la mirada. Por el momento, antes que nada, era más bien una voz. ¿Se dirigía sólo a mí, o resonaba en los oídos de todos los allí reunidos, unos doscientos seres irremediablemente alcanzados por el virus de la literatura? Mi atención se fragmentaba en doscientas pequeñas direcciones, porque aquellos hombres me interesaban, formaban parte de una determinada crema del mundillo artístico parisino; estaban absolutamente todos más iniciados que yo («¿iniciados en qué?», «en todo») y se exponían en aquel universo húmedo con mucha más naturalidad que yo.

Si hubiera podido reunir mis pensamientos en un único conjunto le habría dicho lo siguiente a la voz pegada a mi tímpano: ¿no ves que mi mayor problema ahora es mi mano derecha? El de mi mano izquierda ya está resuelto, porque con ella sujeto la copa de champán, pero mi mano derecha no encuentra ninguna utilidad para sí misma, ningún apoyo, ningún sentido; no consigo que adopte ninguna actitud natural.

–Podría hablarle largo y tendido de todo esto, si encontráramos algo de tiempo.

–Por supuesto. El tiempo no es problema.

–En cualquier caso, la primera frase de una novela debe ser una suerte de locomotora capaz de arrastrar toda la serie posterior de palabras, frases, páginas y capítulos; todo el séquito de caracteres y todo el encadenamiento de acontecimientos y metáforas. («Ah, bonjour, y enhorabuena; sepa usted que precisa mente estoy leyéndolo»). La primera frase es, en realidad, una explosión… («Bravo. Y a propósito, ¿con qué editor trabaja usted?»). Aunque, a veces, esa explosión también puede ser retrasada. De todos modos, antes o después, debe alumbrar un mun do. Pocos autores son conscientes de la naturaleza especial de esa primera frase, cuya función es la de un verdadero big bang… Complacidos consigo mismos, ávidos de ser vistos, todos los héroes de aquel espectáculo social y literario se agitaban sin parar. Grupos de tres, cuatro, cinco personas se formaban con una rapidez browniana y se disolvían igual de rápido, dado que cada participante en el juego quería experimentar el mayor número de combinaciones posibles.

Siempre he sido un buen observador del mundo, un observador atento y paciente. Si, al final de mi vida, me dieran un premio, debería ser por lo concienzudo que he sido mirándolo todo y, en primer lugar, a las personas. Sí, ellas, las personas, me han parecido ante todo dignas de ser saboreadas, ya fueran transeúntes anónimos o conocidos, gente famosa o actores irrelevantes de los rituales urbanos. Las personas con sus contradicciones internas, visibles o invisibles, conscientes o inconscientes han sido mi pasión. El balé humano de las calles, las estaciones, los grandes almacenes, los mercados y todos los lugares susceptibles de atraer a más de una persona siempre me han parecido un espectáculo muy potente, cómico por la dimensión de lo imprevisto, trágico por su inutilidad, poético por su desorden.

–Pocos escritores saben, sin embargo, que esas primeras frases esenciales se pueden también comprar, concluyó el hombre de rasgos temblorosos. A decir verdad, esto es lo que quería decirle. Nuestra agencia proporciona comienzos de no vela desde hace más de trescientos años. Le dejo una tarjeta de visita; quién sabe, tal vez un buen día nos volvamos a ver… Y mi enhorabuena por el premio…

El hombre que vendía comienzos de novela desapareció, dejándome reconfortado por dentro. Algo beneficioso para mi equilibrio había ocurrido en el momento de su partida: mi mano derecha había encontrado su razón de ser; apretaba la tarjeta de visita de un desconocido.

[…]

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Autor: Matei Vișniec. Título: El hombre que vendía comienzos de novela. Traducción: Corina Oproae y Evelio Miñano. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.

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