¿Cuál es el origen de la jubilación? Una idea romana que había que ganarse con sangre
Privilegio con cara oculta - Octavio Augusto creó un fondo exclusivo para los soldados retirados, asegurando compensaciones económicas o tierras tras 25 años de servicioLa edad legal de jubilación subirá a 66 años y ocho meses en 2025 El rugido del mar lo envolvía todo mientras las sombras de los barcos se recortaban contra el horizonte. Un soldado romano, con la piel curtida por el sol y las cicatrices de mil batallas, miraba hacia tierra firme con alivio y incertidumbre. Había luchado durante décadas, enfrentado peligros de todo tipo, pero ahora le esperaba un destino desconocido: la jubilación. Para algunos romanos, era un premio; para otros, una condena disfrazada de descanso: muchos veteranos quedaban con secuelas físicas y psicológicas que les impedían disfrutar plenamente de su retiro. Y en aquella época, cuando el mundo aún respondía a los dictados de Roma, colgar la espada y no volver al campo de batalla no siempre significaba hallar la paz. El precio del descanso: un retiro que no garantizaba la tranquilidad La idea de retirarse tras años de esfuerzo es algo que se da por supuesto en la actualidad, pero en la Antigua Roma no era un derecho universal, sino un privilegio que había que ganar, a menudo con sangre. El emperador Octavio Augusto estableció el primer sistema de pensiones conocido, pero lo hizo exclusivamente para los soldados, los pilares del Imperio. Así nació el Aerarium Militare, un fondo destinado a recompensar a quienes lograban sobrevivir al brutal servicio militar. Solo después de cumplir con largos y extenuantes años de servicio, los legionarios podían aspirar a recibir una compensación económica o, en algunos casos, tierras en alguna provincia remota en la que se tenían que enfrentar a saqueos o, incluso, convertirse en mercenarios para no caer en la miseria. Para algunos, la solución fue asentarse en ciudades creadas específicamente para veteranos, como Emérita Augusta - la actual Mérida -, donde podían empezar una nueva vida lejos del fragor de la batalla. Tampoco era una recompensa fácil de alcanzar. La mayoría de los soldados moría antes de llegar a la jubilación, y quienes lo lograban lo hacían tras décadas de campañas agotadoras. En un principio, el tiempo mínimo de servicio era de 20 años, pero pronto se elevó a 25. La Guardia Pretoriana, encargada de proteger al emperador, tenía condiciones algo más favorables, con un mínimo de 12 años que luego se ampliaron a 16. Para los auxiliares, soldados no ciudadanos, la exigencia era aún mayor: 26 años de servicio antes de recibir el ansiado retiro. Sin embargo, incluso dentro del ejército, las pensiones no estaban garantizadas. Mientras Roma conquistaba territorios, el dinero para recompensar a los veteranos provenía del botín de guerra. Pero en tiempos de paz, financiar estos pagos resultaba cada vez más difícil, lo que obligó a extender los años de servicio, una estrategia que recuerda a las reformas actuales que retrasan la edad de jubilación. La vejez era una carga familiar y había una opción privada El origen de la jubilación como un mecanismo de protección para los ancianos, como se entiende hoy en día, también se encuentra en Roma, aunque bajo otro concepto. Antes de que existieran las pensiones militares, la Lex cionaria establecía que los hijos tenían la obligación de cuidar de sus padres en la vejez. Inspirada en el comportamiento de las cigüeñas, esta ley marcó el inicio de una responsabilidad que, con variaciones, sigue vigente hoy en día.

Privilegio con cara oculta - Octavio Augusto creó un fondo exclusivo para los soldados retirados, asegurando compensaciones económicas o tierras tras 25 años de servicio
La edad legal de jubilación subirá a 66 años y ocho meses en 2025
El rugido del mar lo envolvía todo mientras las sombras de los barcos se recortaban contra el horizonte. Un soldado romano, con la piel curtida por el sol y las cicatrices de mil batallas, miraba hacia tierra firme con alivio y incertidumbre. Había luchado durante décadas, enfrentado peligros de todo tipo, pero ahora le esperaba un destino desconocido: la jubilación.
Para algunos romanos, era un premio; para otros, una condena disfrazada de descanso: muchos veteranos quedaban con secuelas físicas y psicológicas que les impedían disfrutar plenamente de su retiro. Y en aquella época, cuando el mundo aún respondía a los dictados de Roma, colgar la espada y no volver al campo de batalla no siempre significaba hallar la paz.
El precio del descanso: un retiro que no garantizaba la tranquilidad
La idea de retirarse tras años de esfuerzo es algo que se da por supuesto en la actualidad, pero en la Antigua Roma no era un derecho universal, sino un privilegio que había que ganar, a menudo con sangre. El emperador Octavio Augusto estableció el primer sistema de pensiones conocido, pero lo hizo exclusivamente para los soldados, los pilares del Imperio.
Así nació el Aerarium Militare, un fondo destinado a recompensar a quienes lograban sobrevivir al brutal servicio militar. Solo después de cumplir con largos y extenuantes años de servicio, los legionarios podían aspirar a recibir una compensación económica o, en algunos casos, tierras en alguna provincia remota en la que se tenían que enfrentar a saqueos o, incluso, convertirse en mercenarios para no caer en la miseria. Para algunos, la solución fue asentarse en ciudades creadas específicamente para veteranos, como Emérita Augusta - la actual Mérida -, donde podían empezar una nueva vida lejos del fragor de la batalla.
Tampoco era una recompensa fácil de alcanzar. La mayoría de los soldados moría antes de llegar a la jubilación, y quienes lo lograban lo hacían tras décadas de campañas agotadoras. En un principio, el tiempo mínimo de servicio era de 20 años, pero pronto se elevó a 25. La Guardia Pretoriana, encargada de proteger al emperador, tenía condiciones algo más favorables, con un mínimo de 12 años que luego se ampliaron a 16. Para los auxiliares, soldados no ciudadanos, la exigencia era aún mayor: 26 años de servicio antes de recibir el ansiado retiro.
Sin embargo, incluso dentro del ejército, las pensiones no estaban garantizadas. Mientras Roma conquistaba territorios, el dinero para recompensar a los veteranos provenía del botín de guerra. Pero en tiempos de paz, financiar estos pagos resultaba cada vez más difícil, lo que obligó a extender los años de servicio, una estrategia que recuerda a las reformas actuales que retrasan la edad de jubilación.
La vejez era una carga familiar y había una opción privada
El origen de la jubilación como un mecanismo de protección para los ancianos, como se entiende hoy en día, también se encuentra en Roma, aunque bajo otro concepto. Antes de que existieran las pensiones militares, la Lex cionaria establecía que los hijos tenían la obligación de cuidar de sus padres en la vejez. Inspirada en el comportamiento de las cigüeñas, esta ley marcó el inicio de una responsabilidad que, con variaciones, sigue vigente hoy en día.
Además, agunos romanos encontraron en los Collegia una alternativa para asegurar su futuro. Estas asociaciones privadas ofrecían a sus miembros cierta protección, aunque su alcance era limitado. Funcionaban más como mutuas que como pensiones, pero igualmente demostraban que la preocupación por la vejez existía mucho antes de los sistemas actuales.
En definitiva, la jubilación en Roma no era un derecho ni una etapa garantizada de descanso, sino un privilegio reservado a quienes lograban sobrevivir a exigencias extremas. Para los legionarios, retirarse significaba haber pagado un precio muy alto: décadas de sacrificio, peligros constantes y la posibilidad real de no llegar nunca a ver ese día. En Roma, la jubilación no era un descanso ganado con años de trabajo; era un premio que se conquistaba con sangre.