Chirbes llega al Festival de Málaga. Así es 'La buena letra', retrato de la austeridad emocional de la posguerra
Celia Rico Clavellino ('Los pequeños amores') pone su prosa clara al servicio de la novela del escritor valenciano

Hay un gusto en el cine de Celia Rico Clavellino por los pequeños detalles: unas cáscaras de mandarina recicladas, una plancha antigua, unos pantalones de tiro alto. Los detalles, de tan minúsculos poéticos, estaban ya en su ópera prima, Viaje al cuarto de una madre, y siguieron allí en Los pequeños amores, donde hasta la manera de querer era sutil.
Por eso es fácil imaginar cómo tuvo que resonar en la directora la imagen de la buena letra, esa con la que Rafael Chirbes tituló uno de sus primeras novelas. Una mujer escribiendo a mano con buena caligrafía, el sonido rasgado de la pluma contra el papel, la palabra, eso tan importante en el cine de Rico Clavellino, tomando forma en unas cartas inventadas, otro detalle nimio pero cargado de simbolismo.
Ana es esa mujer que inventa cartas. Las imagina para su suegra, atemorizada por el paradero incierto de su hijo menor, Antonio. Y es Tomás, su marido, el hijo mayor, quien le pide que copie la letra del hermano para simular que sigue vivo. Las historias de su cuñado avivan la imaginación de Ana, una mujer de posguerra abnegada, presa de una contención que Loreto Mauleón interpreta con la maestría de una Aurora Bautista o una Lina Canalejas en La tía Tula o en El mundo sigue, películas de las que La buena letra es digna heredera.
La claridad narrativa de Celia Rico Clavellino se convierte aquí en austeridad, adjetivo que sin duda le cae bien a la posguerra española, tiempos de pobreza y hambre, época de mandarinas recicladas en nuevos platos y de velas como única fuente de iluminación, de silencios, de gestos que ahogan las conversaciones de pocas palabras.
Tiene algo esta primera parte de la película gobernada por el personaje de Mauleón de claustrofóbico, horas y horas encerrada en casa, cosiendo, remendando, cocinando guisos, escondida de la guerra que acababa de ocurrir fuera, en una crónica sutil, espartana, de la posguerra más íntima, algo parecido a lo que hizo Jaime Camino en Las largas vacaciones del 36 pero ahogando la emoción mucho más.
La luz valenciana (ya que no lo hace el acento) se cuela en la casa con la sorprendente llegada de Antonio (y el soplo de aire fresco de Enric Auquer) y, más adelante, con la aparición de su esposa Ana Rujas, que defiende con elegancia a su personaje, una mujer que viene de Londres y viste con pantalones, que no logra aceptar que la recluyan en el esquema que la Sección Femenina les tenía reservadas a las mujeres de esa época, y que recuerda, aunque también más contenida, al personaje de Gemma Cuervo en El mundo sigue.
Pero algo ocurre al final de la película, una muerte, que suponemos viene de la novela de Chirbes y que chirría un poco en esta película de pequeños detalles, de sutilezas, de gestos insignificantes. Suponemos que era inevitable pero nos gusta mucho más ese final en el patio en el que la protagonista de la buena letra se sienta a tomar el sol por primera vez.
La buena letra se estrena el 30 de abril.
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