Aristóteles Onassis en Argentina: su llegada como inmigrante, su primer gran negocio en el país y el recuerdo de Marina Dodero

Hace 50 años murió el armador griego más famoso, que construyó los cimientos de su fortuna en la Argentina; el recuerdo de Marina Tchomlekdjoglou Dodero, amiga íntima de la familia Onassis

Mar 17, 2025 - 22:33
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Aristóteles Onassis en Argentina: su llegada como inmigrante, su primer gran negocio en el país y el recuerdo de Marina Dodero

Acá, a 12 mil kilómetros de su hogar, Aristóteles Sócrates Onassis construyó los cimientos de su imperio, hizo la América y pasó de pobre a millonario. Con ambición y talento, aprovechó cada oportunidad que le ofreció Buenos Aires. Fue también en este destino inesperado donde murió su hija, Christina Onassis Livanos. En 1988 fue hallada muerta en la bañera de una casa del Tortugas Country Club, dando la estocada final a una saga familiar con ribetes de una tragedia griega que había comenzado casualmente, en esa misma Argentina, una tierra de promesas.Aristóteles Onassis tenía 17 años cuando llegó a la Argentina en barco con un billete de tercera clase y empezó a trabajar como lavaplatos en un restaurante porteño

Pobre hombre rico

Se acaban de cumplir cinco décadas del fallecimiento del famoso armador griego Aristóteles Onassis. Fue, durante años, uno de los hombres más ricos del planeta. Murió el 15 de marzo de 1975 en el Hospital Americano de París en Neuilly-sur-Seine, Francia. El certificado de defunción precisó la causa: neumonía. No cuenta que Ari -como lo llamaba el mundo- vivió sus últimos dos años sumergido en una depresión profunda provocada por la muerte temprana de su hijo Alexander, quien se estrelló con su avión en el aeropuerto de Atenas.

Dice la leyenda popular que, si a finales de la década del 50 Onassis hubiese querido vender todos sus activos al mismo tiempo, la bolsa de Wall Street se habría hundido irremediablemente. “El secreto de un negocio es que sepas algo que nadie más sabe”, aleccionaba a quienes le preguntaban por su éxito.Aristóteles Onassis junto a su primera esposa, Tina, y sus hijos Alexander y Christina

Aristóteles vivió a lo grande. Derrochando porque podía y sin importarte lo más mínimo la discreción con las que manejaban sus fortunas -mayores que la suya- los Rockefeller, Getty o Ford.

Además de dinero, Ari tenía una vida social muy activa, con especial gusto por los eventos fastuosos. Su romance trágico y prohibido con María Callas y su boda con Jackie Kennedy, “la viuda de América”, terminaron por convertirlo en el más famoso de entre los de su clase. No es de extrañar que entonces, muchos pensaran que era el más rico de todos.Jackie O y su marido, Aristóteles Onassis (Photo by Tom Wargacki/WireImage)

Pero la vida de este hombre caracterizado por una contextura robusta en su apenas 1,60 metro de estatura, con la cabeza brillante de gomina y el eterno bronceado del sol del Mediterráneo, que siempre pareció más alto y más guapo de lo que era gracias a un poder de seducción y virilidad arrolladora, no siempre fue un lecho de rosas.

Aristóteles Sócrates Onássis nació el 15 de enero de 1906 en Esmirna, Turquía. Fue el segundo hijo de Sócrates Onassis y Penélope Dologlou. Su familia forjó una breve fortuna gracias al comercio de productos manufacturados y de tabaco. Pero tras el comienzo de la Guerra greco-turca (1919-1922), los Onassis fueron perseguidos y don Sócrates fue detenido y despojado de su riqueza.Aristoteles Onassis y Maria Callas en el yate del magnate en Nassau

En septiembre de 1922, desde el puente de un barco, Aristóteles Onassis vio arder Esmirna, su ciudad natal. Tenía 16 años cuando se estableció en Atenas como refugiado. Su abuela, Getsemaní, le repite entonces una frase que marcaría su vida: “los hombres deben construir su destino”.

Tras la liberación de su padre, Ari decidió emigrar en busca de un futuro mejor. Tenía objetivos claros y una determinación inquebrantable por progresar.

Argentina, la tierra de las oportunidades

El período en que Aristóteles Onassis vivió en la Argentina está, en general, rodeado de un aire de misterio. La documentación es incompleta y muchos testimonios resultan contradictorios. Sobre este período de su vida, hay más incógnitas que certezas. Todo se cuenta en clave de leyenda, las historias están basadas en rumores e interpretaciones. La imaginación popular también construyó en la configuración de este panorama confuso.

Onassis llegó a Buenos Aires en agosto 1923 a bordo del transatlántico Tomaso di Savoia, con 17 años, y unos pocos dólares en el bolsillo. Se embarcó en Atenas rumbo a Uruguay y luego se dirigió a la Argentina con un boleto de tercera clase y un pasaporte Nansen (para refugiados apátridas). Era uno más entre miles de inmigrantes que llegaron al país buscando una vida mejor, una oportunidad.Aristóteles Onassis (1906 - 1975) con su primera esposa, Athina (Tina), y sus hijos Alexander (1948 - 1973) y Christina. (Photo by Keystone/Getty Images)

Comenzó limpiando vidrios en la Sastrería Marchetti, en el barrio de Parque de los Patricios. Su primer hogar porteño fue el Hotel La Voladora de Michail Sofronas, en el barrio de La Boca, que sirvió de alojamiento temporal a muchos inmigrantes griegos que llegaron a Argentina a principios del siglo XX. Compartía habitación con otro paisano suyo. Obtuvo la ciudadanía argentina en 1925, conservando la griega, ya que esta se perdía sólo por decreto real.

Durante sus primeros tiempos en Buenos Aires, hizo de todo. Trabajó como vendedor de tabaco, telefonista, lavaplatos, verdulero y mozo en El Estaño, un café tanguero en la esquina de Avenida Corrientes y Talcahuano. Una anécdota repetida pero jamás confirmada, publicada mucho después en la revista Panorama, cuenta que llegó a servirle un café a Carlos Gardel en 1924.

Pero dicen que el gran salto para Onassis lo marcó su ingreso a la River Plate Telephone Company, donde mintió sobre su edad y su lugar de nacimiento para entrar. Se agregó seis años y dijo que era de Atenas. El mito asegura que un compañero le comentó que por las noches se podían filtrar las conversaciones de los pasadores de apuestas y de los corredores de bolsa. Ari inmediatamente pidió ser transferido al turno nocturno y allí escuchó conversaciones de accionistas de Estados Unidos, Inglaterra y Suiza. En una de esas escuchas se enteró de la inminente compra de un importante frigorífico del país por capitales norteamericanos. Entonces compró acciones de esa empresa, que tuvieron una fuerte alza y eso le permitió ganar una buena cifra en dólares. El comisionista le preguntó a Onassis dónde había sacado la información, pero él siempre sostuvo que se basó en su intuición. Con las ganancias obtenidas, renovó su vestuario y empezó a frecuentar clubes nocturnos de moda. Como amante de la ópera, se convirtió en habitué de “El paraíso”, la “popular” del Teatro Colón.Aristóteles Onassis y Jackie Bouvier, viuda de Kennedy, quien tras su boda con el armador griego adoptó el nombre Jackie O.

Mientras continuaba su trabajo como telefonista, se le ocurrió una idea brillante. Advirtió que las mujeres, especialmente en los altos círculos sociales de Buenos Aires, comenzaron a fumar cigarrillos (a veces incluso en público) como símbolo de su independencia emergente. Sin embargo, los cigarrillos que estaban disponibles en Argentina se hacían con fuertes tabacos cubanos. Onassis se dio cuenta que había un mercado para los cigarrillos elaborados con finos tabacos turcos y él sabía exactamente dónde podía encontrar un suministro constante. Le escribió a su padre y lo persuadió de invertir en su nueva empresa. Así, sin poner un peso, recibió el primer envío.

Intentó vender la hoja sin procesar a los fabricantes de cigarrillos locales, pero no tuvo el éxito que esperaba. Sin embargo, gracias a su gran poder de seducción, convenció a Juan Gaona, dueño de Piccardo, una tabacalera importante que tenía sus depósitos en la avenida San Juan 350, actual sede del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Onassis obtuvo su primera orden de compra por 10.000 dólares, una cifra fabulosa en aquel entonces. El impacto fue inmediato. El segundo pedido de Piccardo fue por 50.000 dólares. Sin embargo, Ari no estaba satisfecho: sabía que había más mercado para su tabaco. Pero las mujeres solo fumaban en privado, jamás en público. Decidió persistir y abrió su propia producción de cigarrillos. Las etiquetas hechas por la Compañía Onassis fueron “Osman” y “Primeros” y “Grecos“. Su publicidad estaba dirigida sutilmente al mercado emergente de las mujeres, que preferían su tabaco rubio al negro y fuerte que abundaba en Buenos Aires en los años 20.Jaqueline y Aristóteles, el día de su boda, en la isla de Skkorpios

Mientras se embarcaba en este proyecto, Onassis comenzó un noviazgo con la cantante de ópera italiana Claudia Muzio. Aquí hay dos interpretaciones: están quienes sostienen que fue un amor verdadero mientras que otros biógrafos aseguran que la utilizó como “abre puertas” a la alta sociedad porteña. Una cosa segura es que Claudia, una de las estrellas de la canción más reconocidas del momento, comenzó a ser vista fumando cigarrillos en público y, en particular, los que producía la compañía Onassis.

La propaganda fue efectiva: estimuló la venta de cigarrillos entre las mujeres, posicionó a las marcas de Onassis y acercó al joven emprendedor griego a su primer millón.

En ese camino próspero, Ari dejó el trabajo en la empresa telefónica y con la ayuda de sus primos, Kostas y Niko Konialidis, comenzó a exportar sus cigarrillos. Junto con la producción, creció también la importación del tabaco turco. Para evitar que los barcos regresaran vacíos a Grecia, Onassis comenzó a exportar mercadería argentina producida por terceros: pieles, granos y lana, entre otros. Con este ida y vuelta de mercancías, logró amasar una pequeña fortuna.

Había establecido su fábrica en Ayacucho al 800 y sus0 oficinas en Viamonte 332. Ya almorzaba todos los días en el London Grill y se había comprado un gigantesco piano de cola marca “Leipzig”. Su vida social era muy intensa, dentro y fuera de la colectividad griega. Tal es su fascinación con la Argentina que en 1929 trajo a Sócrates, su padre, a visitar la Argentina, la tierra que le había dado una vida llena de riqueza.

Irónicamente, fue el negocio del tabaco, ese que se convirtió en su adicción y le quitó años de vida, el que lo iba a llevar a Onassis en última instancia al negocio que realizó el mayor tiempo de su vida, el transporte marítimo.

En 1929, el gobierno de Atenas lo nombró cónsul en la Argentina. Ari disfrutaba resolviendo los problemas con los barcos griegos en el puerto de Buenos Aires. Ya había hecho contacto con los más importantes empresarios navieros, como Nicolás Mihanovich y Alberto Dodero.

El apellido Dodero está estrechamente relacionado al de Onassis. Según la biografía de Onassis escrita por Peter Evans, fue Alberto Dodero “el menor de los cinco hijos de un inmigrante italiano en Uruguay” quien le acortó el nombre y lo bautizó para siempre Ari. El mismo Dodero que se había mudado de Montevideo a Buenos Aires y, al final de la Primera Guerra Mundial, compró 148 navíos de la Armada norteamericana con un crédito y los vendió prácticamente al instante. En esa operación obtuvo un gran beneficio, con el que adquirió un gran porcentaje de las acciones de la próspera compañía naviera Mihanovich. Fue también Alberto Dodero quien, años más tarde, sirvió de intermediario para un contacto entre Onassis y Eva Perón

A pesar de que gracias al negocio de los cigarrillos logró acariciar su primer millón (las malas lenguas sostienen que la producción de cigarrillos era una pantalla para otros negocios ilegales), Ari concluyó que las ganancias que obtenía con el tabaco aún eran insuficientes para satisfacer sus grandes aspiraciones.

Ambicioso y consciente de su propio talento, se propuso comprar su propio barco para manejar la creciente demanda de tabaco importado de Turquía. Viajó a Europa, pero regresó sin resultados. Sin embargo, su primo Kostas encontró una “oferta interesante” en Canadá: seis barcos antiguos a vapor, propiedad de ferrocarriles nacionales canadienses, que se vendían a precio de remate. Onassis ofreció un precio aún más bajo, de apenas 20 mil dólares por cada barco... y sorprendentemente la empresa aceptó. Así se convirtió en propietario de una flota, en un empresario naviero.Cristina Onassis en el funeral de su padre, Aristóteles Onassis, en la isla de Skorpios. En segunda fila aparece la viuda, Jacqueline Kennedy Onassis, quien camina tomada del brazo de su hijo, John F. Kennedy Jr. | Location: Skorpios, Greece.

Los dos primeros barcos que recibió fueron rebautizados con los nombres de sus padres: Sócrates Onassis y Penélope Onassis. “Nunca fui un hombre inclinado al juego. Amo sí ese gigantesco tapete verde que es si mar. Sobre él hice mi apuesta y gané”, dijo alguna vez Ari.

Aquella flota inicial, de seis viejos buques a vapor, pronto sumó barcos de carga, cruceros, balleneros y también petroleros. Los cimientos de aquél imperio global, que incluía también dos compañías aéreas, fueron construidos en la Argentina. Con sus empresas porteñas, Onassis logró “hacer la América”... y luego se propuso hacerse del mundo.

Aristóteles Onassis, el griego con nacionalidad argentina, aseguraba que “para lograr el éxito mantenga un aspecto bronceado, viva en un edificio elegante, aunque sea en el sótano, déjese ver en los restaurantes de moda, aunque sólo se tome una copa, y si pide prestado, pida mucho”.

Dejó Buenos Aires en 1932. El resto de su vertiginosa carrera en los negocios es sobradamente conocido. Pero jamás cortó su relación con la Argentina. Aristóteles Onassis regresó al país en 1940, 1942, y en enero de 1946, luego de casarse con Athina Livanos, la madre de sus hijos Alexander y Christina. Su luna de miel, en una suite del Plaza Hotel, duró dos meses.

Quienes lo trataron, dicen que Onassis recordaba con cariño sus quince años en la Argentina. Que hablaba perfectamente el castellano e incluso usaba el característico “che”. Que le encantaba el asado y que, en su isla de Skorpios, donde había llevado una pareja de petisos criollos, tenía excelentes parrilleros. Sin embargo, pocas veces habló públicamente de sus días en el país.Vista aérea de Skorpios, la isla de 80 hectáreas que Ari Onassis compró en 1963 por tres millones de dragmas, el equivalente a 25 mil euros de hoy.

Un extraño en su tierra

Los restos de Aristóteles Onassis, como los de sus hijos Alexander y Christina, descansan en la isla de Skorpios, que ya no pertenece a la familia. Athina, hija de Christina, única heredera de la fortuna familiar (que hoy representarían 6000 millones de euros) se desprendió sin melancolía de las propiedades de su abuelo. En ese lote se deshizo de Skorpios, ese paraíso creado por Onassis “para toda la eternidad”, de 83 hectáreas con tres mansiones (a una la llamó “Casa Rosada”, según se cree, como un homenaje a nuestra Casa de Gobierno). La isla estuvo abandonada hasta 2013, cuando el magnate ruso Dmitry Rybolovlev la compró para regalársela a su hija Ekaterina.Octubre de 1968. La prestigiosa revista Life, desde su portada, se hace eco de la boda de Aristóteles Onassis y Jacqueline Kennedy. La imagen los muestra saliendo de la capilla Santísima Virgen, en Skorpios.

El recuerdo de su amiga de la Argentina

Antes se convertirse en la esposa de Alberto Dodero, Marina Tchomlekdjoglou conoció en su adolescencia a Cristina Onassis. Su íntima amistad y sus orígenes griegos le permitieron adentrarse en la familia Onassis y tener una relación cercana con Aristóteles. “Era un hombre fabuloso. Seductor, bravo pero divertido. Tengo mil anécdotas con él. Compartí muchísimas cosas y momentos. Estuve muchísimo con la familia cuando murió Alexander”, cuenta Marina desde Grecia a LA NACION.

“Cuando Alex tuvo aquel trágico accidente, yo estaba con Cristina en Paris. Rápidamente viajamos a Skorpios para acompañar a Ari. Allí estuvimos los tres solos mientras Alex estaba en coma, hasta que vino Jackie Kennedy, que desde el 68 estaba casada con Ari. Llegó con su hija Caroline, pero ‘tocó el timbre’ y rápidamente se fue a Nueva York. Lo acompañamos durante meses, porque cuando Alex falleció, Ari se propuso enseñarle a Cristina todo sobre los negocios y sus empresas. A la hora de comer, Cristina sólo consumía huevos y papas fritas y Coca Cola... pero como a mí me gustaba la comida y el vino griegos, era la compañía ideal para Ari en la mesa .. Recuerdo que un día golpean la puerta donde vivíamos con Cristina y un guardaespaldas me dice: ‘El jefe la espera en el helipuerto’. Me subí al helicóptero y me llevó a una taberna en Creta. Me regó con vino y trajeron una canasta llena de langostas recién pescadas. ‘Yo te voy a enseñar como se comen’, me dijo. Y me enseñó a pincharlas justo en el caparazón para sacar la carne de una vez. Cuando volvíamos, entre el vino y la comida, te juro que no estaba mareada, pero cuando lo mirabas le veías sus canas, que con el sol daban plateadas, y ese cuerpo con ese bronceado eterno que tenía que llegué a pensar: “¡Qué suerte que es el padre de mi amiga, porque me parecía espectacular!”. No te dabas cuenta porque no era un tipo alto o agraciado, pero tenía un porte espectacular. Era un seductor nato. Te daba todo y tenía ese porte increíble. Eso sí, no le tocaras un cigarrillo de su cajetilla, porque los tenía contados. Fumaba muchísimo, cigarrillos Muratti y habanos”, destaca Marina sobre la personalidad de Onassis.Marina Dodero, la argentina que mejor conoció a Onassis, en su piso de Recoleta

-¿Era de conversar con ustedes, de contarles cosas?

-Nos daba lecciones. A veces un poco brutales. A mí me decía: “Vos, Marina, no tenés que usar sandalias porque no tenés lindos pies”. Y a Cristina le decía: “Y vos no tenés que usar estampados porque sos gorda”. Pero así y todo, como te decía eso, todas las noches nos llevaba a comer a Maxim´s y después nos llevaba a bailar. Y como éramos dos, a mí me pedía un champagne y a Cristina una Coca. Primero sacaba a bailar a una y al rato a la otra. Y jamás nos presentaba ningún candidato. Cristina en realidad no necesitaba presentaciones porque tenía una fila desde que nació...

-¿Contaba algo de su vida en la Argentina?

-Nunca lo vi en la Argentina. Y de la Argentina hablaba poco y nada. Nació en Esmirna, donde los turcos pusieron preso a su padre y su madre había fallecido. Tenía una hermana, y después tuvo dos medias hermanas, cuando su padre se volvió a casar. Se fue a los 17, muy jovencito. Venía de una buena familia, pero no pudo tener mucha educación. Cayó en Argentina donde vivió años de extrema pobreza. Llegó solo. Sus primos Koñalidi y Kostas, su preferido, al que después le dio el manejo de su línea aérea, llegaron después. Al principio, con Kostas compartía la cama. Como Ari trabajaba de noche, la usaba de día y su primo dormía de noche. Reconocía que había empezado en Argentina, y contaba que lo habían ayudado mucho Dodero, Piccardo y Gaona.Cristina Onassis y Marina Dodero, en una foto del álbum íntimo de Marina

-¿Extrañaba algo de esa época o del país?

-Nunca lo dijo. No quería contar mucho de esa parte de su vida, porque a él le gustaba hablar de sus éxitos. Un día cuando me vio por primera vez en Skorpios me dijo “Sos de la Argentina, ¡qué bien!“. Y me contó que conocía a un señor Dodero... Mirá cómo es el destino: de todas las personas que conocía, justo me nombra a quien muchos años después se convertiría en mi suegro... Yo entonces ni lo conocía.

-¿Y qué dijo cuando te casaste con el hijo de su amigo argentino?

-Estaba feliz, no lo podía creer. Pensá que cuando se casa con Tina, pasó parte de su luna de miel en lo de mi suegro en Uruguay. Y después de tantos años aparezco yo, casándome con un Dodero. Lo invité al casamiento y estaba encantado. Pero yo me casé en abril y él falleció en marzo.Nota Album Marina Dodero - Suplemento Sábado

-¿Qué opinaba sobre la relación de su hija con la Argentina?

-Cuando ella se casó con Joseph Bolker, su primer marido, Ari llamó mi papa para que la hiciera venir a casa en Argentina para que se separara de él antes de cumplir los 21 años, porque después ella heredaba toda la fortuna de su madre y él desconfiaba del americano y su codicia. Lo logró, pero la visita fue un escándalo. Ella estaba a los gritos con su padre y con el mío... Después siguió viniendo a la Argentina, todo el tiempo. Pero no le contaba a su padre nada sobre su vida acá. Cuando se comprometió con mi hermano, quiso vivir en la Argentina y tener otro hijo. Pero no pudo ser. Finalmente, murió en el lugar donde quería vivir. ¡Qué destino! La fortuna y la leyenda de Onassis comenzaron en la Argentina, donde también terminó su dinastía. Queda Athina, pero ella no quiere saber nada con su familia o sus orígenes. ¡Hasta vendió la isla donde están enterrados los huesos de su abuelo, de su madre y de su tío!

-¿Nunca más volviste a Skorpios?

-Hace cinco años. El ruso dueño de la isla me invitó. ¡Y te juro que está igual que como la dejé! Todo en el mismo lugar, no había cambiado nada. Fui al sepulcro donde están Ari, Alex y Cristina. Les hice un responso y les dejé a cada uno un ramo de flores. Y al día siguiente empezó lo del Covid... ¡Por suerte me pude ir! Mirá si me quedaba en la isla.