Cercas y su manifiesto a favor de la utilidad del arte

El escritor español responde a los que dicen que no hay que desviar un solo peso para difundir la cultura

Feb 15, 2025 - 05:49
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Cercas y su manifiesto a favor de la utilidad del arte

Javier Cercas es –como el personaje de una de sus novelas– un gran impostor. Es que Cercas, en este mundo de artificios, se hace pasar por quien verdaderamente es, lo cual parece tener desconcertado a más de uno.

Su admirado Jorge Luis Borges ya había inmortalizado esta estrategia en su breve ensayo “El truco” (JLB, El idioma de los argentinos, 1928), recreando, con su habitual maestría, el diálogo que dos recelosos baratijeros sostienen en medio de la gran llanura rusa:

–¿A dónde vas, Daniel?

–A Sebastopol –dijo el otro.

Entonces Mosche lo miró fijo y dictaminó:

–Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel!

Pues así lo hace Cercas, quien, bajo el ropaje de un simple escritor alejado de toda pretensión de protagonismo, se muestra una y otra vez en el centro de la escena pública para hacernos reflexionar sobre los temas más candentes de nuestra época. Es decir, Cercas se hace pasar por intelectual para hacernos creer que es inofensivo, pero resulta que el muy astuto se comporta finalmente como un verdadero intelectual, e incluso reconoce que es capaz de decirle no a los suyos cada vez que resulte necesario defender una idea justa. ¡Mientes, Cercas!

Anatomía de un instante

Rodeando el Prado, remontando el suave repecho de la calle de Felipe IV hacia Ruiz de Alarcón, puede uno instalarse en el epicentro de ese rincón mágico que aquél conforma con la Iglesia de los Jerónimos y la Real Academia Española. No hay como asomarse a ese anfiteatro natural y absolutamente único, y si tienes suerte y un artista callejero añade la música de su violín a la improvisada función, el espectáculo es total.

No hace mucho, a pocos metros de allí, Cercas se hacía pasar por Cercas, plantándose a pie firme en un escenario que, curiosamente (y más allá de la geometría), traía a la memoria al famoso hemiciclo del Congreso de los Diputados, a los sucesos retratados en aquel afamado libro que brilla desde su propio título, Anatomía de un instante.

Cercas nos hace reflexionar sobre los temas más candentes de nuestra época

En el centro del imponente Salón de Actos de la Real Academia Española, el autor de El monarca de las sombras se presenta a formalizar su ingreso a la prestigiosa institución. De impecable levita, con el pelo algo revuelto e inquieto que se mueve al son de su ímpetu, se asemeja Cercas a un director de orquesta que va cautivando a su público poco a poco, casi sin que éste pueda advertirlo. Viejo zorro contador de historias, va entretejiendo ilusiones y verdades a la par: loas a su antecesor Javier Marías, recuerdos entrañables de su pueblo y de sus padres, citas de grandes escritores, y más, mucho más. Su discurso, leído con particular énfasis, se titula: “Malentendidos de la Modernidad. Un manifiesto”.El escritor Javier Cercas durante su discurso de ingreso a la Real Academia Española (RAE), en noviembre pasado

Malentendidos

El primer malentendido al que refiere Cercas es aquel que ha pretendido refugiar al escritor “en su torre de marfil”, figura que el flamante académico tilda de “leyenda falaz”. El segundo es aquel que sitúa a los autores por sobre los lectores, cuando la realidad indica que “cada lector crea su propio libro, leyéndolo desde su propia experiencia”, a punto tal (y vaya si lo supo Pierre Menard) que existen “tantos Quijotes como lectores del Quijote”. El tercer malentendido nos dice que la buena literatura no puede ser popular, criterio que el filólogo se encarga de refutar con dureza, con ejemplos de obras que fueron tan populares como excelsas, sea en vida de sus autores o luego de su fallecimiento. Y el cuarto y último malentendido que su manifiesto refuta es aquel que dice, nada menos, que el arte es “completamente inútil”.

Llegado este punto, la audiencia ha caído presa de este baratijero vendedor de ilusiones. Cercas dice que no hay que callar y no calla (¡Mientes, Cercas!), pues resulta imperioso enterrar de una vez por todas el concepto rastrero de utilidad de una época embobada por el beneficio mercantil y el progreso técnico, para que todos puedan ver con claridad que el arte y la literatura son útiles y siempre lo han sido.

Colocar al escritor en una torre de marfil es un error, señala Cercas

El debate no puede resultar más acuciante y actual, cuando, a lo largo y ancho del mundo pandillas de obscenos arribistas pretenden imponernos desde un poder prestado la idea absurda de que no vale la pena desviar un solo recurso público al cuidado y difusión de la cultura. Esta concepción encierra, sin más, un fenomenal suicidio colectivo al que todos son invitados (o peor, obligados) a sumarse con fervor, sometiéndose a un proceso de autodestrucción que, de tan lento y doloroso, tarda una vida misma en consumarse.

¿Qué hacemos, pues, ante esta realidad? ¿Callamos? ¿O acaso no es indispensable levantar ya mismo la voz y, especialmente, nuestras mejores voces, las de nuestros intelectuales, para que ellos también nos traigan los ecos y la sabiduría de aquellos que los han precedido, cimentando las bases de nuestra civilización?

El manifiesto de Cercas contiene una respuesta lúcida y categórica frente a esas ideas devastadoras. Allí el novelista primero interpela: “¿Cómo es posible que sigamos enrocados en la sandez palmaria de la inutilidad del arte?” Y luego dice: “La literatura es una forma de vivir más, de una manera más rica, más compleja y más intensa… una irresistible incitación a la aventura más radical, arriesgada y revolucionaria: la aventura de vivir una vida acorde con nuestros sueños y nuestros deseos”.

Allí está Cercas, en el centro de la escena, con ironía punzante, para preguntarse y preguntarnos: ¿existe, acaso, algo más útil que eso?

El acto concluye con un cerrado aplauso: el profesor Cercas ya es, formalmente, un académico de la Lengua. Como aquellos hombres buenos de Pérez-Reverte, no dudaría en hacer todo lo que esté a su alcance para resguardar el valor de una idea y, especialmente, para defender el valor de debatir en torno a ella. Al fin y al cabo, si para algo nos han sido dadas las artes y nuestra lengua con toda su riqueza, es para expresar con pasión nuestras emociones y nuestras más íntimas convicciones. Y también, claro, para levantar enérgicamente nuestra voz contra todo aquel que pretenda, de una u otra forma, cercenar esa libertad esencial.

Tal vez sea esa la vocación última de todo intelectual que se precie, e imagino que algo de ello habrá rumiado Javier Cercas, impostor y baratijero, camino a Sebastopol.