Ciudadanos, a las armas

«Se enarbola el fantoche del enemigo exterior, pero la eliminación de todo servicio público y de toda protección social no la están llevando a cabo feroces invasores extranjeros, sino ultraderechistas europeos y conservadores acobardados», escribe José Ovejero en su diario. La entrada Ciudadanos, a las armas se publicó primero en lamarea.com.

Mar 20, 2025 - 11:56
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Ciudadanos, a las armas

16 de marzo

Iria, Yoli y Carol se acercan a nosotros después de la presentación de nuestra novela para que le firmemos sus libros. Iria y Yoli hace años que vienen a todas nuestras presentaciones, primero a las de Edurne y después comenzaron a venir a las mías. Se acercan siempre entre risueñas y tímidas. No sé cuándo se sumó Carol a ellas dos. Se alegran cuando les decimos que iremos a presentar el libro a Vino a por Letras, en Getafe, que resulta ser la librería que frecuentan. Quizá ni siquiera saben lo que significa para nosotros el apoyo y el entusiasmo de lectoras como ellas. Y no me refiero a que las necesitamos para vender nuestros libros, sino a que nos dan la sensación de que nuestro trabajo es importante para otras personas.

Comentaba con Santiago Palacios (dueño de la librería Sin Tarima) el supuesto envejecimiento del público de las librerías y el que acude a las presentaciones. Yo creo que nunca fue muy joven y además depende de los autores que presentan y de los libreros. Si pienso, por ejemplo, en Libreramente, Vino a por Letras o Anónima Librería, veo un público más joven que encuentra allí espacios para dialogar y pensar juntas. Y escribo «juntas» también porque es sabido que en lo que sí coinciden la mayoría de los espacios literarios, independientemente de la media de edad que los llene, es que hay un porcentaje muy elevado de mujeres. No es que los hombres no lean ni se interesen por la literatura, es que no van a «esas cosas», y alguno lo dice con una especie de orgullo.

De todas formas, si hago memoria, creo que la primera vez que fui a la presentación de un libro, que también fue la primera que me acerqué a que me lo firmase su autor —Julian Barnes–, yo debía de tener unos treinta y cinco años. Y no porque no me interesase la literatura. Es solo que yo no iba a «esas cosas».

Varios días solo en Madrid. No he llamado a nadie para quedar. Con la cena del viernes en casa de Santiago y la presentación del libro de Alfons a mediodía del sábado se ha saciado toda necesidad mía de socializar. Quizá si fuese un poco menos amable me cansaría menos la gente. No me refiero a la relación con mis amigos, sino con meros conocidos o desconocidos con los que tengo que tratar y a veces son insufribles. ¿Por qué no mandé a la mierda el sábado al anciano que se me acercó después de la presentación a corregirme? ¿Solo porque era un anciano? Propósito del mes: mandar a la mierda a los pesados –la pesadez es una forma de desconsideración, luego está justificado pagar en la misma moneda–.

De pronto regresa la retórica de la identidad europea. Justo cuando se habla de la necesidad de rearme. Que siempre haya tontos útiles que apuntalan el nacionalismo recurriendo a los valores que nos unen cuando suenan tambores de guerra. Se agita la amenaza rusa, se nos dice que Estados Unidos nos ha dejado solos y tenemos que valernos por nosotros mismos. Como si no gastásemos ya en armamento más que Rusia. Como –y eso se está destacando estos días– si no fuésemos a comprar las armas a quien nos está declarando la guerra comercial y nos muestra todo su desprecio.

Cuando se dice que necesitamos un ejército propio, con un mando europeo… ¿quién va a ejercitar ese mando? Alemania y Francia han apoyado la masacre en Gaza agachando las orejas ante los intereses estadounidenses, reprimiendo manifestaciones contra el genocidio, silenciando disidentes, impidiendo la entrada a críticos; nada tan distinto de lo que hace «el amigo americano». Varios países europeos están gobernados por ultraderechistas prorrusos o tienen probabilidades de estarlo muy pronto. Para justificar la nueva carrera armamentística se enarbola el fantoche del enemigo exterior, cuando si hablamos de enemigos deberíamos hablar de los del interior. Lo mismo que Trump está desmantelando la democracia en su país, son europeos los que quieren desmantelar la nuestra. La eliminación de todo servicio público y de toda protección social no la están llevando a cabo feroces invasores extranjeros, sino ultraderechistas europeos y conservadores acobardados y dispuestos a cualquier cosa por conservar o conseguir el poder (véase el caso a escala ínfima de Mazón). Al final, si creamos tal superejército no está descartado que caiga en manos de la misma gente del interior que supuestamente queremos combatir en el exterior. La guerra fría está siendo sustituida por la represión interna a gran escala. Putin, Trump, etc. saben que ahora mismo los obstáculos para sus objetivos son los demócratas, no otros plutócratas autoritarios.

Me da la risa cuando oigo o leo a alguien hablar de esa cercanía misteriosa que une a los europeos, ese sustrato común que, como un campo magnético, nos mantiene a unos cerca de otros pero nos separa de los americanos, aunque está claro que el discurso vende bien. (Ya he escrito sobre ese asunto varias veces, la mágica identidad europea que nos hace sentir cercanos aunque no sabemos nada de los demás). Como voy a ir a Croacia este otoño, escarbo en mi memoria para recordar a qué autores croatas he leído. El resultado es desolador, pero no muy distinto de lo que encontraría si buscase autores eslovenos, húngaros –ahí puntuaría algo mejor–, bosnios, serbios, finlandeses… Solo conocemos razonablemente la cultura de los países europeos cercanos y de los hegemónicos. Meto en el buscador «Croacia» y selecciono «Noticias». De las veinticuatro primeras noticias que saltan, veintidós son deportivas (ahora alguno dirá que el fútbol une a los pueblos). Si introduzco «Serbia» sí me encuentro con un aluvión sin duda circunstancial de noticias sobre las manifestaciones masivas que están teniendo lugar allí contra su gobierno. Pero casi ninguno de nosotros está informado de las razones de las protestas, que llevan meses teniendo lugar.

Ah, esa Europa nuestra de la que no tenemos ni idea ni nos interesa gran cosa hasta que nos gritan: ¡Ciudadanos, a las armas! La solidaridad europea es poco más que una camaradería de trinchera. Por desgracia.

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