¿Compañeros de armas, dicen? Pues a bayoneta calada
Las primeras decisiones de Trump, y ya llevamos suficientes para saber las intenciones de su mandato, deben llevarnos a una seria reflexión. Ante la barbarie, el alineamiento es obligado. A favor o en contra. Nos jugamos la vida, la democracia, la convivencia ¿En qué cabeza medianamente armada cabe la estúpida y a la vez salvaje propuesta de arrebatar sus tierras, sus casas, sus arraigos familiares, toda una vida, a dos millones de seres humanos para poner en marcha en aquel martirizado solar de 360 kilómetros cuadrados llamado Gaza, bombardeado, arrasado, destrozado por una furia ciega y salvaje una sencilla “transacción inmobiliaria” y hacer de aquel museo del horror la Riviera del Medio Oriente? Con todo, lo más grave de esta insultante gamberrada de Donald Trump, el feroz presidente de Estados Unidos, ahí es nada, el país más poderoso de la Tierra, ha sido la miserable respuesta del mundo civilizado a la provocación de esta fiera desatada. ¡Qué liberales y qué demócratas son Úrsula von der Leyen, por ejemplo, o Emmanuel Macron, o Keir Starmer, además de Olaf Scholz y otras decenas de altísimos representantes de las sociedades libres, esos que presumen de ser los auténticos adalides de la civilización occidental, tan defensora de los derechos humanos y, en muchos casos, incluso tan religiosa y creyente en todas las divinidades de los cielos! Ni una voz de protesta, ni una enérgica nota para poner pies en pared ante tamaña desvergüenza. A grandes voces y reunidos en urgente cónclave debían haber salido todos a frenar al energúmeno, a gritarle a la cara usted es un delincuente internacional y sus propuestas son propias de un tipo despreciable. ¿Les parece poco adecuado el lenguaje del Ojo? Sea, lo aceptamos. Utilicen entonces los términos que gusten, pero dejen bien claro al nuevo emperador que nunca, jamás, dejaremos que se conviertan en realidad esas indignas ensoñaciones. Incluso Pedro Sánchez se ha quedado corto, muy corto. Las primeras decisiones de Trump, y ya llevamos suficientes para saber las intenciones de su mandato, deben llevarnos a una seria reflexión. Ante la barbarie, el alineamiento es obligado. A favor o en contra. Nos jugamos la vida, la democracia, la convivencia. O con él o contra él. Es un loco. Si le dejamos, convertirá nuestra existencia en un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, decían en Macbeth. En el interior apenas si algunos jueces se atreven a frenar la deriva hacia el autoritarismo más pedestre del político descerebrado, junto a algunos medios informativos, como The New York Times, que aún conservan la decencia. ¿Habrá un momento, ojalá llegue pronto, en que tanto extremismo y tanto odio encuentre su efecto espejo y algunos demócratas, por ejemplo, o grandes universidades, o notables empresarios aún no cazados por el efecto naranja, salgan en público a dar la cara por un país a la deriva, cada vez más cercano a la caricatura de un estado totalitario? Por lo pronto, alguna reacción, soterrada, ya estamos viendo como respuesta a la vesania trumpista. En Canadá reflota el orgullo patrio y en Dinamarca responden con energía a la grosería sobre Groenlandia. Decimos que es de esperar que reacciones de este tipo se produzcan cada vez ante los atropellos de la Casa Blanca. No son solo cuestiones de corazón, tan bonitas, pero tan débiles, sino del bolsillo, mucho más animoso y movilizador, que las burguesías ya tenderán a mover el trasero según les birlen los cuartos con aranceles o medidas similares. Se puede cebar a la oca, pero hay que evitar que reviente. Por Europa, tiemblan las canillas, con la honrosa excepción del jefe de Estado italiano, el muy vetusto Sergio Mattarella, 83 años, que aun con el indeleble recuerdo de las atrocidades del nazismo en la retina, advertía de “las políticas de apaciguamiento” de las potencias europeas en 1938 ante Hitler no habían servido para nada, y que “es muy probable que una postura firme hubiera evitado la guerra”. La recomendación es clara: ni un paso atrás ante la barbarie del nuevo régimen estadounidense. Pero andan todos los mandamases europeos con un ojo puesto en las elecciones alemanas que se celebrarán este mismo mes. Ante las intromisiones de Musk, pero también ante sus representantes en el viejo continente, esos que se han reunido en el aquelarre de Madrid para mostrar sus vergüenzas con el descaro de las actitudes propias de los fascistas. Para chulo, yo, dicen con pecho de gallina, unos brutos como arados, léase Viktor Orban, otros refinados como el holandés Geert Wilders, atildado aspecto de torturador en cárcel nazi. En medio, Santiago Abascal, bronco espécimen de la recia España, esa que nunca se enteró de que sus Reyes Católicos –¡mis dioses, mis musas!– expulsaron a las bravas, como ahora quieren hacer con los gazatíes, a los antepasados de su queridísimo Benjamín Netanyahu. Hablan de reconquista, ignorantes como son. Leen poco y aprovechan men

Las primeras decisiones de Trump, y ya llevamos suficientes para saber las intenciones de su mandato, deben llevarnos a una seria reflexión. Ante la barbarie, el alineamiento es obligado. A favor o en contra. Nos jugamos la vida, la democracia, la convivencia
¿En qué cabeza medianamente armada cabe la estúpida y a la vez salvaje propuesta de arrebatar sus tierras, sus casas, sus arraigos familiares, toda una vida, a dos millones de seres humanos para poner en marcha en aquel martirizado solar de 360 kilómetros cuadrados llamado Gaza, bombardeado, arrasado, destrozado por una furia ciega y salvaje una sencilla “transacción inmobiliaria” y hacer de aquel museo del horror la Riviera del Medio Oriente? Con todo, lo más grave de esta insultante gamberrada de Donald Trump, el feroz presidente de Estados Unidos, ahí es nada, el país más poderoso de la Tierra, ha sido la miserable respuesta del mundo civilizado a la provocación de esta fiera desatada.
¡Qué liberales y qué demócratas son Úrsula von der Leyen, por ejemplo, o Emmanuel Macron, o Keir Starmer, además de Olaf Scholz y otras decenas de altísimos representantes de las sociedades libres, esos que presumen de ser los auténticos adalides de la civilización occidental, tan defensora de los derechos humanos y, en muchos casos, incluso tan religiosa y creyente en todas las divinidades de los cielos! Ni una voz de protesta, ni una enérgica nota para poner pies en pared ante tamaña desvergüenza. A grandes voces y reunidos en urgente cónclave debían haber salido todos a frenar al energúmeno, a gritarle a la cara usted es un delincuente internacional y sus propuestas son propias de un tipo despreciable. ¿Les parece poco adecuado el lenguaje del Ojo? Sea, lo aceptamos. Utilicen entonces los términos que gusten, pero dejen bien claro al nuevo emperador que nunca, jamás, dejaremos que se conviertan en realidad esas indignas ensoñaciones. Incluso Pedro Sánchez se ha quedado corto, muy corto.
Las primeras decisiones de Trump, y ya llevamos suficientes para saber las intenciones de su mandato, deben llevarnos a una seria reflexión. Ante la barbarie, el alineamiento es obligado. A favor o en contra. Nos jugamos la vida, la democracia, la convivencia. O con él o contra él. Es un loco. Si le dejamos, convertirá nuestra existencia en un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, decían en Macbeth. En el interior apenas si algunos jueces se atreven a frenar la deriva hacia el autoritarismo más pedestre del político descerebrado, junto a algunos medios informativos, como The New York Times, que aún conservan la decencia. ¿Habrá un momento, ojalá llegue pronto, en que tanto extremismo y tanto odio encuentre su efecto espejo y algunos demócratas, por ejemplo, o grandes universidades, o notables empresarios aún no cazados por el efecto naranja, salgan en público a dar la cara por un país a la deriva, cada vez más cercano a la caricatura de un estado totalitario?
Por lo pronto, alguna reacción, soterrada, ya estamos viendo como respuesta a la vesania trumpista. En Canadá reflota el orgullo patrio y en Dinamarca responden con energía a la grosería sobre Groenlandia. Decimos que es de esperar que reacciones de este tipo se produzcan cada vez ante los atropellos de la Casa Blanca. No son solo cuestiones de corazón, tan bonitas, pero tan débiles, sino del bolsillo, mucho más animoso y movilizador, que las burguesías ya tenderán a mover el trasero según les birlen los cuartos con aranceles o medidas similares. Se puede cebar a la oca, pero hay que evitar que reviente.
Por Europa, tiemblan las canillas, con la honrosa excepción del jefe de Estado italiano, el muy vetusto Sergio Mattarella, 83 años, que aun con el indeleble recuerdo de las atrocidades del nazismo en la retina, advertía de “las políticas de apaciguamiento” de las potencias europeas en 1938 ante Hitler no habían servido para nada, y que “es muy probable que una postura firme hubiera evitado la guerra”. La recomendación es clara: ni un paso atrás ante la barbarie del nuevo régimen estadounidense. Pero andan todos los mandamases europeos con un ojo puesto en las elecciones alemanas que se celebrarán este mismo mes. Ante las intromisiones de Musk, pero también ante sus representantes en el viejo continente, esos que se han reunido en el aquelarre de Madrid para mostrar sus vergüenzas con el descaro de las actitudes propias de los fascistas. Para chulo, yo, dicen con pecho de gallina, unos brutos como arados, léase Viktor Orban, otros refinados como el holandés Geert Wilders, atildado aspecto de torturador en cárcel nazi. En medio, Santiago Abascal, bronco espécimen de la recia España, esa que nunca se enteró de que sus Reyes Católicos –¡mis dioses, mis musas!– expulsaron a las bravas, como ahora quieren hacer con los gazatíes, a los antepasados de su queridísimo Benjamín Netanyahu. Hablan de reconquista, ignorantes como son. Leen poco y aprovechan menos.
Y encima se hacen llamar patriotas, ellos, que se han convertido, confesión pública mediante, en los admiradores, los esclavos, los amigos, los siervos obscenos de Trump. ¿Dicen algo contra los aranceles que sacudirán los lomos de los agricultores patrios? ¿De los anunciados al acero y sus daños al sector siderúrgico español?¿Acaso hemos oído al virulento Abascal, firme defensor de todo lo español, español, español, emitir una queja, siquiera leve, ante la decisión de la Casa Blanca de cerrar su web en español? ¿Qué fue de Cervantes, de Lope, de José María Pemán? ¿Y esas raíces hispanoamericanas, somos la madre patria, el verdadero dios llevado a los salvajes indígenas, dónde queda ante las persecuciones a los hispanos casa a casa, buscados por cazarrecompensas como en el salvaje Oeste? Patriotas de hojalata, que dijo aquel.
Oigo preguntar desde el fondo por el Partido Popular. Me alegra que me planteen esa cuestión. Pues ya ven, perdido en combate, sin saber dónde situarse, ni qué decir, ni qué hacer. ¿Gaza? ¿Qué es eso?, se pregunta Alberto Núñez Feijóo. Ni una palabra, ni un suspiro, ni un ronroneo. ¿Aranceles? Tampoco, tampoco, qué vamos a decir nosotros, que bastante tenemos con nuestros amigos jueces y este pequeño trozo de verde prado en el que pastoreamos nuestras miserias. Donde esté un familiar del presidente del Gobierno que se quiten esas cuestiones de política exterior, tan compleja. Uff, qué agobio. Aquí, en el chiringuito pagado con dinero B de la corrupción se está calentito.
Por cierto, que esas amenazadoras figuras que ensombrecieron Madrid el fin de semana nos han gritado a la cara que Trump es su compañero de armas. Así, tal cual. De armas. O sea, pistolas y cañones. Decretada la guerra activa y virulenta, prohibidas las medias tintas, vienen a decirnos. Debemos responder, en consecuencia, que teníamos razón quienes apostábamos por no cejar en el empeño en la lucha contra el enemigo. Ni agua. ¿Estamos en mitad del campo de batalla? Pues actuemos de acuerdo con tan dramática situación. Duro y a las espinillas. Respuestas contundentes. Cita Nicolás Sesma en Ni una, ni grande, ni libre, una canción de Elisa Serna: “El día que la inmensa mayoría rompa a hablar, la escasa minoría es posible que se vaya a asustar”. Alguien insistió en algún momento en que no era lo más movilizador advertir de la llegada de los bárbaros. El Ojo nunca lo ha creído así. Porque les teme. Vamos, que no duerme ante la posibilidad de una Moncloa en manos de la extrema derecha. Años y años a la papelera, derechos y libertades logradas a base de lucha encarnizada para que vengan unos payasos ultraliberales y nos condenen, otra vez, a las cavernas.
A todo esto, ¿aún existe la izquierda? Pues sí. Y aquí, en España, a trancas y barrancas, me caigo y me levanto, me rompo la crisma y me la escayolo, tenemos una prueba que quisieran para sí en otros países de Europa. Ya sabemos, ya, cuánto se sufre y a veces, demasiadas, qué lejos nos quedamos de nuestras ambiciosas pretensiones. Pero las democracias tienen esto, el juego de mayorías que dictan los votos. Voltaire fue muy sabio: “Todo en este mundo es peligroso, hasta la prudencia”, dejó escrito. Convendría pues que desde el Gobierno se olvidaran de las frases graciosas, los chascarrillos son para X y ya se sabe cómo odiamos la plataforma de Musk, y se pusieran manos a la obra a trabajar, con urgencia y jugando fuerte, muy fuerte, en los temas que de verdad importan. ¿Otra vez va a citar el Ojo el drama de la vivienda? Pues sí. Otra vez. ¿Pasa algo?
Y ya puestos, déjenme recordarles que también existe otra izquierda más allá del partido del gobierno. Ahora dividida en dos. Allá ellos. Pero antes de irnos repasemos los primeros párrafos y veamos la que se nos viene encima. Reaccionar ante la barbarie sería el primer motivo para echarle cabeza al asunto y entender, cuidado que es sencillo, que nos va la vida, repetimos, como en las codas de las canciones del verano, que nos jugamos nuestra existencia si no logramos frenar a la derecha del PP y Vox. Así, juntos y agarrados del brazo, que es como van a ir a las elecciones para echar a la izquierda comunista y bolivariana. Exijan políticas de izquierdas, claro, pero nunca olviden que para conquistar los cielos antes hay que aprobar unas leyes en la Carrera de San Jerónimo. ¿Qué fastidio, verdad? La democracia, que es una pesadez, qué cosa más pequeñoburguesa. En fin, hagan lo que quieran, sigan en la mesa camilla y poniendo alfileres en el muñeco del rival, otrora amigo íntimo. ¿Se divierten? ¿Gozan?
Adenda. ¡Qué descanso, apenas si un inocuo roce a los señores magistrados! Pero algo habrá que decir sobre materia togada, como ese vergonzante Consejo del Poder Judicial, años de inoperancia, billetes frescos y contantes para la buchaca y la absoluta incapacidad para resolver nada de nada. Se hizo mal la renovación y mal ha salido. ¿Qué hacemos ahora? ¿A alguno de sus integrantes, flamante presidenta incluida, se les mueve un pelo y piensan en retirarse a un convento cartujo? De eso nada, que todos seguimos en el machito, tan contentos. Es como un cuento de terror. Siempre, siempre, ganan los mismos. No aprendemos.