De las cenizas y el éxodo de Detroit
Los Pistons empiezan a ver la luz tras una larga odisea por el desierto de la Conferencia Este y de la NBA. La entrada De las cenizas y el éxodo de Detroit se publicó primero en NBAManiacs. Source: NBAManiacs


Dicen quienes han estado por allí que huele a gasolina y a neumático quemado. Un aroma embriagador —insoportable para otros— que en invierno se mezcla con el frío y con el lazo poco cordial entre la nieve y la sal. En Detroit entienden muy bien de días grises. Quizá demasiados: la migración llevada a cabo por la industria hacia zonas con mano de obra barata —y menor apego a los derechos laborales— a partir de los años 50 estuvo acompañada de un éxodo poblacional del que todavía no se ha recuperado. De hecho, el tope de dos millones de habitantes con los que contaba la ciudad entonces ha ido menguando de forma paulatina hasta situarse tímidamente por encima de los 600.000.
No es de extrañar, pues, el semblante taciturno de una urbe capaz de convencerse a sí misma que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”. Del mismo modo se comprende el carácter curtido y luchador de una afición que se repliega alrededor de su equipo pese a su cuestionable condición de fábrica móvil de decepciones y malos tragos. Quizá por esa misma razón celebran casi más que cualquier otra las alegrías que este les regala, a cuentagotas, pero con el característico paladar de un Rock and Rye.
No es solo baloncesto. Es una forma de vida. Bajo el cobijo de esta temporada NBA, un intento de restauración de un antiguo régimen cuyo nexo gira alrededor del binomio afición-equipo y de la doctrina Bad Boys. Por supuesto, el puntillismo capilar de Dennis Rodman y las hostias dominicales de Bill Laimbeer no copan portadas de esta nueva NBA healthy en la que Cade Cunningham emerge como el virtuoso del Little Caesars Arena.
Para entender a estos Pistons, es necesario volver a mirar hacia atrás, aunque sea con una mueca en el rostro. Tras el cierre por liquidación de los Bad Boys 2.0 a finales de los 2000, en Michigan se sumergieron en un bucle que desesperaría a cualquiera, salvo a Phil Connors y a la todavía más curtida fan base de los Sacramento Kings. Desde 2009, los Pistons solo han jugado playoffs en dos ocasiones: 2016 y 2019. Dos apariciones que solo tuvieron en común el tándem formado por Andre Drummond y Reggie Jackson, y sendas barridas ante Cleveland y Milwaukee.
“Pero esto no es todo; todavía vas a ver cosas peores”, compartió Ezequiel allá por tiempos decimonónicos, aunque no se equivocaba: caída en picado hasta apenas sumar 17 y 14 victorias en las temporadas 2022-23 y 2023-24. Ni Dwane Casey, ni Monty Williams evitaron que por Detroit azotaran con fuerza las siete plagas del Motown pese a lucir en sus respectivos currículums el premio al Entrenador del Año.
Muchos cambios, regreso al espíritu Bad Boy
Así llegó la temporada baja de 2024 y, con ella, aires renovados a la organización. Trajan Langdon reemplazó a Troy Weaver al frente de las oficinas y J.B. Bickerstaff —quien ya había demostrado en Cleveland cómo hacer las cosas— se hizo como el timón del banquillo con una única misión: hacer de los Pistons algo —mucho— más que el punching-ball de la NBA.
Añadieron veteranos como Tobias Harris, Tim Hardaway Jr. y Malik Beasley, tipos que saben lo que es ganar —o al menos no perder tanto— y confirmaron su apuesta por el núcleo de jugadores del que ya disponían, encabezado por Cade Cunningham, Jalen Duren, Ausar Thompson, Isaiah Stewart, Jaden Ivey y el recién llegado Ron Holland. Había un plan, firme y prometedor, pero tan solo eso: un modelo más, como aquellos que terminan en el desguace —por aburrimiento o por obsolescencia programada— en la obra de Kazuo Ishiguro.
Al menos el rostro de la franquicia ya estaba ahí. En calidad de número uno del draft de 2021, Cunningham aterrizó en Detroit con la promesa de convertirse en ese talento generacional que necesita todo equipo que quiere hacerse mayor. Su debut fue muy bueno, aunque no lo suficiente para imponerse a Scottie Barnes y Evan Mobley en las votaciones para el Rookie del Año. Sin embargo, las lesiones y el caos que rodeaba a los Pistons amenazaron con convertirlo en esa promesa que todos hemos hecho alguna vez, aunque supiéramos que no la íbamos a cumplir.
Menos mal que en Detroit tomaron las riendas antes de culminarse el descalabro para, rápidamente, recoger los primeros frutos. Cunningham se ha quitado de encima cualquier duda para estrenarse como All-Star y, salvo desastre, colarse también en los All-NBA Teams. Un techo ocasional en Michigan. El último jugador de los Pistons en ser elegido All-NBA fue Blake Griffin en 2019, en el tercero. Eso sí, para hallar a un representante en el Segundo Mejor Quinteto hay que remontarse a 2006: Ben Wallace y Chauncey Billups. Si hablamos del All-First Team, tenemos que remontarnos casi al cretácico superior: Grant Hill en 1997 y, previamente, Isiah Thomas, ya en los años 80.
Cade Cunningham es la computadora que pone la inteligencia y el talento al servicio de lo que verdaderamente define a estos Pistons y a tantos otros grandes equipos del Motown: la defensa. Los 25,5 puntos y 9,4 asistencias que promedia el base sirven para aderezar una defensa que se ha asentado como la mejor de la NBA en los últimos doce partidos. Un tramo en el que los de Michigan han vencido diez de ellos para asentarse en la sexta posición de la Conferencia Este y abrir una brecha de cinco partidos y medios con el play-in.
Un guiño al pasado, con gafas de sol modernas y el físico y la mala leche de los original Bad Boys. Que estén listos o no todavía para los playoffs no es lo más importante. No se trata de números, estadísticas o el factor cancha, sino de orgullo. Y, por primera vez en mucho tiempo, los sufridores aficionados de los Pistons que llenan el Little Caesars Arena —o el NBA League Pass— vuelven a creer.
(Fotografía de portada de Rob Gray-Imagn Images)
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