El árbol más hermoso del mundo: un cruce de soledades que modifica el porvenir
La obra escrita y dirigida por Francisco Lumerman es un trabajo que destila ternura gracias al fortuito encuentro de dos personajes, con la naturaleza como cobijo -y testigo-

Autor y director: Francisco Lumerman. Intérpretes: Ana María Orozco, Salvador del Solar. Vestuario: Betiana Temkin. Escenografía: Rodrigo González Garrillo. Iluminación: Ricardo Sica. Música: Agustín Lumerman. Sala: Moscú Teatro, Ramírez de Velasco 535. Funciones: Sábados a las 19; domingos a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena.
El autor, actor y director Francisco Lumerman, en tanto dramaturgo, suele construir dramas pequeños en sus estructuras formales pero en los que los personajes exponen un fuerte grado de vulnerabilidad. Y ese aspecto es el que suele desarrollar con intensidad y logra así conmover a un espectador que no podrá dejar de sentirse involucrado con sus propuestas. Por citar solo algunas de las obras más elocuentes: El amor es un bien, El río en mí, Muerde.
En El árbol más hermoso del mundo, el creador ubica la acción en un parque nacional muy cercano a una comunidad ancestral que parece vivir en los márgenes del lugar. Allí habita un guardaparques en una pequeña construcción y algo abandonado por las autoridades centrales. Solo posee una radio, a través de la que puede comunicarse con la ciudad y que está un poco deteriorada.
Julián, tal el nombre del personaje, es un hombre huraño que solo se relaciona afectivamente con un árbol añejo, Vermon, que está situado al lado de su casa y que manifiesta profundas señales de decadencia.
Inesperadamente, Ana quiebra la rutina de ese paraje. Dice que llegó en su auto a la zona, que ingresó al parque y que observó una pelea entre varias personas a quienes no logró distinguir con exactitud, a la vez que escuchó disparos. Luego se quedó dormida sobre una roca hasta que Julián la rescató.
Ana esconde algo. No se anima a explicar por qué está allí y hasta le pide al guardaparque que no la reporte. Entre ambos comienza a desarrollarse una relación difícil, al comienzo. Predomina cierta desconfianza en ese hombre acostumbrado a estar solo, a hablar poco y menos aún a contar su historia personal. Ella intenta acercarse a él, dejando ver sus cualidades de mujer sensible, que trata de agradar, forzando hasta cierta simpatía a la hora de lograr ser muy amigable.
Poco a poco, Julián comienza a relajarse y hasta habla de su vida, de ciertos padecimientos que al cabo de los años han aumentado y que tienen que ver estrictamente con un trabajo que próximamente va a perder. Hasta que una situación inesperada obliga a Ana a también dar a conocer quién es: una muy reconocida actriz televisiva que necesitó escapar de ese mundo frívolo que la rodea. Ya no reconoce si es solo una ficción la que representa en la televisión o si también su propia vida se ha transformado eso.
Ese fuerte cruce de soledades tiene lugar en un ámbito desolado y el único testigo es Vernon, el árbol que lamentablemente termina muriendo y, con esa desaparición, la vida de los protagonistas pareciera rearmarse. Cada cual seguirá su camino. Ese tiempo que compartieron permitió que algo se acomodara en el interior de ellos. Y hasta se animarán, seguramente, a aceptar la carga energética que les ha aportado esa naturaleza con la que han convivido durante un par de días.
El proyecto posee a dos intérpretes con estilos de actuación muy diferentes. La reconocida actriz colombiana Ana María Orozco (protagonista de telenovela Yo soy Betty, la fea, producción que después de convirtió en pieza teatral) y el actor peruano Salvador del Solar. Ellos van creando una relación muy fuerte, hasta sus silencios resultan muy significativos, por momentos. Pero mientras Del Solar se planta en escena demostrando una fuerte raíz teatral en su desarrollo profesional, al personaje de Orozco le falta encontrar una profundidad mayor emocionalmente. Indudablemente, posee mucha capacidad para entregarse al juego que propone Francisco Lumerman desde la dirección. Pero deja en claro que a la hora de describir momentos dolorosos de su vida personal (la muerte de su madre, la relación con su hijo, por solo poner unos ejemplos) no consigue dejar que su cuerpo manifieste de manera acabada cierto dolor o nostalgia por lo que relata. Y en definitiva, acontecimientos como esos son los que la han obligado a escapar de su trabajo ligado al espectáculo.
Más allá de estas observaciones, El árbol más hermoso del mundo es un trabajo que destila mucha ternura porque la historia posee los condimentos necesarios para ello y resulta muy inquietante conocer a esos personajes.