Confrontación y enfrentamiento

Son dos palabras que demasiado a menudo se presentan como sinónimas en nuestros medios de comunicación, pero que tienen un significado totalmente opuesto en el plano del debate político.

Mar 2, 2025 - 10:44
 0
Confrontación y enfrentamiento

Son dos palabras que demasiado a menudo se presentan como sinónimas en nuestros medios de comunicación, pero que tienen un significado totalmente opuesto en el plano del debate político. Si el 'enfrentamiento' conlleva un grado de violencia física o verbal, y por lo tanto no resulta deseable, en la 'confrontación', entendida como mero contraste de distintos pareceres y posicionamientos, reside la propia esencia de la democracia.

Decir, como se dice de manera habitual, que "hay que evitar la confrontación a toda costa" es tanto como decir "hay que impedir el juego dialéctico", "hay que esquivar la exposición de distintas posturas frente a una cuestión", "hay que renunciar de antemano a la disparidad de opiniones", "hay que obstaculizar la manifestación de esa misma pluralidad que habíamos convenido en reconocer como uno de los grandes valores del sistema democrático". Dicho de otro modo, pedirle al otro que no se confronte contigo, que no exponga sus ideas ni sus diferentes visiones del mundo, no es algo en absoluto positivo ni loable, aunque se presente como tal. Es tanto como decirle lisa y llanamente: "no quiero que existas".

El hecho de que el consenso en determinadas cuestiones sea un bien deseable no descalifica ni deslegitima el disenso, la discrepancia, la disidencia. Precisamente porque este es un derecho inalienable, tiene un alto valor el acuerdo cuando se logra alcanzar. Una sociedad plural es una sociedad que se confronta permanentemente y no solo en el uso de la libertad de expresión, sino también en el voto y en la capacidad de acción política que éste le otorga, ampara y permite cuando es mayoritario para modificar la realidad.

En los años en que ETA asesinaba y en los que el partido de Arzalluz se embarcó en la grave apuesta contra el orden constitucional que supusieron el Pacto de Lizarra y el Plan Ibarretxe, se lanzó a la prensa desde las filas del Foro Ermua, al que yo pertenecí, un texto esclarecedor y necesario que reclamaba 'un pluralismo fuerte' para un País Vasco amedrentado en el que se presentaba como un gran logro democrático una oposición mera y tímidamente testimonial al 'establishment nacionalista'.

Recuerdo bien que aquel texto invocaba a ese gran teórico de la democracia que fue Isaiah Berlin y reproducía unas palabras con las que su discípulo y albacea Henry Hardy describía conceptualmente el pluralismo débil: "Los periodistas que escriben sobre una sociedad pluralista raramente parecen dar a entender algo más que una sociedad tolerante, liberal en relación a diferentes intereses, y aceptar una cierta heterogeneidad cultural".

Han pasado más de dos décadas desde aquellos días y hoy nos encontramos con la paradoja de que, lejos de ser superado tras la desaparición del terrorismo, aquel 'pluralismo débil' no solo sigue vigente en la comunidad autónoma vasca sino que se ha acabado extendiendo a todo el país. Diríase que no fueran impugnables todos los excesos del actual populismo de izquierdas, como si la oposición presuntamente liberal al Gobierno Sánchez no tuviera derecho a la plena realización de su programa ideológico, esto es, a lo que Hardy llamaba "el ejercicio pleno, atrevido, intenso, pujante y vigoroso de la libertad" si un día logra con sus votos alcanzar el poder. En confundir la confrontación con el enfrentamiento reside el primer éxito del 'pensamiento único'.