Coelho: Espectáculo de luz, clarividencia y sonido

No nos referimos a la luz de sala ni del escenario, esmás bien a la sensación de descorrer un invisible telón e iluminarlo todo de conocimiento, de intuición, de comprensión y de un contenidísimo entusiasmo. La suerte, buena y mala, nos ha obligado a comparar hasta llegar a conclusiones que sabíamos: la prestigiosa -y mítica- Orquesta Philharmonia estuvo este lunes en el Maestranza precisamente con uno de los grandes Stravinski: 'El pájaro de fuego' . Ya escribimos que nos pareció más bien 'de nieve'. No diremos nada de la orquesta, porque se limitó a obedecer a aquellas manos que mariposeaban, manoseaban, acariciaban al maligno Kaschéi, suponemos que incluso para intentar reeducarlo. Niveló volúmenes, dejó hacer a cada músico enunciando su solo -sin elevar mucho la voz-, imaginamos que para no traumatizar al siniestro mago, que prácticamente gozaba de la inmortalidad, ante la dificultad de acabar con él. No hubo Stravinski, no hubo Philharmonia, no hubo pájaro ni hechicero malvado, porque en esa narración no se reconocía prácticamente a nadie. Tres días después nos llega otro Stravinski, este no 'cover', de la mano de Nuno Coelho , sin tanto renombre como Rouvali , pero que desde el primer compás convirtió a la ROSS en un ser con capacidad para colorear, dotado de más tonalidades que todas las que pudiera reunir el monocromo Pájaro, presentnadonos un cuadro expansivo, un relato que cobra vida, que habla por sí solo, que incluso podría sostenerse sin el argumento del ballet -aunque el carácter tribal, atávico, ancestral, no estaba mal que lo hubiese dejado por escrito el compositor, para no recaer sobre nosotros acusación alguna de un exceso de fantasía-. Coelho es menudo, acaso como Falla , al que Juan Ramón Jiménez le decía 'dos veces chiquito', y acaso por eso resultaba más impactante verlo ante esa orquesta de enormes proporciones, perfectamente disciplinada, pendiente -cuando la consecutiva música lo permitía- de su batuta, a la que se podía acusar, si se quiere, de demasiado funcional, casi marcial. Pero estábamos ante una de las partituras más difíciles del repertorio , donde todo va empacado, donde todos hacen de todo en todo momento; y aquello está pendiente de ir desarrollando el relato, en el que ha de oírse a cada uno en lo suyo, bien como solistas, bien como responsables de los contracantos o como portadores de díscolas melodías, encrespadas armonías -politonalidades- o embrollados ritmos (a veces dependientes de acentos regulares). No esperemos, ante este panorama, un podio de coreografías de expresividad huera, direccionalidades inciertas, dibujos imaginativos en el aire… Era más una dirección casi militar, como hemos dicho, para que las polirritmias ajustasen como en una labor de taracea, o las melodías que se retorcían -presas de su disparidad- pudiesen reunirse en algún ansiado punto de encuentro. Sólo lo vimos de espalda, y así nos resultaba el director más hierático que hayamos visto; bueno, quizá superado sólo por el propio Stravinski. Véanlo en youtube dirigir 'El pájaro de fuego', y no esperen 'estilismo' directorial. Porque aquí casi no hay espacio para fruslerías: los matices, las expresiones, las intenciones ya se han dejado claro en los ensayos. Casi no podemos señalar a los mejores músicos porque casi todos tuvieron su oportunidad y la aprovecharon maravillosamente bien. Si acaso destacar la presencia de una joven como concertino invitada, Elena Rey , que lo hizo francamente bien, y 'sus' violines contribuyeron a esas 'iluminaciones' sonoras a las que hemos dicho que nos rendimos desde el primer momento. Podíamos seguir y seguir, pero el programa tenía otro gran músico, Vicent Morelló , flautista de la ROSS, y que confesaba que el 'Concierto para flauta y orquesta' de Nielsen le sirvió hace 30 años para ganar un concurso y ahora nos lo presentaba por primera al público sevillano con su orquesta. Morelló demostró su valía ante un concierto muy difícil, y al que plantó cara desde el primer momento con un sonido firme, bien asentado, con propiedad, sobre una obra que conocía muy bien y no sólo por sacar adelante su parte más virtuosa, hacia el final -como casi siempre-, sino por atesorar una sonoridad penetrante, clara, homogénea, de gran potencia (no hubo ningún momento en que se le dejara de oír), destacando el buen entendimiento con el director y con el resto de sus compañeros. Porque, sí, también Coelho tuvo tiempo para trabajar con la orquesta este concierto en el que el conjunto es muy importante, porque no se limita a acompañar, sino que hay una interlocución constante entre ambos, alcanzando así un equilibrio de sonoridades, junto a la posibilidad de distinguir con claridad las secciones presentes en cada parte. Señalamos también la exposición de un tema lírico en el primer movimiento, de gran emotividad en la exposición, así como en una corta 'fermata' y una 'cadenza', que acumulaba retazos del tema principal, y que Morelló supo destacar como parte de este momento 'a solo'.

Abr 4, 2025 - 03:19
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Coelho: Espectáculo de luz, clarividencia y sonido
No nos referimos a la luz de sala ni del escenario, esmás bien a la sensación de descorrer un invisible telón e iluminarlo todo de conocimiento, de intuición, de comprensión y de un contenidísimo entusiasmo. La suerte, buena y mala, nos ha obligado a comparar hasta llegar a conclusiones que sabíamos: la prestigiosa -y mítica- Orquesta Philharmonia estuvo este lunes en el Maestranza precisamente con uno de los grandes Stravinski: 'El pájaro de fuego' . Ya escribimos que nos pareció más bien 'de nieve'. No diremos nada de la orquesta, porque se limitó a obedecer a aquellas manos que mariposeaban, manoseaban, acariciaban al maligno Kaschéi, suponemos que incluso para intentar reeducarlo. Niveló volúmenes, dejó hacer a cada músico enunciando su solo -sin elevar mucho la voz-, imaginamos que para no traumatizar al siniestro mago, que prácticamente gozaba de la inmortalidad, ante la dificultad de acabar con él. No hubo Stravinski, no hubo Philharmonia, no hubo pájaro ni hechicero malvado, porque en esa narración no se reconocía prácticamente a nadie. Tres días después nos llega otro Stravinski, este no 'cover', de la mano de Nuno Coelho , sin tanto renombre como Rouvali , pero que desde el primer compás convirtió a la ROSS en un ser con capacidad para colorear, dotado de más tonalidades que todas las que pudiera reunir el monocromo Pájaro, presentnadonos un cuadro expansivo, un relato que cobra vida, que habla por sí solo, que incluso podría sostenerse sin el argumento del ballet -aunque el carácter tribal, atávico, ancestral, no estaba mal que lo hubiese dejado por escrito el compositor, para no recaer sobre nosotros acusación alguna de un exceso de fantasía-. Coelho es menudo, acaso como Falla , al que Juan Ramón Jiménez le decía 'dos veces chiquito', y acaso por eso resultaba más impactante verlo ante esa orquesta de enormes proporciones, perfectamente disciplinada, pendiente -cuando la consecutiva música lo permitía- de su batuta, a la que se podía acusar, si se quiere, de demasiado funcional, casi marcial. Pero estábamos ante una de las partituras más difíciles del repertorio , donde todo va empacado, donde todos hacen de todo en todo momento; y aquello está pendiente de ir desarrollando el relato, en el que ha de oírse a cada uno en lo suyo, bien como solistas, bien como responsables de los contracantos o como portadores de díscolas melodías, encrespadas armonías -politonalidades- o embrollados ritmos (a veces dependientes de acentos regulares). No esperemos, ante este panorama, un podio de coreografías de expresividad huera, direccionalidades inciertas, dibujos imaginativos en el aire… Era más una dirección casi militar, como hemos dicho, para que las polirritmias ajustasen como en una labor de taracea, o las melodías que se retorcían -presas de su disparidad- pudiesen reunirse en algún ansiado punto de encuentro. Sólo lo vimos de espalda, y así nos resultaba el director más hierático que hayamos visto; bueno, quizá superado sólo por el propio Stravinski. Véanlo en youtube dirigir 'El pájaro de fuego', y no esperen 'estilismo' directorial. Porque aquí casi no hay espacio para fruslerías: los matices, las expresiones, las intenciones ya se han dejado claro en los ensayos. Casi no podemos señalar a los mejores músicos porque casi todos tuvieron su oportunidad y la aprovecharon maravillosamente bien. Si acaso destacar la presencia de una joven como concertino invitada, Elena Rey , que lo hizo francamente bien, y 'sus' violines contribuyeron a esas 'iluminaciones' sonoras a las que hemos dicho que nos rendimos desde el primer momento. Podíamos seguir y seguir, pero el programa tenía otro gran músico, Vicent Morelló , flautista de la ROSS, y que confesaba que el 'Concierto para flauta y orquesta' de Nielsen le sirvió hace 30 años para ganar un concurso y ahora nos lo presentaba por primera al público sevillano con su orquesta. Morelló demostró su valía ante un concierto muy difícil, y al que plantó cara desde el primer momento con un sonido firme, bien asentado, con propiedad, sobre una obra que conocía muy bien y no sólo por sacar adelante su parte más virtuosa, hacia el final -como casi siempre-, sino por atesorar una sonoridad penetrante, clara, homogénea, de gran potencia (no hubo ningún momento en que se le dejara de oír), destacando el buen entendimiento con el director y con el resto de sus compañeros. Porque, sí, también Coelho tuvo tiempo para trabajar con la orquesta este concierto en el que el conjunto es muy importante, porque no se limita a acompañar, sino que hay una interlocución constante entre ambos, alcanzando así un equilibrio de sonoridades, junto a la posibilidad de distinguir con claridad las secciones presentes en cada parte. Señalamos también la exposición de un tema lírico en el primer movimiento, de gran emotividad en la exposición, así como en una corta 'fermata' y una 'cadenza', que acumulaba retazos del tema principal, y que Morelló supo destacar como parte de este momento 'a solo'. Todavía en el siguiente movimiento (sólo tiene dos) sirvió para que admirásemos una escritura bienhumorada, que con la misma naturalidad el flautista supo exponer. Por último, un inesperado homenaje a Sofiya Gubaidúlina , fallecida hace 20 días, de la que escuchamos 'Fairytale Poem' (1971) , obra en la que nos presenta su querencia por el jazz, como demostraban dos contrabajos en pizzicato nada más empezar; o ese gusto por la melodía a base de grandes saltos interválicos sobre un ritmo a modo de 'ostinato', en lo que sonaba a banda sonora -en realidad, había en toda la obra una evocación a un descriptivismo latente-. O también unos contundentes y regulares acordes de un piano 'optimista', alternando con chelos, flautas, clarinete o percusión (en realidad de láminas determinadas, a la izquierda de la escena: marimba y vibráfono ), para cambiar a una atmósfera más afligida (madera) y una última combinación, a cargo del piano y el arpa, para volver a esa sensación de banda sonora, ya con toda la orquesta, que también supo poner a cada uno en su sitio, cuya limpieza e intensidad nos anticipaba lo que sería 'La consagración', es decir, la perfecta alineación de los distintos planetas musicales (intérpretes, director, obras, entrada de la primavera y seguramente el primer homenaje -involuntario- a la carrera de Sofiya Gubaidúlina).