De cereales a frutos rojos: la transformación silenciosa de la agricultura en las montañas europeas
En los rincones apartados de las montañas del sur de Europa, un cambio agrícola silencioso está transformando los paisajes y las formas de vida campesinas....

En los rincones apartados de las montañas del sur de Europa, un cambio agrícola silencioso está transformando los paisajes y las formas de vida campesinas. En lugar del trigo, las habas y el maíz, ahora florecen tomates, calabacines y frambuesas en los huertos de altura.
Nuestra investigación, recientemente publicada en Agriculture and Human Values, revela cómo los agricultores de zonas montañosas remotas de la península ibérica están abandonando cultivos tradicionales a favor de especies hortícolas y frutales. Este giro en las ‘carteras de cultivos’ responde a una mezcla de factores culturales, climáticos y económicos.
El estudio, realizado en cuatro regiones de montaña —Cabrales (Picos de Europa), Trevélez (Alpujarra Granadina), Vall de Cardós (Pirineo) y Prades (Cordillera Prelitoral Catalana)—, se basa en 75 entrevistas en profundidad con agricultores/as mayores, cuyas memorias y experiencias ofrecen una valiosa ventana al pasado y presente de la agricultura local.
Una nueva cartera de cultivos
En los años 50, los campos de estas regiones estaban dominados por cereales y legumbres como el trigo, el maíz, los garbanzos y las habas, esenciales para una vida agrícola de subsistencia. Hoy, esos cultivos han sido desplazados por tomates, pimientos, berenjenas y frutos del bosque.
El análisis de la prominencia de los distintos cultivos realizado por el equipo investigador —que mide la frecuencia y el orden con que se mencionan los cultivos en las entrevistas— muestra un descenso abrupto en la importancia cultural de especies como el trigo, mientras cultivos como el tomate se han vuelto omnipresentes.
Estamos viendo no solo un cambio de cultivos, sino una transformación en la identidad agrícola. Lo que antes era esencial, ahora es opcional. Y nuevas especies están ganando protagonismo.
¿Por qué este cambio?
La respuesta a esta transformación es multifactorial. En primer lugar, hay factores culturales: los hábitos alimentarios cambian, muchas recetas tradicionales ya no se preparan y la juventud ha abandonado el campo, dejando atrás prácticas que requerían mucho trabajo manual.
El mercado también influye. Muchos entrevistados mencionaron que, hoy, es más fácil y barato comprar ciertos productos que cultivarlos. La disponibilidad de alimentos en tiendas ha reducido la necesidad de autosuficiencia.
El cambio climático es otro motor poderoso. El aumento de las temperaturas y la variabilidad en las lluvias han hecho que algunas especies tradicionales sean más difíciles de cultivar, mientras que otras, antes impensables, ahora prosperan en estas zonas. Cultivos como el melón, el pimiento o incluso cítricos como el limón se están introduciendo en lugares donde antaño reinaba la nieve.
¿Más diversidad… o más vulnerabilidad?
A primera vista, el cambio podría parecer positivo: se introducen nuevos cultivos, algunos se mantienen, y en general parece haber más variedad. Pero este tipo de diversificación no siempre implica resiliencia.
Muchas de las nuevas especies requieren más agua, más insumos externos y no están adaptadas a las condiciones locales. La desaparición de cultivos de forraje, por ejemplo, ha generado una mayor dependencia del alimento animal comprado, lo que hace que los sistemas agrícolas sean más frágiles frente a crisis externas.
Esta no es solo una diversificación, es una reorientación completa del sistema agrícola.
La cultura sigue siendo clave
Uno de los hallazgos más valiosos del estudio es el papel central que juegan los factores socioculturales. En contraste con la mayoría de estudios, que se enfocan en mercados o políticas, este trabajo revela que los gustos alimentarios, las tradiciones culinarias y los conocimientos heredados siguen influyendo fuertemente en las decisiones de cultivo.
En algunos casos, el valor cultural ha sido suficiente para mantener ciertos cultivos. El manzano, por ejemplo, sigue cultivándose en Cabrales para la producción de sidra artesanal. Pero en otros casos, la carga de trabajo o la poca rentabilidad han llevado al abandono, a pesar de la importancia simbólica.
¿Qué podemos hacer?
Es importante diseñar políticas públicas que reconozcan esta complejidad. No basta con considerar el rendimiento económico o las condiciones ambientales. También es vital entender los contextos culturales y sociales que rodean a cada comunidad agrícola.
La Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea incluye medidas de apoyo a la diversificación, pero aún está por ver si serán suficientes para revertir los efectos negativos de la industrialización agrícola.
Una historia de adpatación
Este estudio revela una historia de adaptación, en la que los/as agricultores/as de montaña —a menudo sin apoyos institucionales— están respondiendo a grandes cambios globales con decisiones locales. Sus elecciones, tomadas planta por planta, ofrecen lecciones sobre cómo se puede (y se debería) apoyar una agricultura resiliente, diversificada y conectada con su entorno.
El futuro agrícola de las montañas europeas puede ser muy distinto al pasado. Pero comprender por qué cambian los cultivos, y qué se gana o se pierde con ello, es esencial para no dejar atrás a quienes cultivan nuestro alimento en las cumbres del mundo.
Petra Benyei y Laura Aceituno-Mata son investigadoras del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD) y el Real Jardín Botánico (RJB), respectivamente.